Editorial enero 2014

  29 Enero 2014

El mismísimo diluvio

el-diluvio-que-vieneHubo una vez, en un pasado cercano, un musical que alcanzo gran éxito en todas partes. Era italiano no americano y la música había sido compuesta por un excelente músico, autor de mas de doscientas obras entre las que se incluían diversas bandas sonoras de películas italianas, tales como Dos mujeres (De Sica), Casanova, 70 (Monicelli), Perfume de mujer (Risi) o La familia (Scola). El musical se titulaba El diluvio que viene, el compositor, Armando Trovaioli, fallecido hace casi un año.

La obra de 1974 se vio por primera vez en España en 1977. En 2004 tuvo lugar su segundo reestreno. Y fue en Valencia. Es como si ese título que parecía anunciador de catástrofes se hubiera centrado en una de las ciudades que soñaba con eventos y riquezas señalando la que se nos venía encima. Era, como pueden suponer, eso que se ha dado en llamar la crisis, esa que no cesa aunque se nos digan, ante el estupor general, que la gaviota —perdón, quiero decir la paloma— lleva ya la rama verdecita en su pico. La verdad es que los acobardados ciudadanos la ven seca y sin flor alguna.

La crisis no es solamente de este país un poquito arrugado en el que vivimos. Es general. Y el cine no sólo la ha retratado sino que está siguiendo todo su proceso desde los presagios, los precedentes hasta el bombazo general. Todo eso presidido además por personajes de enriquecimiento fácil, reales o imaginarios, por corrupciones generalizadas que van más allá de aquellas que se representaban en el cine italiano de denuncia de finales de los años sesenta y comienzos de los setenta.

Películas que aparentemente hablan de otras cosas pero que en realidad —desde fracasos generalizados, presentimientos personales o historias de sinvergüenzas absolutos que convierten en santos a personajes como Kane— nos hablan de la realidad en la que vivimos, producto de otros tiempos que nos han llevado a este que padecemos.

Dos títulos excelentes como Un tipo serio de los hermanos Coen o Take Shelter de Jeff Nichols mostraban en su final la tormenta, el huracán, que todo se iba a llevar por delante. Las cosas, aunque se presumían maravillosas, en lugares de ensueño, de grandes oportunidades, no eran sino para los trepas sin escrúpulos dispuestos a aplastar a quien sea al ritmo —¿por qué no?— del himno americano (El lobo de Wall Street). El personaje principal de la última película de los hermanos Coen (excelente filme sobre el que los académicos americanos han preferido pasar de puntillas) es un ejemplo de las desgracias mil, del fracaso absoluto que puede acompañar a alguien que quiere salir adelante con su música.

A propósito de Llewyn Davis en su trayecto circular, en un eterno retorno que se repite pero para que no sea igual, con pequeños cambios, muestra una época y los periodos que van a venir detrás. Todo es igual salvo ese detalle o aquel otro. Los fracasados serán multitud frente a los triunfadores en esto o aquello. No es casual que esta gran obra de los Coen transcurra en los primeros años sesenta. Una visión más sobre esa búsqueda, preferida por sus creadores, ese caminar hacia la casa que nunca se encuentra y cuando se llega quizá esté ocupada. Habrá entonces que reanudar la marcha o intentar rehacer la casa destruida. Los Coen de forma directa por segunda vez aluden a La Odisea. La anterior había sido en Oh Brother! Y, como olvidar, Mátalos suavemente de Andrew Dominik, en esta lista de títulos que de forma indirecta hablan de este mundo en crisis que nos aplasta.

a-proposito-de-llewyn-davis-1Documentales o películas de ficción nos han señalado el largo camino hacia la crisis y la dificultad de superación de este periodo, quizá porque la crisis es algo más que una etapa delimitada en el tiempo y que se centra en las penurias del capitalismo, de su ineficacia como sistema al igual que ha ocurrido con los declives —en otro orden de cosa— de los sistemas comunistas. Inside Job de Charles Ferguson, La doctrina del shock de Winterbottom y Capitalismo: una historia de amor del inefable Michael Moore plantean desde un rigor en algunos casos con ribetes panfletarios la historia de las crisis sin fin de unos sistemas caducos que pueden llevar a los ciudadanos a vivir muchos lunes y otros días al sol con la piel quemada —y no sólo la piel—.

Documentales que hablan sobre el resultado de unas determinadas propuestas económicas que llevan al desastre. Filmes de ficción que nos hablan de individuos que terminan por ser triturados por el sistema, y las propuestas que ellos mismos dictan al amparo de otros, como Glengary Glenn Ross: éxito a cualquier precio de James Foley, sobre una obra de David Mamet, y con un reparto de infarto (Jack Lemmon, Ed Harris, Al Pacino, Kevin Spacey, Alan Arkin), aunque no sea la mejor de las películas sobre esta temática. Ahí están igualmente The company men de John Wells o Up the air de Jason Reitman. O de otra manera, la más bien fallida El capital de Costa-Gavras o la muy interesante Recursos humanos de Lauren Cantet.

La crisis actual explotó en aquel septiembre de 2008 con el anuncio de la caída de los bancos de inversiones americanas, Lehman Brothers, cuyo día anterior se refleja en la muy interesante Margin Call de J. C. Chandor.

Dos filmes muy recientes nos cuentan historias de corrupciones, de ascensiones sin frenos en un mundo salvaje. La primera, la excelente Blue Jasmine de Woody Allen; la segunda, la tan desmadrada como interesante El lobo de Wall Street de Scorsese.

Woody Allen habla de corruptos, magnates, vividores y también de perdedores. Filme angustioso que muestra el camino hacia la destrucción de una mujer que quiso mirar hacia otro lado para así vivir en la opulencia. Versión no acreditada de Un tranvía llamado deseo de Tennessee Williams, no se centra en el planteamiento sexual de Blanche y de los personajes que la rodean. Va más allá de la historia de esa sureña anclada en el pasado que va en busca de su dignidad perdida.

Jasmine —incluso de falso nombre—, como Blanche, quiere retrotraerse al pasado pero ese no existe y la golpea una y otra vez en ese blues desgraciado que la acompaña. El filme de Allen, con una soberbia relación, en imágenes, del presente con el pasado, habla de falsas vivencias. De ejemplos de allá, América, y de acá, no sólo de España sino de otras países. Él trata de no mirar lo que se recibe: para vivir una vida regalada lleva a una condenada sin fin en los remordimientos, las culpas.

Scorsese filma una historia real, la de un personaje sin escrúpulos, que intenta llegar a lo alto como sea. Pasando por encima de todos, traicionando. Un personaje —insisto: real—, que hasta tuvo la osadía de publicar su vida y de hacerlo de la forma que mejor sabía para vender el producto. DiCaprio interpreta de forma excepcional al corredor de bolsa Jordan Bellford. Trabajó en bolsa engañando a miles de estadounidenses a los que vendía el fin de la buena vida: riqueza y felicidad. Aparente, inexistente.

Sus palabras hacían mella en una sociedad educada para acoger a embaucadores que lo mismo venden cielo en la tierra que cielo más allá de la tierra. Un personaje, el tal Bellford, que da igual que hubiera sido un broker que un predicador como Elmer Gantry, un farsante capaz de vender la felicidad en este mundo y en el más allá a unos tan crédulos como dormidos ciudadanos.

Dos imágenes contrapuestas explican en el film la realidad del país: una, Bellford en la cárcel tiene los privilegios de alguien rico (juega al tenis, tiene espacios para moverse, divertirse…) frente a la chusma de la que se encuentra separado. La otra es la vuelta a casa en metro, cansado, agotado, del policía que ha conseguido llevar a la cárcel a Bellford y que observa ese otro mundo neoyorkino donde no existe prosperidad, ni riqueza. Se trata de un filme desmadrado como el personaje que muestra, al que le sobre metraje (la duración se alinea con el desmadre y lo desorbitado del personaje), que posee alguna secuencia que raya el ridículo al querer plantearla de forma esperpéntica, pero que en su totalidad, en sus tres horas de duración, consigue transmitir la realidad de un personaje y de una época donde se intenta vender… humo.

Los Oscar acechan a la vuelta de la esquina. Se huelen. Y entre las películas con más nominaciones aparece otro título que también habla de crisis, de embaucadores. Se trata de La gran estafa americana, o lo es que es lo mismo, la estafa que supone una existencia sin freno, basada en el enriquecimiento de los de arriba y el apaleamiento de los de abajo, quizá simples espectadores de una obra o como máximo extras de una representación, incapaces de decidir o de actuar, encerrados en su —nuestro— acobardamiento.

El cine sigue adelante, siendo también testigo del mundo en que vivimos.

Escribe Adolfo Bellido López    

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