Bienvenidos… a (un falso) paraíso
Ha terminado el verano y los trabajadores (los que aún tienen trabajo) han dejado atrás sus vacaciones, en caso de haber podido tenerlas, y se aprestan a entrar en el reino de la gloría. En una España donde ya no hay películas de acá de bailaoras y castañuelas sino de brujas y atracos y donde los niños prodigios ya no aparecen en la pantalla porque ni siquiera pueden optar a un Goya.
Un mundo, el nuestro, maravilloso, donde aplaude el propio Gobierno el hecho de disminuir el paro en la astronómica cifra de ¡31! personas, que se dice bien, así como también uno de sus ministros se felicita porque aquí las manifestaciones son de poca monta, iguales que si se celebrase, más o menos, un cumpleaños. Lo dice el más inteligente de nuestros políticos, ya saben el tal Wert, que fue, con una capacitación superior, hasta técnico en televisión española, esa que dicen es la de todos. Una persona que, además, militó hace años en una cosa llamada Izquierda Democrática, donde debió aprender cómo no ser ninguna de ambas cosas.
¿Por qué nos da por hablar de tan siniestro personaje? Simple, el antonino ministro es un rey de la provocación. Por eso dice lo que dice y se presenta en todos los sitios donde sabe que su presencia va a provocar una tormenta. A él los rayos y truenos le sirven para encender más su no muy clara sonrisa. Aguanta, como Tancredo, totas las embestidas, sin que aparentemente se moleste. ¿Es de verdad o es un robot? Difícil saberlo.
Ahí le han podido ver, hace poco días en este septiembre del 2012, en el festival de San Sebastián, pisando la alfombra roja sin inmutarse ante la lluvia de bonitas palabras que suscitaban sus pisadas garbosas, aunque no fuese la morena de la copla. Seguro que le insultaban ceñudos nacionalistas proetarras o secesionistas catalanes. ¿Qué se va a esperar uno, si no, gente de tal mal vivir en un festival como el de San Sebastián?
Después de sentirse tan querido, dentro de la sala reina del certamen, se dispuso a entregar, escondiéndose detrás de una máscara de sonrisa noble, el Premio anual de Cinematografía que concede su ministerio a Bayona. Y, mira por dónde, el beneficiario del premio, en vez de sumiso decir que qué bien y gracias, se dedicó a arremetes contra el querido ministro. Sin duda, una descortesía vergonzante.
Bayona, director de una de las películas más taquilleras del cine español, algo casi imposible, acorde con el título del film, recibía el galardón y discurseaba, con claridad y con furia, contra todos aquellos que quieren terminar con la cultura, cuyo terminator supremo lo representa el tal Wert. No se inmutó, su papel robótico, se sentía seguro, desde su engreimiento, convencido de sus verdades eternas para asegurar una patria dividida, pequeña y cada vez menos libre.
No se enteró, o no quiso, de lo que decía un Bayona, que echó mano de su triste historia personal de sacrificios y entereza, para llegar a expresar con claridad lo que todos sabemos: se está destrozando la cultura. Y si no nos preocupamos ni por la cultura ni por la educación vamos hacía el abismo. Quizá podría haber añadido que es necesario seguir defendiendo la sanidad pública. Y haber invitado a los presentes en la sala, y, sobre todo, a su compañero de escenario a visionar el documental de Ken Loach, El espíritu del 45. Para valorar, pensar, reflexionar sobre lo que el director inglés desgrana de aquellos y estos tiempos.
Ignorar la cultura, arrinconarla, es despreciar a las personas. La culturización a nivel general se consiguió después de siglos de luchas. La cultura, que el pueblo llegara a ella, costó siglos y muertes. Goebbels, ministro de Hitler, sabía el peligro que conllevaba la cultura. A medida que los ciudadanos la van adquiriendo, se van haciendo más libres y por tanto más peligrosos para los estados. Aquel ministro alemán, al que chuleó con gran desparpajo Fritz Lang, alardeaba de que cuando oía la palabra cultura echaba la mano a su pistola.
Hoy no se amenaza con pistolas, ni siquiera aparentemente se amenaza o se prohíbe. No ocurre así porque los medios que se utilizan para conseguir la quietud, la alienación, la mansedumbre, desde el ordenamiento de los grandes maestres es más sutil. Se recetan, de forma implícita, normas de ser, de conducta, de paralización de las masas muy diversas. Y si no que se lo pregunten a la actual RTVE bajo las consignas del Gran Poder, económico o político. Aunque no siempre consigan sus fines.
La televisión pública debería abrirse a la cultura desde unos planteamientos plurales. Hoy no es así. Eso también lo recordó Bayona al recoger el galardón. Lo que de ella había aprendido cuando era pública y plural. Que lo fue en la etapa del denostado Zapatero, cuando había ya muchas televisiones. También antes, en parte de la etapa socialista de Felipe González, concretamente cuando Pilar Miró fue la directora del ente antes de que la oposición chulesca consiguiera defenestrarla por sus gastos de guardarropía. Y eso que aquellas cuentas no eran las suyas B tan cacareadas.
Bayona, sorprendente en un joven al que se le supone tocado por el ego personal, puso como ejemplo a una generación, la de sus padres, por la tenacidad y lucha por una sociedad mejor. Una generación ilusionada que miró hacia adelante con el pensamiento puesto en un mañana distinto y soleado y que ha desembocado en la oscuridad de la generación posterior, la que representa, como él mismo aseveró, el propio Bayona. Una generación contra la que se han estrellado las ilusiones del pasado, rotas por el ordenado dominio del Gran Hermano, que no es ya el de la Rusia estalinista reflejada por Orwell en su novela sino un amplio abanico, un rodillo que aquí y allá nos quiere marcar para que respiremos y nos movamos al son de sus adormecedoras palabras. ¿Se producirá alguna un feliz despertar?
Bayona ha tenido éxito con su película. Nos guste más o menos representa la tenacidad por hacer posible lo imposible, lanzando una pequeña superproducción, que compita con cualquier gran película comercial, afianzada por unas historias atadas con los mimbres del sentimiento del cine generalista más envolvente y popular.
Es una de las pocas películas españolas que últimamente ha logrado una muy buena taquilla. La gente la conoce. Y la busca. Este verano en ciertas playas de Levante, dentro de las proyecciones semanales y gratuitas, al aire libre, se puso Lo imposible y el llenazo fue total.
Es claro que cine es cultura. Y nuestro cine se muere en este paraíso que cada vez es más siniestramente oscuro. Ni se hace cine en España, ni el público acude a las salas. La mayor parte de los espectadores, hoy, son los jovencitos y la tercera edad. Estos intentado ver lo que le echen, aquellos explotando casi únicamente con las explosiones y voladuras de todo tipo y especie. Películas de superhéroes de pacotilla, que han trasladado sus vuelos y sus poderes desde series Z o B a faraónicas producciones donde todo es válido y, en las que abundan, ¿casualmente?, los zombis, el mayor reflejo de la sociedad actual.
Y, por las salas, pasan enormes películas sin que nadie se entere. El escaso interés taquillero que han suscitado las que quizá son las dos mejores películas estrenadas en estos últimos tres o cuatro meses, es un claro y triste ejemplo de ello. Me refiero a Perder la razón y a Mud.
En el último año el cine español, su producción, y no sólo eso también la asistencia a las salas, se encuentra bajo mínimos. En el festival de San Sebastián la Confederación de Productores Audiovisuales Españoles ha presentado una memoria demoledora. A fecha 22 de septiembre la recaudación en las salas de cine en España ha descendido un 13.5 por ciento (y un 20% en el caso del cine español). Los espectadores han disminuido en un 15.8 % y por lo que respecta al cine español disminuye en, el mismo periodo del pasado año, en casi dos millones de espectadores.
Realmente, la bajada del número de espectadores, en el caso de nuestro cine, parece ir de acuerdo con la calidad de los títulos filmados por acá que, por desgracia, hemos tenido que padecer. La última película de Almódovar, Los amantes pasajeros, total decepción desde la idea al desarrollo, a pesar de un planteamiento desde el puro símbolo, sobre la falsedad de esta España que está volviendo a marchas forzadas al pasado. O realmente es que nunca salió del ayer, ni superó los males que sufre desde hace años. Algo que se puede constatar releyendo los Episodios Nacionales de Galdós.
Si la calidad viene dada por la elección que la Academia Española de cine hizo del filme que será presentada a la pre-selección de los Oscar 2014, el mundo fílmico de nuestro entorno se desmorona. No sólo porque el filme elegido no es nada del otro mundo. Más por los otros tres que le acompañaron en la elección de la finalista. La película seleccionada, 15 años y un día de Gracia Querejeta, no es ni mala, ni genial, es simplemente una nimiedad. Quizá sea elegida porque no hay otro título que pueda tratar de superar la criba que le lleve a estar en la selección final realizada por la otra Academia, la de Hollywood, con derecho a optar al premio de la mejor película extranjera.
Las dos películas conocidas, entre las hermanadas en la preselección, eran, se dice bien, muy mediocres. Son La gran familia española y Alacrán enamorado. La cuarta es la desconocida Caníbal el filme de Martín Cuenca (director de La flaqueza del bolchevique), proyectada en el festival de San Sebastián y que, en general, ha tenido buenas críticas. La dureza del tema, la forma en la que Martin Cuenca lo ha abordado, es quizá lo que ha llevado a la academia a no elegirlo.
Curiosamente los títulos españoles vistos en el certamen donostiarra llevaban ya en su nombre la irrealidad real y terrorífica en la que vivimos. Ahí estuvo pues Caníbal junto a las brujas de un Alex de la Iglesia cada vez más perdido en su ansia de analizar el casos del momento actual (como en su anterior filme, Balada triste de trompeta, lo más conseguido son los letreros de crédito iniciales), la primera obra de Fernando Franco, La herida, y la última película de David Trueba, Vivir es fácil con los ojos cerrados, sobre una historia del pasado que, en parte, acuña recuerdos familiares.
El título de este filme, que toma una frase de la letra de una canción de los Beatles (grupo sobre el que, en parte, también se apoya la narración), es como una alusión a este hoy donde una gran mayoría cierra los ojos para no ver lo que está ocurriendo a su alrededor y evitar, así, un posicionamiento. Esconderse en un caparazón, en fin, hasta que pase la tormenta. En realidad la frase Vivir es fácil con los ojos cerrados procede de la letra de John Lennon del disco de los Beatles, Strawberry fields forever. La frase completa es Vivir con los ojos cerrados es fácil, entendiendo mal todo lo que se ve. O, añadimos, no queriendo entender lo que ocurre alrededor.
Curioso, el discutible y cada vez más engolado Carlos Boyero, al que le ha entusiasmado el filme de Trueba, afirmaba, en una de sus (lamentables) crónicas del festival emitidas en chapuceros vídeos, que el título de la película se correspondía con la letra del inicio de la muy conocida canción de los Beatles, Help. Un error, desde luego, lo tiene cualquiera. Nadie es perfecto. Pero en su tono de cháchara doctrinal regada por sus grandes conocimientos musicales y literarios no parece pegar ese lamentable error. Bueno sí, al menos pega con sus criterios cinematográficos sazonados con unas frases que últimamente emplea mucho: “No sé de qué va esta película; no sé de qué va; me he salido; dicen que es un gran director a mí me causa sopor”... Pues, señor Boyero, para eso está el crítico para tratar de entender y explicar lo que ha visto.
Podíamos hablar de otro algo que ha habido en el festival recién acabado, y que se refiere al proyecto que allí se presentó, Cineastas contados. Se trataría de una serie de largometrajes documentales en los que un veterano director es entrevistado por uno joven para repasar la carrera de aquél. Entre las parejas están Enrique Urbizo-Borja Cobeaga, Pedro Almodóvar-Sánchez Arevalo, Francisco Regueiro-Javier Rebollo, Carlos Saura-Feliz Vizcarret, García Sánchez-Jonás Trueba y nuestro querido Martín Patino visto por Virginia García del Pino. Son los documentales previstos en principio. Se prevén más. La iniciativa, debida la productora Pantalla Partida y de mano de Garbiñe Ortega, responsable del festival Ambulante España, surgió de unas conversaciones entre Ortega, Jonás Trueba y Rebollo.
Dos de los seis primeros documentales ya se han iniciado, el de Patino y el de Urbizu. Es bueno que los jóvenes directores echen la vista atrás y se pregunten por qué aquellos directores con pocos medios, y enfrentados a demás a la censura, hacían buen cine, mucho mejor sin duda que el que ellos realizan.
¿Vivir en el Paraíso que nos ofrecen Wert y su amigotes? Imposible. Sería eso, cerrar los ojos para no ver la que está cayendo, para no hacer nada contra la involución que se está produciendo.
Hasta Bertrand Tavernier lo tuvo claro. Estuvo en el festival para presentar su último filme, Quai d´Orsay y dijo: “El ministro español de Cultura hace declaraciones aberrantes, incluso las calificaría de mediocres, de esa forma demuestra que no conoce lo que es la cultura”.
No, no es que la conozca, es que a él y a otros de su cofradía, no le interesa que se conozca, que se busque. Lo que quisieran es eliminarla porque saben que de esa manera tendrá todo y a todos más y más controlados hasta llegar al rendición total. Cuando ocurra será para ellos un alivio. Bastará un pequeño movimiento de su mano o una simple palabra pronunciada por el Gran Hermano y sus sacerdotes para que el apacentado rebaño pueda balar agradecido.
Escribe Adolfo Bellido López