Todos los estudiosos que se han encargado del
diseño de decorados y de la figura del director artístico resaltan
la limitada existencia de literatura al respecto y deploran la
escasa atención que tradicionalmente se les ha prestado. Cuando
se trata de atención crítica y elogios, quizás la más desatendida
de todas las artes cinematográficas es la dirección artística.
Por alguna razón, los críticos e historiadores no han tenido en
cuenta la contribución del director artístico en un medio tan
inherentemente basado en la colaboración como es el cine. Aunque
sus creaciones han ayudado a definir eras, además de determinar
los particulares y fácilmente reconocibles “estilos de la casa”
de cada estudio de la edad dorada de Hollywood, e incluso han
influido en la moda de la cultura popular, sólo unos pocos directores
artísticos (especialmente Cedric Gibbons) lograron un nivel de
fama comparable a ese selecto puñado de productores y directores.
No deja de ser curioso que, a pesar de su importancia e influencia,
los diseños y los diseñadores de decorados reciban muy escaso
crédito por parte de sus colegas del estudio, limitado reconocimiento
por parte del público, poca atención de la prensa y relativamente
escasos estudios por parte de los teóricos. Charles y Mirella
Affron (1) comentan que, frente al tratamiento de estrellas que
reciben directores, productores y directores de fotografía, se
espera que el director artístico, como el montador o el diseñador
de vestuario, ponga su talento y habilidades al servicio de la
industria cinematográfica en un silencio anónimo. De este modo,
“los directores artísticos deberían ser vistos pero no oídos”.
La mayoría de ellos no luchan contra esta caracterización y están
de acuerdo en que su trabajo consiste en proporcionar el decorado
físico que realce a los personajes y a la historia al máximo,
pero sin dejar traslucir su propio talento.
Beverly Heisner (2)
señala que la puesta en escena tiene una gran importancia en las
películas por una variedad de razones, entre ellas porque puede
ser vista muy íntimamente. A través del ojo de la cámara los elementos
pueden ser enfocados para adelantar la historia o para aislar
sus momentos más íntimos. Puede actuar con los actores casi como
un personaje, estableciendo la atmósfera del guión.
El cine es un medio
rápido y el trabajo del diseñador de producción ayuda a desenmarañar
los pormenores de la trama y de los personajes que pasan rápidamente
delante de nuestros ojos. El diseñador de producción puede resumir
vidas enteras en unos pocos fotogramas. El decorado puede cambiar
un infinito número de veces, fotograma a fotograma, si es necesario.
El diseñador de producción crea docenas de laboriosos decorados
que a veces aparecen en la pantalla durante sólo unos segundos.
Evolución de la
dirección artística
Los primeros decorados de cine fueron simples
telones pintados de teatro. Estas telas pintadas eran una convención
con la que el público se conformaba, incluso cuando las telas
se destensaban a causa del calor de los focos o del sol y los
muros temblaban al abrir una puerta. En las escenas de interiores,
las molduras, los cuadros y los muebles estaban casi siempre pintados
en el telón. De todos modos, con la iluminación uniforme que se
empleaba en aquella época, unas molduras reales no hubieran tenido
relieve en la imagen... habría habido que pintarlas para darles
volumen. Los operadores alemanes tendrían que enseñar algo a los
directores artísticos: para evitar la apariencia plana en pantalla
de las escaleras debido a la luz, había que pintar con un tono
más oscuro el frente de los escalones para acentuar la sombra.
Como observa Javier Hernández (3), ya en los
inicios del cine se aprecia una tensión dialéctica entre las imágenes
documentales de los hermanos Lumière y la fantasía propuesta por
Georges Méliès, el primero que orientó decididamente el nuevo
invento por la vía de la ficción. Su opción por la imaginación
estaba íntimamente ligada a la reconstrucción artificial de ambientes.
Gran pionero en la utilización de decorados en el cine, fue así
como se convirtió en el primer director artístico. El nacimiento
de la puesta en escena hacía posible plasmar los sueños que hasta
entonces habían permanecido confinados en la imaginación de escritores
y lectores. Méliès, dice Javier Hernández, murió pobre y olvidado,
pero no se equivocó: la fantasía es la parcela privilegiada del
cinematógrafo (4).
Aunque todavía primitivo y teatral, los diseños
de Méliès eran algunos de los más innovadores de su época. Fantásticos
y extraños, ejercieron una profunda influencia no sólo sobre sus
contemporáneos, sino también en los surrealistas casi dos décadas
más tarde. Como muchos de los primeros directores, productores
y actores, los primeros directores artísticos eran veteranos del
teatro que trajeron consigo las tradiciones teatrales. Al principio,
los diseñadores teatrales desdeñaron la vulgaridad de las películas,
pero muchos cambiaron su actitud cuando se incrementó la calidad
de las películas y se hicieron evidentes sus posibilidades creativas.
Léon Barsacq (5) identifica 1908 como el año clave en la evolución
del diseño cinematográfico. Hasta entonces, la cámara había sido
un espectador inmóvil de la acción. El diseño de los comienzos
simplemente tomó prestadas técnicas teatrales tales como el telón
de fondo pintado. Pero en 1908 la cámara dejó de estar fija en
el trípode y comenzó a adentrarse en la acción y a moverse como
su fuera uno más de los personajes. Esto fue el final del teatro
filmado y el comienzo del cine, lo que obligó a los cineastas
a construir decorados más realistas en tres dimensiones con el
fin de mantener la ilusión. La aparición del diseño como un arte
específicamente cinematográfico se benefició también del hecho
de que alrededor de la misma época, el milagro del cinematógrafo
estaba perdiendo la novedad entre la audiencia. Los directores
y productores tenían ahora que buscar nuevos modos de satisfacer
el hambre del público por ver algo que no habían visto nunca.
En las dos primeras décadas del siglo, el diseñador, cuyo nombre
oficial era director artístico, desempeñó un papel fundamental
cuando el cine se volvió cada vez más ambicioso en escala y en
espectáculo: Cabiria (Giovanne
Pastrone, 1914), Intolerancia
(Intolerance, David Wark Griffith, 1916),
Los diez mandamientos (The Ten Commandments, Cecil B. De Mille,
1923), Metrópolis (Fritz
Lang, 1927) y Napoleón
(Napoleon, Abel Gance, 1927). Gracias al trabajo de estos artistas
y sus departamentos, el cine podía volver el pasado a la vida,
era capaz de transportar al espectador a lugares exóticos y de
revelar sorprendentes visiones del futuro.
Otro acontecimiento procedente de Europa con
gran influencia en Hollywood (que retomaremos más adelante en
el epígrafe referente al decorado fantástico) fueron las investigaciones
expresionistas alemanas iniciadas por la asombrosa El
gabinete del Dr. Caligari (Das Kabinet des Doktor Caligari, Robert
Wiene, 1919). Fascinado por los decorados
alemanes, Douglas Fairbanks también quiso ir más lejos. Para El ladrón de Bagdad (The Thief of Bagdad, Raoul Walsh, 1924),
film que también protagonizaría, pidió a William Cameron Menzies
el diseño y construcción de una Bagdad mágica e irreal. Sólo después,
con el decorado terminado, le ofreció al joven Raoul Walsh la
dirección de la película. Michel Chion (6) señala que es probable
que también los decorados de Ben Carré para las películas mudas
americanas dirigidas por Maurice Tourneur ayudaran a que el cine
de Hollywood fuese más allá de las estrictas convenciones del
realismo en lo que a decorados se refiere.
En los años veinte, los alemanes, para los
que el decorado era una arquitectura en el espacio que se podía
explorar en tres dimensiones, andaban a la cabeza. En Fausto
(Faust, eine deutsche Volkssage,
F. W. Murnau, 1926), los decoradores Herlth y Röhrig no construyeron
enteramente cada decorado, sino tan sólo lo que el público vería
a través de la cámara. Esta nueva concepción tenía un evidente
interés financiero, pero también estético, ya que se pensaba en
el decorado en términos de imagen. Murnau, invitado por Hollywood
para rodar Amanecer
(Sunrise, 1927), se
llevó consigo a su decorador y figurinista Rochus Gliese, quien
pudo llevar a cabo investigaciones extraordinarias gracias al
capital norteamericano. Para esta película también se realizó
el decorado imprescindible, lo que implicaba una construcción
previa del plano.
En la misma época, el arte del decorado en
Francia sólo progresaba con las películas estilizantes de Jean
Epstein y Marcel L’Herbier. Para La
inhumana (L’inhumaine, Marcel L’Herbier, 1924) el
arquitecto Mallet-Stevens y Fernand Léger crearon un decorado
ostensiblemente falso y estilizado. Por otra parte, mientras en
Alemania se construían interiores y exteriores, en Francia los
exteriores eran reales y sólo se realizaban los interiores. Conseguir
la transición continua del espacio, es decir, pasar de un interior
construido a un exterior más o menos real, tratando de que la
ilusión de realidad y de perspectiva no resulte alterada para
el espectador, ha sido siempre la hazaña definitiva del director
artístico. El decorado francés se benefició de la llegada de emigrados
rusos como Andreiev (decorador de Stanislaski) y sobre todo de
Lazare Meerson, quienes colocaron en primer lugar los materiales
reales (ladrillo, hierro, carpintería) y plantearon problemas
de encuadre, perspectiva e iluminación. Bajo los techos de París (René Clair, 1930), donde Lazare Meerson
presentaba un París totalmente estilizado, fue un éxito mundial.
La influencia de Meerson, que contrarrestaba el negro expresionista
con un blanco fulgurante, fue enorme. Cedric Gibbons, que viajó
a París, convertiría el gran decorado blanco en la marca de la
MGM.
En Estados Unidos, las clases medias comenzaron
poco a poco a aceptar el cine como un arte respetable elaborado
por especialistas formados en las disciplinas tradicionales. En
este afán por otorgar prestigio al nuevo arte encontramos al magnate
de la prensa William Randolph Hearst, quien irrumpió en 1920 en
el campo cinematográfico. Hearst quería convertir a Marion Davies
en una gran estrella dramática y contrató a Joseph Urban, el diseñador
teatral más conocido y prestigioso de Estados Unidos, para que
enmarcara con sus suntuosos diseños a la actriz. Urban, nacido
en Viena y formado como arquitecto, fue contratado por Hearst
cuando era ya una auténtica estrella capaz de aportar prestigio
y respetabilidad a las producciones de Cosmopolitan Pictures.
El interés del brillante arquitecto vienés por el cine se debió
incrementar por la naturaleza arquitectónica del decorado fílmico,
frente a la naturaleza pictórica del teatro o la ópera. Los proverbiales
conflictos entre Urban y los directores de las películas en las
que trabajó hicieron que los ejecutivos de Cosmopolitan tomaran
conciencia no sólo de la enorme importancia de los diseños, sino
también de la complejidad del fenómeno cinematográfico. La batalla
principal de Urban se centraba en influenciar en la atmósfera
de la película y no sólo en el diseño de los decorados.
Otros directores
artísticos supervisores, como Anton Grot y William Cameron Menzies,
se caracterizaron por su concepción del diseño cinematográfico
como ilustración. Grot y Menzies diseñaban plano a plano la producción
de sus películas, definiendo el aspecto visual global de muchas
películas y sugiriendo ambientes, la colocación de personajes,
la disposición de movimientos, la sucesión de plano y la iluminación.
Todo esto era llevado a cabo mediante el dibujo, pues Grot y Menzies
eran ante todo ilustradores que visualizaban el relato y lo plasmaban
en complejos storyboards.
Parece ser que fue Anton Grot el que inició esta práctica. Grot,
nacido en Polonia, se formó en Cracovia y Alemania, dotó de una
atmósfera común a sus obras y fue posiblemente el primer diseñador
de producción de la historia del cine norteamericano. Fue director
artístico supervisor de Warner Bros. desde 1927 hasta su jubilación
en 1948, lo que explica que las películas de este estudio tuvieran
un aire centroeuropeo cercano al expresionismo alemán. Grot diseñaba
en su totalidad algunas de las producciones más significativas
de la productora, una nueva técnica en la que también se formó
su ayudante William Cameron Menzies.
Con el nacimiento del sistema de estudios
los artistas y artesanos parecieron unirse a los estudios que
mejor se ajustaran a su talento o bien adaptaron sus propios estilos
al de los estudios. Por ejemplo, Cedric Gibbons, con su interés
por el arte moderno, la arquitectura y el lujo, encontró un hogar
perfecto en la MGM, que se especializaría en romances atractivos
y superficiales en los cuales el glamour era el elemento estilístico
clave. Mientras tanto, Charles D. Hall, un ciudadano británico
que había conocido el expresionismo de primera mano mientras trabajaba
en Europa en los años veinte, encontró un hogar perfecto en la
Universal, famosa por sus expresionistas películas de horror gótico
en los años treinta. Su estilo expresivo y eficaz caracterizaría
la mayor parte del cine fantástico de este periodo.
En los primeros años de Hollywood, cuando
las competencias de cada creador no estaban claramente delimitadas,
los conflictos entre directores y diseñadores eran frecuentes,
como hemos visto al hablar de Urban. Este es también el caso de
Wilfred Buckland y Cecil B. De Mille. Buckland, uno de los principales
diseñadores escénicos de Broadway, fue el primer diseñador de
categoría que llegó a Hollywood. Mientras De Mille quería que
el director artístico se comportara como un artesano que realiza
los fondos, Buckland consideraba su deber opinar sobre los ángulos
de cámara, la agrupación de los actores y otros aspectos de la
filmación. Su máxima contribución fue la introducción de la luz
artificial, un recurso teatral que, aplicado al cine, extrajo
el máximo partido de los actores y los decorados.
A pesar de la variada
procedencia de los directores artísticos, la profesión privilegió
a los arquitectos. Los pintores, ilustradores y escenógrafos teatrales
debían someterse a la disciplina de los constructores, con lo
que no resulta sorprendente que los supervisores artísticos de
los grandes estudios fueran básicamente arquitectos. Dentro de
estos supervisores encontramos a quienes se involucraron de un
modo directo en sus películas y a quienes mantuvieron una actitud
más distanciada.
Dentro del primer grupo se halla Hans Dreier,
que fue director artístico supervisor de Paramount desde 1923
hasta su jubilación en 1950. Dreier, nacido en Bremen y formado
como arquitecto en Munich, aportó a este estudio un aire germánico
con influencias expresionistas. Antes de emigrar a Estados Unidos
trabajó en Berlín para la UFA. Es considerado un maestro en la
sutil evocación de la atmósfera, con su sabio manejo de las luces
y las sombras. Dreier parece haber absorbido el espíritu primitivo
de la Bauhaus, ya que creyó en siempre en el valor del trabajo
en equipo y en la virtud de ciertas prácticas para la educación
artística, al tiempo que mantuvo cierta fidelidad al mundo torturado,
con intensos claroscuros, del expresionismo. Dreier reclutaba
a sus ayudantes de un modo serio y riguroso en escuelas de arquitectura
y diseño, aunque su formación se completaba en el estudio. Allí,
Dreier, a pesar de su aire militar y fuerte disciplina, estimulaba
el estilo y la personalidad individual de cada diseñador, sin
dejar nunca de controlar todo lo que pasaba en su estudio-escuela.
El caso de Van Nest Polglase y Cedric Gibbons es bien diferente.
En el Hollywood de los años treinta, donde, aún con ciertas dosis
de embellecimiento y exageración, la mayor preocupación del decorado
era el realismo, la comedia musical fue el género que dio lugar
a investigaciones decorativas especialmente estilizadas. Van Nest
Polglase, arquitecto y diseñador antes de pasarse al cine, fue
director artístico supervisor de la RKO desde 1932 hasta 1941,
periodo en el que el estudio produjo las célebres películas de
Ginger Rogers y Fred Astaire, además de King Kong, Ciudadano Kane,
Los últimos días de Pompeya
(The Last Days of Pompeii, Ernest B. Schoedsack,
1935) o Esmeralda la zíngara
(The Hunchback of Notre Dame, William Dieterle,
1939). Polglase buscó un art
déco muy gráfico, basado en oposiciones de blanco y negro
puros, con pocos matices intermedios. Sin embargo, resulta difícil
saber qué se debe al talento creador de Van Nest Polglase. Tenía
una personalidad difícil y un acusado alcoholismo, que hizo que
el trabajo recayera cada vez más en los directores artísticos
de cada película, con lo que su supervisión acababa siendo puramente
nominal. No obstante, pese a su irregularidad, sus dotes como
diseñador son indudables.
Cedric Gibbons fue
el verdadero prototipo de director artístico supervisor. Hombre
elegante y refinado, famoso por sus matrimonios con hermosas actrices,
reinó en el imperio artístico de la MGM, compuesto por unos dos
mil especialistas, de 1924 a 1956. Hijo y nieto de arquitectos,
Gibbons fue educado para sucederles, aunque su vocación por la
pintura hizo de él una personalidad artística híbrida muy apropiada
para el cine. Para Gibbons todo debía ser moderno, lujoso y rico,
pero sin recargamientos excesivos. Gibbons concebía su trabajo
como ingeniería o arquitectura y propugnó la subordinación del
decorado a los actores. Como su contrato estipulaba que su nombre
debía aparecer en los créditos de todas las producciones del estudio,
su filmografía oficial consta de unos 1.500 títulos. Pese a leyenda
negra que afirma que no realizó ni uno solo de los diseños que
se le atribuyen, parece que Gibbons sí diseñó personalmente algunas
partes importantes de algunas producciones. Su mayor habilidad
fue, sin embargo, conseguir un gusto uniforme en el grupo de artistas
bien preparados que reunió. Fue el primer director artístico que
utilizó de modo evidente el estilo art déco en sus escenografías, algo que
caracterizó los decorados de la MGM hasta los años cuarenta. También
lanzó la moda del big white
set, un decorado con fondo blanco que permitía una estilización
muy contrastada y un tratamiento lumínico característico en el
tratamiento del espacio.
Durante al edad dorada
del sistema de estudios los films eran producidos enteramente
en los estudios, donde se construían tanto los interiores como
los exteriores. Cada estudio tenía un supervisor artístico, un
jefe del departamento artístico que tenía un pequeño ejército
de artesanos trabajando bajo sus órdenes. Era función del supervisor
artístico establecer el estilo visual predominante, aunque rara
vez tomara parte activa en los diseños para una película determinada,
los cuales eran usualmente ejecutados por los unit
art directors. Estos artesanos eran a menudos reclutados por
el supervisor artístico de otros estudios o industrias y tenían
estilos e intereses similares al suyo, lo que aseguraba la continuidad
de su estilo. Estos artesanos, a menudo trabajando conjuntamente,
creaban todos los diseños y decorados para una película, los cuales
eran después simplemente aprobados por el supervisor artístico.
Con todo esto, los unit
art directors se arreglaban a menudo para desarrollar su propio
estilo, fácilmente identificable dentro de este estricto sistema
jerárquico.
En Europa, aunque
había algunos estudios dominantes (como la UFA en Alemania), nunca
se llegó a desarrollar un sistema de estudios similar al norteamericano.
Sin embargo, también se dio una cierta cadena de montaje en la
industria cinematográfica y los directores artísticos trabajaban
más o menos como sus homólogos americanos. Lazare Meerson y Alexander
Truaner fueron tan importantes para el cine europeo clásico como
lo eran Cedric Gibbons, Hans Dreier o Van Nest Polglase en el
cine norteamericano de la misma época.
Aunque casi todos los grandes directores artísticos de
la edad dorada de Hollywood trabajaron para estudios específicos,
unos pocos diseñadores se mantuvieron independientes. El más importante
de éstos fue William Cameron Menzies, quien a pesar de su estatus
encontró mucho trabajo dentro del sistema. Su reputación era considerable,
hasta el punto de que poderosos productores y directores evitaban
a los directores artísticos del estudio para contratarlo. Menzies
se convertiría en el modelo del moderno “diseñador de producción”
cuando trabajó para Lo que el viento se llevó. El productor David O. Selznick quería a
alguien a cargo de los diseños, más que el usual ejército de diseñadores,
para asegurar la continuidad visual del film. Encargó esta tarea
a Menzies e inventó el término production
designer para ayudar a aclarar su función. Era tarea de Menzies
supervisar cada elemento visual del film, desde el diseño de vestuario,
los decorados, los efectos especiales y la combinación de colores.
Incluso tenía cierto poder a la hora de elegir el estilo de fotografía
y el ángulo de cámara a través de sus storyboards y notas para muchas de las
escenas. Así, el “diseñador de producción” se impuso como el primer
título de la jerarquía de la dirección artística. Como veremos,
es el diseñador de producción el que organiza la narración a través
del diseño. Todo comienza con la historia y las decisiones sobre
el diseño siguen, en general, el propósito de apoyar la narración.
Los directores artísticos hablan continuamente de la necesidad
de servir a la historia.
Después de Menzies,
otros directores artísticos empezaron a ser conocidos como diseñadores
de producción y sus ayudantes heredaron el título de director
artístico. Mientras el diseñador de producción era responsable
del diseño general del film, el director artístico administraba
el presupuesto del departamento artístico, controlaba el programa
de trabajo y supervisaba la construcción de los decorados.
Robert Sennett (7)
apunta que lo que de verdad hace un director artístico o un diseñador
de producción depende en la era en la que esté trabajando y del
estudio (o compañía productora) para el que trabaja. Como hemos
mencionado, el contrato de Cedric Gibbons en MGM le otorgaba crédito
por todos los filmes del estudio, tanto si los había diseñado
como si no. Su poderosa personalidad y su exigencia de control
centralizado puso su sello visual en los productos de la MGM durante
treinta años: impecable, elegante y de buen gusto hasta el final,
casi independientemente del tema del film. Por otra parte, un
diseñador moderno como Dean Tavoularis, que trabaja frecuentemente
con Francis Ford Coppola, se pone al servicio de un film particular,
produciendo obras inmediatas, individuales e intensas como El
padrino (The Godfather, 1972) y Apocalypse
Now (1979).
Tanto americanos
como europeos, como hemos visto, muchos de los grandes directores
artísticos de los treinta y cuarenta tenían una educación arquitectónica.
Y por una buena razón. Con la incorporación de muchas disciplinas,
incluyendo diseño estructural, diseño de interiores y el estudio
de movimientos artísticos pasados y contemporáneos, la arquitectura
probó ser una valiosa preparación para los futuros directores
artísticos. Por otra parte, los arquitectos están acostumbrados
a adaptar su talento a las necesidades del cliente al mismo tiempo
que mantienen su propio estilo, además de trabajar con un presupuesto
y plazos de entrega, todos factores importantes en la industria
cinematográfica. Los jefes
de departamento Hans Dreier y Cedric Gibbons encontraron una fuente
de talento en la California de los años treinta, jóvenes arquitectos
recientemente graduados que no podían ejercer su profesión durante
los oscuros días de la gran depresión. Por otra parte, Lazare
Meerson, Alexandre Trauner, Vincent Korda y muchos otros, fueron
educados como pintores. No obstante, cualquiera que fuera su educación,
los diseñadores de producción de todos lo periodos admiten haber
aprendido la mayor parte de su oficio cuando estaban trabajando.
El paso al color
de finales de los treinta y principios de
los cuarenta había cambiado fundamentalmente el arte del
decorado. Ya en la época del blanco y negro se creaban los decorados
en distintos matices destinados a obtener gamas de luminosidad,
con lo que el color no era más que una nueva aportación que había
que controlar. Los años cincuenta marcaron un cambio gradual en
la concepción decorativa, destronando poco a poco el decorado
de estudio. Irónicamente, observa
Peter Ettedgui (8), no mucho después de la aparición del
espléndido nuevo título de diseñador de producción, el cine mundial
comenzó aparentemente a menospreciar la contribución del departamento
artístico. Con el final de la segunda guerra mundial, los cineastas
italianos del neorrealismo anunciaron una nueva era al filmar
sus películas totalmente en localizaciones reales. Su ejemplo
inspiró a los directores franceses de la nouvelle
vague, quienes también abandonaron los decorados de los estudios
a favor de las calles. Su rebelión contra las rígidas prácticas
de sus predecesores basadas en el estudio fue continuada por los
movimientos cinematográficos independientes que florecieron por
todas partes. A finales de los cincuenta, la edad dorada de los
estudios hollywoodienses estaba llegando a su fin y la influencia
de este nuevo espíritu se manifestó en películas contraculturales
como Bonnie y Clyde
(1967) y Easy Rider, en busca de mi destino (Easy Rider, Dennis Hopper, 1969). Además de la vitalidad y realismo
que se ganaba al rodar fuera de los confines del estudio, también
resultaba mucho más barato. Como consecuencia, los mundos enteramente
creados por el departamento artístico en el estudio desaparecieron.
Sólo quedaron algunos visionarios como Federico Fellini, que seguía
creando en estudio un mundo que, por otra parte, él asumía como
ostensiblemente falso. Fellini, junto a sus directores artísticos
Dante Ferretti o Danilo Donati, es uno de los pocos directores
que ha mantenido la tradición clásica de los decorados de estudio
sin recurrir a la manipulación de imágenes.
En los años ochenta
se inició, como reacción contra las modas naturalistas, una modesta
recuperación del decorado a la antigua, aunque limitada a algunas
películas. En Corazonada
(One from the Heart, 1982), Francis Ford Coppola recreaba Las Vegas en estudio, con su director
artístico Dean Tavoularis, homenajeando así el pasado y las estilizadas
películas de colores violentos de Michael Powell y Emeric Pressburger.
Actualmente, el cine fantástico recurre mucho a las maquetas y
a los decorados pintados, devolviendo parte de su antigua influencia
al departamento artístico. Sin embargo, nos hallamos en un nuevo
el contexto donde la imagen es, cada vez más, producto de superposiciones
y de manipulaciones fotográficas, cuya creación se realiza tanto
en el laboratorio, sobre la película, como en el estudio.
Aunque el decorado
en el cine parece haber emprendido un declive irreversible (especialmente
con la desaparición de numerosos estudios y de los oficios que
se ocupaban de su realización), lo cierto es que rodar en lugares
recreados tiene un interés económico y ha encontrado de nuevo
un interés dramático y estético. Quizá en la relativa inversión
de esta tendencia se puede apreciar una pizca de nostalgia y el
deseo de volver a la grandeza de otros tiempos. En todo caso,
el papel del diseño en el cine contemporáneo ha tenido que ser
reinventado por profesionales como Henry Bumstead, Ken Adam, Richard
Sylbert, Dante Ferretti, Dean Tavoularis, Stuart Graig, Patricia
Von Brandenstein, Anna Asp o Dan Weil. Estos diseñadores no están
interesados en la decoración per se, sino que para ellos el proceso de diseño tiene que ver con
destilar un concepto visual a partir de las preocupaciones temáticas,
emocionales y psicológicas del guión. Este concepto se convierte
en el factor determinante de todas las elecciones estéticas del
diseñador: la masa y el volumen del decorado, la fuente de luz,
la elección de exteriores, los colores, los tejidos, las texturas
y complementos del vestuario. Con el fin de crear una apariencia
unitaria para la película todos estos elementos deben resonar
los unos con los otros y evocar una atmósfera apropiada para la
historia y los personajes. El diseño un film no tiene nada que
ver con la moda o con el diseño de interiores, sino que está al
servicio de la expresión dramática.
De acuerdo con Peter
Ettedgui, tanto en un sentido estético como práctico, el director
de producción es el arquitecto de las ilusiones representadas
sobre la pantalla. Algunas veces, la naturaleza de la ilusión
exige que el diseño sea una estrella más del film: resulta inolvidable
la espectacular visión de la ciudad de Gotham creada por Anton
Furst y su director artístico Nigel Phelps en Batman (Tim Burton, 1989), o la rica evocación atmosférica de los años
treinta de Richard Sylbert para Chinatown
(Roman Polanski, 1974). La ciencia ficción, la fantasía, los
musicales y los films de época ofrecen la más obvia plataforma
para la creación de diseños memorables. Sin embargo, debemos recordar
que incluso si el tema es contemporáneo, o el estilo emula el
documental, estamos todavía contemplando una ilusión que ha sido
diseñada. Las historias cinematográficas, incluso cuando son tomadas
de la vida, son ficciones. La responsabilidad del diseñador es
hacer creer a la audiencia que el artificio que están viendo es
real.
NOTAS: