Editorial diciembre 2013

  30 Diciembre 2013

Provocadores, camaleones, héroes, diosas y otras falacias

nymphomaniac-volumen-1-0Llegó la nueva película de Lars Von Trier y con ella, desde antes del estreno (después sería otra cosa), llegó el escándalo. El director es un provocador nato. Lo fue cuando en 2011 en pleno festival de Cannes acaparó la atención por sus declaraciones sobre los judíos, los nazis y su (falsaría) simpatía por Hitler.

En Cannes presentaba su anteúltimo y muy interesante filme, uno más de los que aquel año se centraron en un sentido apocalíptico, Melancolía. El ganador fue otro filme sobre la misma temática, El árbol de la vida del, para mí, sobrevalorado Malick, y sin duda muy inferior al de Trier.

Pero el director de Dogville lo tuvo claro, Malick con su aparente profundidad adornada con preciosistas —en el peor sentido de la palabra— regustos estéticos (esos mismos que imitan con descaro títulos recientes como la muy discutible Lore), como si quisieran enlazar la (liviana) ética con la (aparente brillantez de) la estética. Trier lo vio claro: Malick se iba a llevar el premio. Por eso sacó de su chistera la solución para ser noticia. Su expulsión del paraíso que era Cannes compitió con los premios que se otorgaron. Trier, ni de resultas su excelente Melancolia, salieron perjudicados

Ahora nada menos que estrena en el día de Navidad, como una nueva provocación, Nymphomaniac: Volumen 1. Aparentemente, un filme que coquetea, por el título, con el porno. La verdad es muy otra. Se trata de un filme rompedor en su propiedad provocación ética y estética marcada desde el comienzo con un plano largo con pantalla totalmente en negro, seguido de un extraño patio sobre el que cae la nieve, que en su abstracción marca el rumbo por el que va a transcurrir, en sus dos partes, un filme que apunta reflexiones de todo tipo, y que se estructura desde lo dramático hasta lo cómico (incluso subvirtiendo géneros).

Si al final agradece, o recuerda a algunos cineastas (como Tarkovsky) a los que tuvo que presente en su filme es porque trata de esa manera de indicar algunos, sólo algunos, de los caminos por donde ha intentado transitar. Conscientemente oculta otros, además de compatriotas o personas muy cercanas a él. Es el caso de Dreyer o Bergman, que se reflejan sobre todo en las conversaciones (morales, filosóficas, religiosas, éticas) que dan lugar al relato que hace Joe de su vida a la persona que la ha recogido.

Provocadores en cine, rompiendo normas y modos, ha habido varios a lo largo de la historia. El máximo sin duda ha sido Buñuel con dos ejemplos, nunca superados, El perro andaluz y La edad de oro. Provocadores en forma y fondo. Unión que no siempre se da en las provocaciones posteriores que se han producido en el cine. De todas maneras hay está Godard, otro gran rey de la alteración. No son los únicos casos. Hay bastantes más, bien en cuanto a temática bien en cuanto estética o ruptura (parcial o total) del tradicional lenguaje cinematográfico.

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Si Trier, con su última película, al menos en su primera parte, en su unión y desunión de temas y géneros, sigue buscando, desde la provocación, nuevas formas expresivas, fiel a sí mismo, Woody Allen desde planteamientos diferentes busca también esa fidelidad a su cine, y esa búsqueda pero, aquí, desde modelos existentes, en su última y excelente Blue Jasmine.

Allen no oculta, sin hacerlo patente, dónde se encuentra su fuente de inspiración. La mayoría de sus películas, por no decir todas, son reescrituras personales de obras, películas ya existentes. Si sus primeros filmes se refieren, o citan, aquellos otros que ama, en las siguientes hay un parón en la historia central de tal director o película. Y es que a Allen, lógicamente como lo explica en Zelig, lo que le gusta es transfigurarse, convertirse en otros.

En Sueños de seductor (escrita e interpretada por Allen y dirigida por Herbert Ross) se alude, y de forma total (con imagen del filme incluida) a Casablanca. En La última noche de Boris Grushenko sin ningún reparo se revisan escenas de Bergman (El séptimo sello) y, entre otros, de Eisenstein. En su cine posterior, Allen ya no se centrará en escenas concretas, que no se identificarán como tales, sino en una reescritura de ciertos títulos. Así por ejemplo, entre otras, Sonrisas de una noche de verano de Bergman se convertirá en La comedia sexual de una noche de verano, 8 ½ de Fellini en Recuerdos, La ventana indiscreta de Hitchcock en Misterioso asesinato en Manhattan o, incluso, más insólito, Fresas salvajes de Bergman será revisada en Desmontando a Harry.

Blue Jasmine se mira en Un tranvía llamado deseo. Se mira pero no la copia, no será ese título. Es desde aquella otra cosa. Se dice que al terminar una representación de la obra de Tennessee Williams en la que Kate Blanchett hacía de Blanche, Allen, que estaba entre los espectadores, acudió al camerino de Kate para decirle que la quería como protagonista de su próxima película. Y Blanche se convirtió, desde un canto triste de desesperanza por el mundo en que vivimos, en Jasmine.

El filme de Allen es y no es la obra de Williams ni la de Kazan. Es una película suya donde ni tan siquiera los mundos reflejados, desde personajes o situaciones semejantes, son los mismos. Es el salto de un ayer a un hoy donde los conflictos sociales, ideológicos van más allá de las volcánicas relaciones entre los personajes de Nueva Orleans.

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No sé si la película de Trier pasaría el test de Bechdel, que al parecer sí lo pasa la película de Allen. De hecho muchas películas no lo pasan. Me figuro que casi todas las obras de Ford, Buñuel, Hitchcock, por citar a tres grandes, serían suspendidas. Quizá hasta lo sería Calle Mayor de Bardem, como también recibiría calabazas la gran Desayuno con diamantes de Edwards. Y quizá igualmente sería condenada Dos en la carretera de Donen.

El dichoso test de Bechdel se aplica para saber si una obra es machista o no. Contiene las siguientes propuestas: Debe haber al menos dos personajes femeninos; los personajes deben hablarse una a la otra en algún momento; en la conversación debe tratarse algo en lo que no se refiera a hombres. Además las dos mujeres deben tener nombre.

El test fue inventado por Alison Bechdel (1960), no una psicóloga como alguien puede creer, sino una importante dibujante de comic, feminista y lesbiana. Sus famosas tiras cómicas, la mayor parte con planteamientos autobiográficos, todas críticas, progresistas y combativas, han recibido importantes galardones. En una de ellas uno de los personajes da a conocer el citado (y más que discutible) test. Un test que confunde la parte por el todo. De la misma manera que la autora del comic que dio pie a la película La vida de Adéle equivocaba la realidad con el hecho fílmico. En ese caso, se recordará, la autora crítica las escenas lésbicas entre las dos protagonistas porque eran heterosexuales. El cine, es, se mire por donde se mire, una representación por lo que esa crítica estaba fuera de lugar.

A la del machismo inherente a la fiabilidad del test propiciada, o a la que debe su nombre, por la autora de comic americano, le pasa otro tanto de lo mismo. Confunde el contar una historia con lo que se intenta decir. Olvida, quien lo toma como dogma de fe, que una obra de arte va más allá de lo que se ve. En otro orden de cosas sería indicar que una película es, pongamos por caso, fascista porque el personaje principal lo es. Una cosa es el personaje y otra la narración. Harry Callahan en Harry el sucio es claramente un policía fascista, pero la película de Siegel no lo es. Su realización lo deja claro en más de un instante.

Pues bien, en el caso del machismo de los filmes es evidente, también, la confusión de términos. La citada Calle Mayor o Los inútiles de Fellini muestran a una pandilla de jóvenes machistas producto de una determinada sociedad. Ambas películas analizan, crítican ese hecho. Podíamos preguntarnos por Persona de Bergman. O por Ciudadano Kane y Sed de mal de Welles. Por muchas cosas, incluso por Rebeca de Hitchcock, donde la protagonista ni siquiera tiene nombre. ¿Ejemplos de machismo? ¡Qué cosas!

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Por cierto, en Rebeca trabajaba Joan Fontaine que ganaría un Oscar por otro filme de Hitch, Sospecha, y que ha fallecido en este mes de diciembre de 2013, que ha resultado fatal para los intérpretes. Joan tenía 96 años. Intervino en más de 70 producciones si contamos sus intervenciones para televisión. Trabajó en varias películas excelentes interpretando con cerca de treinta años el papel de muy jovencita al comienzo de Carta de una desconocida de Max Ophüls.

Unos años antes había actuado en La ninfa constante de Edmund Goulding interpretando de principio a fin a una adolescente. Había iniciado su carrera en 1935 con el nombre de Joan Burfield en No más mujeres (1935). Bajo la protección del todopoderoso productor David O. Selznick dio vida a la señora de Winters en Rebeca (1940). Desde ese momento pasó a ser una primera actriz.

Su hermana OIivia de Havilland, un año mayor que Joan Fontaine, aún vive. Ambas hermanas, nacidas en Tokyo, se detestaban. Olivia nunca pudo admitir que Joan se hubiera llevado el Oscar por Sospecha cuando ella había sido nominada por Si no amaneciera de Leisen. Hay quien sostiene que ¿Qué fue de Baby Jane? de Aldrich se inspiraba en el gran amor que existía entre ambas hermanas.

Como decía, este diciembre ha sido fatal para muchos intérpretes. Entre los desaparecidos citemos a algunos importantes por diversas razones. Es el caso del irlandés Peter O’Toole (81 años), varias veces nominado para el Oscar sin nunca conseguirlo.

Intervino en cerca de noventa títulos. Una de sus primeras interpretaciones, en un papel secundario, fue en Los dientes del diablo (1960) de Nicholas Ray. Su triunfo llegaría dos años después como protagonista absoluto de Lawrence de Arabia de David Lean.

Se ha recordado que trabajo en Becket, Un león en invierno, La noche de los generales o en la versión de 1960 de Adiós Mr. Chips, pero pocas cronistas han recordado al torturado protagonista de Lord Jim de Richard Brooks o al ególatra director de cine de Profesión: El especialista de Richard Rush o incluso al Quijote de El hombre de la Mancha de Arthur Hiller.

O’Toole, a pesar de su conflictividad en los rodajes, de sus problemas personales, siguió interviniendo en películas hasta este mismo año. Aun por ejemplo está pendiente de estreno Katherine of Alexandria de Michael Redwood.

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Quizá lo emblemático de Joan y de Peter ocultó la desaparición de una gran actriz: Eleanor Parker (81 años). Tres veces nominadas al Oscar y como O’Toole nunca lo consiguió. Tres interpretaciones, sin premio, pero realmente fabulosas: Sin remisión de John Cromwell, dura película sobre las condiciones de una cárcel de mujeres; Brigada 21, crónica policial de William Wyler y el melodramático Melodía interrumpida de Curtis Bernhardt.

En sus cerca de ochenta títulos tampoco se puede olvidar su presencia en Scaramouche de George Sidney, Un rey para cuatro reinas de Walsh, Millonario de ilusiones de Capra, Con él llegó el escándalo de Minnelli o en el papel de baronesa en Sonrisas y lágrimas de Wise.

De cualquier forma su recuerdo irá unido a una de las frases más insólitas para el cine que la censura permitía en la época de la primera parte de los años cincuenta. En Cuando ruge la marabunta de Byron Haskins, la viuda Parker replicaba a su partenaire Charlton Heston, al escuchar cómo valoraba la pieza que acabada de ejecutar al piano: “Cuándo te convencerás que un piano de segunda mano suena mejor que uno que no ha sido usado”. Y la estricta censura de la época sin enterarse del doble sentido que aquellas palabras implicaban.

Nadie tampoco parece que se haya enterado del fallecimiento de una, no buena actriz pero sí una mujer bellísima que encandiló a más de uno en su adolescencia. Hablamos de una de las reinas del péplum, la italiana Rossana Podestà (79 años).

Ella fue Nausicaa en el Ulises de Camerini, Helena en Helena de Troya de Wise, Fabiola en Sólo contra Roma de Luciano Ricci, Suash en Sodoma y Gomorra de Aldrich, Marta en La espada y la cruz de Bragaglia, Antea en La esclava de Roma de Prosperi y Grieco, Hera en El desafío de Hércules de Cozzi… Curiosamente intervino en dos filmes tan atípicos como La red de Emilio Fernández y Un vaso de whisky de Julio Coll.

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También hay que citar la desaparición de dos intérpretes españolas, una, Lolita Sevilla (78 años) porque intervino en Bienvenido Mr. Marshall de Berlanga.

Su primera película, la única destacada, y no por su labor, de las nueve en las que trabajó en total: Aventuras del barbero de Sevilla (Ladislao Vadja), Habanera (José María Elorrieta), El fotogénico (Pedro Lazaga)Lo suyo no era actuar, era cantar.

La otra actriz fallecida es otra cosa. Se trata de Elvira Quintillá (85 años) a la que sólo se la recuerda, injustamente, como la maestra de la citada Bienvenido Mr. Marshall.

Elvira Quintillá fue una buena actriz de teatro y una de las grandes secundarías de nuestro cine alcanzando un papel protagonista en muy pocas ocasiones. Una fue en el primer filme que dirigieron Bardem y Berlanga, Esa pareja feliz, junto a Fernando Fernán Gómez. En total intervino en más de cincuenta títulos, tales como Manicomio de Fernán Gómez, Viaje de novios, Plácido, La colmena… Casada con el gran actor, ante todo de teatro, José María Rodero intervino en varias obras importantes y en series televisivas.

Acaba el año. Se cierra con la muerte de Elvira Quintillá acaecida hace escasos días, con el recuerdo del centenario del nacimiento de ese gran actor polifacético que fue Burt Lancaster, y con la provocación de Trier. Su carcajada se multiplica por las diversas salas de cine donde en estos días se proyecta su último —y nada, o muy poco— escandaloso filme. Le gusta jugar, torear a los espectadores y a los críticos. Sus palabras en Cannes fueron meditadas desde una falsa propuesta sin dura irónica.

No se puede decir lo mismo de las dichas por James Gray al comprobar este año en Cannes (el mismo festival de la descarga de Trier, dos años después) que su película El emigrante no había gustado: “Mi película dura una hora y cuarenta y ocho minutos, da a las escenas su tiempo. Generalmente no digo esto porque no es políticamente correcto, pero si el problema que tiene la gente con la película es el ritmo, que les jodan. Porque estamos en Cannes, este no es el sitio para ver Transformers 3, así que pueden irse a tomar por culo”.

Palabras que no reflejan ironía sino que Gray no sabe aceptar ciertos dictámenes. Entre Gray —a pesar de sus defensores, que los tiene— y Trier existe un abismo y no sólo por lo que respecta al cine

Escribe Adolfo Bellido López

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