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A MARLON BRANDO, IN MEMORIAM
Por Lucía Solaz Frasquet


Imagino que la primera vez que vi a Marlon Brando debió ser en Rebelión a bordo, una película de aventuras típica del sábado por la tarde en aquellos tiempos en los que la televisión todavía era un monopolio estatal.

Sin embargo, el Marlon Brando que se prendió de mi retina adolescente fue, como corresponde a la alteración hormonal propia del periodo, el de películas con un mayor contenido romántico: enamorado de una dulce Jean Simmons en Desirée y de la bellísima Miiko Taka en Sayonara. Pero sobre todo lo recuerdo enfundado en la camiseta del brutal Stanley Kowalski de Un tranvía llamado Deseo. Esa escena en la escalera... Qué no hubiera dado por ser Kim Hunter.

Muy joven todavía, la suya fue la primera biografía que leí de un actor o actriz: Marlon Brando, de Gary Carey (ed. Ultramar).

Maltratados físicamente y con el alma desgarrada, sus personajes eran a menudo hombres emocionalmente vulnerables pero, al mismo tiempo, salvajemente peligrosos. Imposible no dejarse seducir por un animal tan bello y tan atormentado.

El primero de Julio de 2004 murió físicamente el considerado por algunos “mejor actor de todos los tiempos”. No voy a discutir aquí la pertinencia de esta etiqueta. Uno siempre se convierte en el mejor cuando muere: pregúntenle a James Stewart, Robert Mitchum o Gregory Peck.

De lo que no cabe duda es de que Brando se ha convertido en un mito: fue uno de los actores más influyentes de su generación y constituyó un modelo que seguirían intérpretes como Paul Newman, James Dean, Robert De Niro, Dustin Hoffman, Al Pacino, William Hurt, Mickey Rourke, John Malkovich o Sean Penn.

Marlon Brando nació en Omaha, Nebraska, el 3 de Abril de 1924. Fue el tercer hijo de Marlon Brando Sr. y Dorothy Pennebaker. Su padre, fabricante de productos químicos, era un recio y convencional ciudadano de ideas conservadoras y temperamento solemne y colérico. Su madre, de mente liberal e ideas avanzadas, tenía una predisposición natural hacia las artes y fue uno de los puntales de un grupo teatral semiprofesional de Omaha muy bien considerado y campo de entrenamiento de actores como Henry Fonda y Dorothy McGuire. También las hermanas mayores de Marlon, Jocelyn y Frances, heredaron el físico y el temperamento artístico de su madre. La relación del matrimonio Brando fue turbulenta y Dorothy cayó en periódicos accesos de alcoholismo. La familia se mudaba a menudo debido al trabajo del padre.

Marlon Brando fue un niño muy problemático, travieso y nada interesado en los estudios. También en aquellos tempranos años se hicieron patentes su hipersensibilidad, su amor por los animales, su preocupación por los marginados, su compasión hacia el prójimo y su rechazo de la hipocresía.

Fue un adolescente acomplejado por su aspecto físico: desgarbado, miope, con mala dentadura y con tendencia a la obesidad. Cuando fue expulsado de la Universidad de Libertyville, su padre insistió en que precisaba una buena dosis de disciplina y lo matriculó en una academia militar. Marlon odiaba todo lo relacionado con la Academia Militar de Shattuck y pasó la mayor parte de su estancia allí en la enfermería, simulando indisposiciones y enfermedades.

Después intentó sin éxito dedicarse a la música. Trabajó unas semanas en una constructora de azulejos y, ante la poco atractiva salida que le ofrecía su padre de unirse a él en el negocio de los insecticidas, decidió seguir los pasos de su madre y sus hermanas marchándose a Nueva York a estudiar Arte Dramático. Tenía 19 años.

A principios del otoño de 1943, Marlon ingresó en el Taller Dramático de Erwin Piscantor, donde le fue asignada como profesora Stella Adler, hija del célebre actor del teatro yiddish Jacob Adler y antigua alumna de Constantin Stanislavsky. Stella Adler se percató inmediatamente del talento de Brando, quien por primera vez en su vida se convirtió en un estudiante diligente.

Con Stella Adler aprendió que actuar era algo más que un bagaje de trucos técnicos, más que mímica, más que pasear con gracia sobre las tablas y declamar adecuadamente. Actuar era un proceso creativo donde el actor tenía que hacer uso de todas las fibras de su personalidad, de todas su experiencia, de todo su conocimiento y de todas sus observaciones para dar forma a las ideas del autor.

Para ampliar sus conocimientos, Brando se inscribió en cursos de francés, artes plásticas y filosofía; estudió baile, esgrima y yoga, así como las expresiones de amigos y conocidos, almacenando sus impresiones para futuras experiencias.

Por aquellas fechas, resultaba muy apuesto, aunque algo taciturno e inaccesible.  Muy pronto fue considerado el “mejor actor del Taller”.

Apareció en obras de teatro como I Remember Mama y Truckline Café (dirigida por Elia Kazan), pero el éxito llegó en 1947 con Un tranvía llamado Deseo, la obra Tennessee Williams dirigida por Elia Kazan donde también trabajaban Kim Hunter, Jessica Tandy y Karl Maden. Brando interpretó el grosero personaje de Stanley Kowalski, al que aborrecía, durante año y medio. Kowalski se fue adueñando de él en los momentos en que el tímido Marlon se tenía que enfrentar a los desconocidos. Preocupado, comenzó un tratamiento psiquiátrico que se extendería durante años.

En aquella época, Jack Palance le rompió accidentalmente la nariz y Marlon se negó a operarse para que recobrase su forma original. Su nueva nariz le daba un aspecto más duro y sexy a un rostro hasta entonces excesivamente perfecto.

Su primera película en Hollywood fue Hombres (The Men, 1950), una producción de Stanley Kramer dirigida por Fred Zinnemann, donde daba vida a un veterano de guerra paralítico que se incorporaba dolorosamente a la vida civil. Antes de iniciar el rodaje vivió durante un mes como un parapléjico más en el Birmingham Veterans Hospital.

De regreso en Nueva York, reemprendió sus clases en el Actors Studio, un taller profesional que había sido fundado en 1947 por Elia Kazan y el productor Cheryl  Crawford. El Actors Studio estaba dedicado a promocionar el sistema interpretativo de Stanislavsky, pronto conocido como el “Método”, y que consistía básicamente en crear el personaje de dentro hacia fuera: el actor ahonda en sus propias experiencias, recuerdos y emociones para duplicar las del personaje que interpreta. Al ser Marlon Brando el primer componente del grupo que alcanzó la fama, se convirtió en el actor modelo del Método. Los jóvenes estudiantes imitaban los detalles superficiales de su actuación, sus demoradas entradas, el moroso arranque de la frase, su represión emotiva o su violencia. Pese a que el nombre de Marlon Brando aparece inextricablemente ligado al del Actors Studio, su personalidad inconstante e independiente le impedía estar ligado a una práctica regular.

Hombres recibió buenas críticas generales, pero fue la adaptación cinematográfica de Un tranvía llamado Deseo (A Streetcar Named Desire, Elia Kazan, 1951) la que lo catapultó a la fama. Aunque los periodistas vaticinaron que esta película acapararía todos los Óscar, y mientras Vivien Leigh, Kim Hunter y Karl Maden recibían sus estatuillas, finalmente el Óscar al mejor actor fue para Humphrey Bogart. La Academia se negaba a premiar a un actor que desdeñaba salvajemente a Hollywood.

Su siguiente película fue ¡Viva Zapata! (Elia Kazan, 1952), donde interpretaba a Emiliano Zapata, el granjero medio indio jefe de los campesinos en la revuelta de 1910 contra el dictador Porfidio Díaz, en un guión de Steinbeck. Brando inició un romance con Movita Castenada, una actriz mejicana que actuaba como extra. ¡Viva Zapata! consiguió ser mencionada como una de las mejores películas del año, Brando recibió una nominación para el Óscar y Anthony Quinn recibió una estatuilla por su labor como actor secundario. Un mes antes de su estreno, Kazan había confesado ante el Comité de Actividades Antiamericanas su pasada pertenencia al Partido Comunista e identificado a algunos amigos como poseedores del carnet del partido. Varios de sus antiguos colaboradores, entre los que no se encontraba Brando, se negaron a volver a trabajar con él.

Para interpretar a Marco Antonio en la adaptación de la obra de Shakespeare Julio César (Julius Caesar, Joseph L. Mankiewicz, 1953), Marlon Brando se preparó intensamente con clases de canto y dicción e innumerables ensayos. Aunque ni el actor ni el director resultaron ser los idóneos para enfrentarse al genio inglés, su interpretación impresionó a los críticos.

Brando, entusiasta de las motocicletas, aceptó participar en Salvaje (The Wild One, Laszlo Benedek, 1954), una película basada en un acontecimiento real: la destrucción de un pueblo a manos de cuatro mil motoristas. El filme, convertido rápidamente en objeto de culto entre la juventud, resultó una decepción para Brando, pues no analizaba la cuestión de la violencia juvenil como él esperaba, sino que la convertía en algo divertido y sin demasiado sentido.

La actuación dejó de reportarle satisfacción y a partir de entonces comenzó a anunciar su retiro cada seis o siete meses.

Regresó a Nueva York huyendo de los problemas domésticos con Movita y retrasó un viaje a Europa para participar en una obra de teatro, Héroes, con sus antiguos amigos de Broadway.

Tras dos meses en Europa, Brando aceptó protagonizar La ley del silencio (On the Waterfront, Elia Kazan, 1954), cuyo argumento se basaba en una serie de artículos escritos por Malcolm Johnson (premiados con un Pulitzer) acerca del crimen y la corrupción de los estibadores sindicados de Nueva York. Durante el rodaje de esta película, Brando se encontraba en un penoso estado mental, en parte resultado de su ruptura con Movita. El actor se mostró cálido, gentil y vulnerable, y recibió un Óscar por la que es considerada como una interpretación modélica. Esta película marca el fin de la etapa más creativa en la carrera cinematográfica del actor.

Brando era cada vez más famoso, pero los papeles que le ofrecían eran cada vez menos interesantes. Aceptó la oferta de Darryl F. Zanuck para actuar en la superproducción Sinuhé el egipcio, pero se retiró del proyecto tras el primer ensayo. Zanuck presentó una demanda por incumplimiento de contrato y finalmente la Twentieth Century-Fox accedió a retirarla si Brando interpretaba a un edulcorado Napoleón en el romance histórico Desirée (Henry Koster, 1954). Brando odiaba el papel, pero si lo abandonaba se enfrentaba a la cárcel. Fue una época muy dura para él, ya que además su idolatrada madre murió repentinamente de un ataque cardiaco.

Deseoso de hacer algo más ligero, aceptó intervenir en Ellos y ellas (Guys and Dolls, Joseph L. Mankiewicz, 1955), la versión cinematográfica de un musical de Broadway, junto a Jean Simmons y Frank Sinatra. Para prepararse, retomó sus clases de canto y baile, lo que no impidió que su interpretación fuese un fracaso, a tono con el resto del filme.

A los treinta y un años, Marlon Brando comenzó a desprenderse de los extravagantes adornos de su personalidad. Cesaron las declaraciones escandalosas y las locuras publicitarias, ya no vestía tejanos ni lanzaba insultos contra Hollywood.

Tras el desastre de Ellos y ellas llegó otro: La casa de té de la luna de agosto (The Teahouse of the August Moon, Daniel Mann, 1956). El tema de la exitosa novela, convertida en obra teatral y luego en guión cinematográfico, donde unos japoneses engañan a las fuerzas armadas de los Estados Unidos, junto con la atracción de Brando hacia la cultura oriental, lo decidieron a participar en esta película. Redujo drásticamente su peso y estudió japonés, pero el papel resultaba ridículo para él.

En 1955, Brando fundó Pennebaker Productions. El actor-productor, además de garantizarse una buena parte de los beneficios, tenía el control artístico  de la película, algo que Brando ambicionaba. Tras perder una cantidad considerable de dinero en proyectos que no llegaron a realizarse, Brando aceptó protagonizar Sayonara (Joshua Logan, 1957) con la condición de cambiar el conservador final de la novela. Su personaje, además de proceder de los estados del sur, debía casarse con la chica japonesa para de este modo luchar contra el prejuicio racial norteamericano. Joshua Logan aceptó estas condiciones y Sayonara le proporcionó a Marlon Brando su tercera nominación para el premio de la Academia y una pequeña fortuna (además de su salario, recibió un porcentaje de los cuantiosos beneficios de taquilla).

Brando dejó su amado Japón por Alemania para rodar El baile de los malditos (The Young Lions, Edward Dmytryk, 1958), adaptación de la novela épica de Irwin Shaw sobre la Segunda Guerra Mundial, junto a Montgomery Clift. Brando interpretaba a un profesor de esquí alemán que se integra en el movimiento nazi, pero la película cambiaba el final de Shaw y mostraba un personaje menos ruin y más sensible, algo que no fue aceptado por el público.

Tras un año de intenso trabajo, Brando se tomó unas largas vacaciones. En 1957 se casó con Anna Kashfi, una galesa nacida en Calcuta, con la que tuvo a su primer hijo, Christian. El matrimonio fue breve y tumultuoso. Se separaron antes de un año y muy pronto se iniciaron una serie de dramas jurídicos por la custodia del niño que duraron varios años.

Los problemas también provenían de su productora. Tras muchos meses de retraso en un proyecto largamente acariciado y una considerable inversión monetaria, Brando decidió convertirse en director con El rostro impenetrable (One-Eyed Jacks, 1961), un extraño western donde se ve el mar y que ha ido ganando con los años. Destacaba el realismo y la brutalidad de la secuencia en la que su personaje es flagelado. Por aquel entonces, la obsesión de Brando por el autocastigo ya se estaba convirtiendo en un chiste. La experiencia, además de resultar agotadora, lo arruinó.

Brando se hallaba trabajando en el montaje de El rostro impenetrable cuando aceptó trabajar en la adaptación de El descenso de Orfeo, otra obra de Tennessee Williams. Piel de serpiente (The Fugitive Kind, Sydney Lumet, 1960), que contaba también con la presencia de Anna Magnani, Joanne Woodward y Maureen Stapleton, resultó un completo fracaso.

La Paramount, que había puesto la mayor parte del capital de producción de El rostro impenetrable a cambio de los derechos de distribución, terminó por quitarle a Brando la película de las manos y efectuar los cortes necesarios para reducir su metraje a dos horas y veintiún minutos, lo que supuso una traumática experiencia para su director. Cuando por fin fue estrenada, en Marzo de 1961, recibió en general críticas favorables, pero no logró ningún beneficio económico.

En 1960, los empobrecidos estudios de Hollywood estaban revisando sus archivos en busca de material adecuado para realizar nuevas versiones de viejos éxitos. Rebelión a bordo (Mutiny on the Bounty, Lewis Milestone, 1962), un carísimo remake de rodaje caótico, fue recibido fríamente por parte de la crítica y el público. Brando había dejado definitivamente de ser una atracción taquillera.

Para desconsuelo de Rita Moreno, Marlon Brando contrajo inesperadamente matrimonio con Movita Castenada, embarazada de su hijo Miko. También Tarita, compañera de Brando en Rebelión a bordo, esperaba un hijo del actor, Tehotu. Al mismo tiempo, las querellas legales con su primera mujer, Anna Kashfi, por la custodia de Christian, continuaban. Brando pasó mucho tiempo en los tribunales. De su matrimonio con Movita también nació Rebecca. Nuevamente divorciado, se casó con Tarita y tuvieron otra niña, Cheyenne.

Para hacer frente a sus gastos, Brando siguió actuando en películas de dudosa calidad.  Su excelencia el embajador (The Ugly American, 1963), dirigida por su amigo George Englund, atacaba la desacertada ayuda americana en el sudeste asiático. Participaba además la hermana del actor, Jocelyn Brando, cuya carrera había sido truncada por la caza de brujas. Supuso un nuevo fracaso de taquilla. En Dos seductores (Bedtime Story, Ralph Levy, 1964), Brando recibió las peores críticas de su carrera.

En 1963, el actor compró un atolón de trece pequeñas islas llamado Tetiaroa. Las actividades relacionadas con la batalla por los derechos civiles empezaron a consumir la mayor parte de su energía.

Regresó a los estudios para rodar Morituri (Bernhard Wicki, 1965), a la que le seguiría La jauría humana (The Chase, Arthur Penn, 1966), donde realiza una deslucida interpretación. Tras un problemático rodaje, Sierra prohibida (The Appaloosa, Sydney J. Furie, 1966) fue incluida dentro de las diez peores películas del año.

La condesa de Hong Kong (The Countess From Hong Kong, Charles Chaplin, 1967) no fue ni el buen papel ni el director que los entusiastas de actor deseaban para él. La animadversión entre Brando y Sofía Loren era evidente y la película recibió críticas muy negativas.

La prematura muerte de Montgomery Clift, viejo rival de Brando, le permitió protagonizar la adaptación de una novela de Carson McCullers, Reflejos en un ojo dorado (Reflections in a Golden Eye, John Huston, 1967). El  nombre de Elizabeth Taylor aparecía en los créditos antes que el suyo, algo que no ocurría desde Un tranvía llamado Deseo. Su interpretación de un reprimido militar homosexual incomodó al público y, pese a su calidad, la película fracasó.

Candy (1968) fue una desafortunada película dirigida por Christian Marquand, amigo de Brando. Con La noche del día siguiente (The Night of the Following Day, Hubert Cornfield, 1968), el actor concluía su contrato con la Universal. Aunque las críticas no fueron buenas, se alabó la interpretación de Brando.

El guión de Queimada (Queimada/Burn!, Gillo Pontecorvo, 1970), una producción franco-italiana que trataba un episodio de la colonización del Caribe por los españoles, encajaba con las ideas del actor sobre los derechos humanos. Sin embargo, el rodaje fue muy problemático, la United Artist cambió el guión para arriesgarse a ofender a los portugueses en lugar de a los españoles, que suponían un mayor número de espectadores, y alteró el montaje, perjudicando así el significado y la continuidad de la historia. 

Para recuperarse de la odisea que supuso Queimada, Brando se tomó unas largas vacaciones con su familia en Tahití y comenzó a preocuparse por temas medioambientales.

Apareció en Los últimos juegos prohibidos (The Nightcomers, Michael Winner, 1972), una pequeña producción británica de tintes eróticos basada en la novela de Henry James Otra vuelta de tuerca, cuyo estreno pasó desapercibido frente a la expectación de otro estreno, El padrino. 

La Paramount, al borde de la bancarrota, había comprado los derechos de El padrino antes de que la novela de Mario Puzo se convirtiera en un éxito de ventas. El escritor, encargado también de la escritura del guión, sugirió el nombre de Marlon Brando para interpretar a Vito Corleone, pero los productores se negaron en redondo al recordar los desastres financieros de Rebelión a bordo o Queimada. Con Coppola, el proyecto pasó a ser una superproducción; Brando se interesó por el papel y accedió a realizar una prueba, la primera desde aquellos lejanos días de Broadway, que convenció a los productores. A pesar de los ataques de la crítica, El padrino (The Godfather, Francis Ford Coppola, 1972) se convirtió en un clamoroso éxito de taquilla y situó a Brando de nuevo en las portadas de las revistas. Volvió a ser considerado uno de los mejores actores norteamericanos de todos los tiempos, algo impensable considerando la mayoría de sus películas de la década pasada.

Antes del estreno de El padrino, Brando había aceptado protagonizar El último tango en París (Last Tango in Paris, 1972), la nueva y arriesgada película del prometedor director italiano Bernardo Bertolucci, junto a la joven y liberal Maria Schneider. En esta película, enfocada como un ejercicio psicológico, no se llega a saber dónde acaba Brando y dónde empieza su personaje. Desde su estreno se convirtió en un filme controvertido. En Francia fue un éxito de crítica y público; en Italia, como en España (esas incursiones a Perpiñán y la nueva visión de la mantequilla), fue censurada; en Estados Unidos provocó reacciones encontradas. 

Nominado por sexta vez al Óscar por su papel en El padrino, Brando envió a la ceremonia a una princesa apache, Sacheen Pequeña Pluma, quien rechazó el premio en su nombre debido “al trato dispensado a los indios americanos en este país”. Este gesto provocó un gran revuelo. Nuevamente nominado al año siguiente por El último tango en París, el premio fue para Jack Lemmon.

Brando trabajó durante dieciocho meses en Enterrad mi corazón en Wounded Knee, un proyecto que no llegó a realizarse sobre la lucha de los Sioux por conseguir un nuevo tratado con el gobierno que mejorara los derechos del pueblo indio. Rechazó varios papeles hasta que la falta de dinero lo obligó a aceptar el primero que se presentó. Missouri (The Missouri Breaks, Arthur Penn, 1976), junto a su amigo Jack Nicholson, resultó un absoluto fracaso. 

Francis Ford Coppola decidió adaptar la novela de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas en una superproducción sobre la guerra de Vietnam que se convertiría en Apocalypse Now (1979). Brando interpretó el corto pero esencial papel del demente coronel Kurtz en un rodaje de pesadilla que, por una vez, no tuvo que ver con su intervención.

Corta pero sumamente lucrativa fue también su participación en la multimillonaria Supermán (Superman: The Movie, Richard Donner, 1978), donde su digna interpretación del padre del héroe complació al público y a la crítica.

Brando precisaba grandes sumas de dinero para mantener su atolón y su numerosa familia, además de para financiar su propio proyecto, una serie televisiva sobre los indios al estilo de Raíces. Cuando se enteró de que se estaba preparando Raíces II: La próxima generación, insistió en participar interpretando un papel de villano y donó su sueldo a obras de caridad. Nunca consiguió el apoyo necesario para realizar su propia serie.

Su siguiente trabajo, en La fórmula (The Formula, John G. Avildsen, 1980), fue nuevamente corto y lucrativo, pero no muy bien recibido por el público.

Durante los siguientes años se concentró en sus actividades referentes a la defensa de los derechos humanos. Abandonaba esporádicamente su escondite en el Pacífico para aparecer en entrevistas televisivas en las que se centraba en los temas sociales y eludía las cuestiones personales. A los sesenta años, parecía haber hinchado expresamente su sueldo y su figura para colocarse fuera del mercado cinematográfico.

Sin embargo, su numerosa prole, el mantenimiento de su atolón Teiteroa, al que pretendía convertir en un paraíso ecológico, y sus actividades humanitarias, le impedían retirarse por completo. Por otra parte, a pesar de su constante desdén hacia la profesión, es muy posible que sintiera la necesidad interior de continuar actuando.

No volvería a participar en una película hasta Una árida estación blanca (A Dry White Season, Euzhan Palcy, 1989), por la que recibió una nueva nominación, esta vez como actor secundario. Interpretaba un breve papel, el de un abogado defensor de los derechos humanos, en una película en contra de la segregación racial, tema muy querido por el actor.

Desgraciadamente, en los años noventa su nombre apareció con frecuencia en los periódicos sensacionalistas. En 1991, su hijo Christian fue condenado a diez años de prisión por matar al novio de su hermana Cheyenne. Brando se arruinó en la defensa del joven y no pudo evitar que su hija, ex adicta a las drogas y víctima de la depresión, se suicidara en 1995. Regresó a los tribunales cuando María Cristina Ruiz lo demandó por la manutención de sus tres hijos, a los que reconoció.

Nuevamente recurrió a papeles cortos y bien remunerados en películas, por lo general, fácilmente olvidables: El novato (The Freshman, Andrew Bergman, 1990), Cristóbal Colón: el descubrimiento (Christopher Columbus: The Discovery, John Glen, 1992), Don Juan DeMarco (Jeremy Leven, 1995), La isla del Dr. Moreau (The Island of Dr. Moreau, John Frankenheimer, 1996), The Brave (The Brave, Johnny Depp, 1997), Asalta como puedas (Free Money, Yves Simoneau, 1998) y Un golpe maestro (The Score, Frank Oz, 2001).

En 2002, sufrió un ataque de neumonía que lo obligó a usar silla de ruedas y mascarilla de oxígeno. Su obesidad le provocaba además serios problemas coronarios. Murió a los ochenta años de edad. Estaba estudiando su participación en una nueva película.

Quizá porque le sobraba, Brando no le concedía demasiada importancia al talento. Lo consideraba algo frívolo. Manifestó con frecuencia que la interpretación no le reportaba la más mínima satisfacción y que lo hacía únicamente porque era una actividad muy bien pagada. Se preguntaba constantemente si lo que hacía valía realmente la pena y a menudo no se tomaba sus papeles en serio.

Además de sus numerosas erratas, de la biografía escrita por Gary Carey me llamaron especialmente la atención las declaraciones del propio Brando acerca de su consideración de que “el sexo no tiene sexo”. No dejaba de ser irónico que alguien que era tenido por el “prototipo del macho americano”, con una manifiesta atracción por las mujeres, sobre todo las exóticas, confesase con toda naturalidad que no se avergonzaba en absoluto de sus experiencias homosexuales. Y es que el Marlon Brando nunca se sometió a lo que otros esperaban de él.

Se dijeron, se dicen y se dirán tantas cosas. Gran actor, sí, pero qué vida personal tan desastrosa: mal padre, mal marido, misógino y egoísta. ¿Es este el triste, mezquino consuelo del envidioso?

Entonces viene a mi mente una frase de Robert Dilts: “Cuanto más intensa es la luz, más grande e intensa es la sombra”.

 

Filmografía

Hombres (The Men, Fred Zinnemann, 1950)

Un tranvía llamado Deseo (A Streetcar Named Desire, Elia Kazan, 1951)

¡Viva Zapata! (Viva Zapata!, Elia Kazan, 1952)

Julio César (Julius Caesar, Joseph L. Mankiewicz, 1953)

Salvaje (The Wild One, Laszlo Benedek, 1954)

La ley del silencio (On the Waterfront, Elia Kazan, 1954

Desirée (Desirée, Henry Koster, 1954)

Ellos y ellas (Guys and Dolls, Joseph L. Mankiewicz, 1955)

La casa de té de la luna de agosto (The Teahouse of the August Moon, Daniel Mann, 1956)

Sayonara (Sayonara, Joshua Logan, 1957)

El baile de los malditos (The Young Lions, Edward Dmytryk, 1958)

Piel de serpiente (The Fugitive Kind, Sydney Lumet, 1960)

El rostro impenetrable (One-Eyed Jacks, Marlon Brando, 1961)

Rebelión a bordo (Mutiny on the Bounty, Lewis Milestone, 1962)

Su excelencia el embajador (The Ugly American, George Englund, 1963)

Dos seductores (Bedtime Story, Ralph Levy, 1964)

Morituri (Morituri/The Saboteur, Code Name Morituri, Bernhard Wicki, 1965)

La jauría humana (The Chase, Arthur Penn, 1966)

Sierra prohibida (The Appaloosa, Sydney J. Furie, 1966)

La condesa de Hong Kong (The Countess From Hong Kong, Charles Chaplin, 1967)

Reflejos en un ojo dorado (Reflections in a Golden Eye, John Huston, 1967)

Candy (Candy, Christian Marquand, 1968)

La noche del día siguiente (The Night of the Following Day, Hubert Cornfield, 1968)

Queimada (Queimada/Burn!, Gillo Pontecorvo, 1970)

Los últimos juegos prohibidos (The Nightcomers, Michael Winner, 1972)

El padrino (The Godfather, Francis Ford Coppola, 1972)

El último tango en París (Last Tango in Paris, Bernardo Bertolucci, 1972

Missouri (The Missouri Breaks, Arthur Penn, 1976)

Superman (Superman: The Movie, Richard Donner, 1978)

Apocalypse Now, (Apocalypse Now, Francis Ford Coppola, 1979)

La fórmula (The Formula, John G. Avildsen, 1980)

Una árida estación blanca (A Dry White Season, Euzhan Palcy, 1989)

El novato (The Freshman, Andrew Bergman, 1990)

Cristóbal Colón: el descubrimiento  (Christopher Columbus: The Discovery, John Glen, 1992)

Don Juan DeMarco (Don Juan DeMarco, Jeremy Leven, 1995)

La isla del Dr. Moreau (The Island of Dr. Moreau, John Frankenheimer, 1996)

The Brave (The Brave, Johnny Depp, 1997)

Asalta como puedas (Free Money, Yves Simoneau, 1998)

Un golpe maestro (The Score, Frank Oz, 2001)

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