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CINE, ARQUITECTURA Y ESPACIO
FANTÁSTICO
Por Lucía
Solaz Frasquet
1. Cine y Arquitectura
Los elementos y lugares arquitectónicos aparecen en
el cine desde los primeros tiempos. Los hermanos Lumière no contaban
historias y las calles, casas y fábricas de sus películas ofrecen
una visión más bien documental. Sin embargo, cineastas como Georges
Méliès empezaron muy pronto a filmar historias que requerían decorados,
aunque sus primeros recursos eran totalmente teatrales, con telones
pintados incluidos.
En la abundante literatura sobre historia del cine,
la función del diseño de decorados, especialmente en su retrato
de visiones urbanas, ha recibido escasa atención. Durante mucho
tiempo ha sido, como señalan Mary Corliss y Carlos Clarens, el “más
distinguido y menos reconocido” de las distintas artes fílmicas.
Tradicionalmente, el análisis fílmico ha enfatizado el papel del
director y del actor, como ejemplifica la teoría del autor. La arquitectura
también implica un esfuerzo colaborador y, sin embargo, aquí también
se ha privilegiado tradicionalmente la función del arquitecto sobre
los demás participantes y factores en el proceso de construcción.
Otra razón
para el largo abandono del tema de la arquitectura en cine es el
hecho de que demasiado a menudo el diseño de decorados es únicamente
advertido en un “estado colectivo de distracción” como Walter Benjamin
ha caracterizado los encuentros con el cine y la arquitectura. Decorados
cuya construcción puede haber llevado meses y costado millones,
aparecen frecuentemente en pantalla durante unos pocos minutos o
incluso segundos y el espectador podría estar distraído por la trama
en ese preciso instante. Un examen más preciso de los decorados
requiere una cierta falta de respecto hacia las condiciones técnicas
del medio, que característicamente determina y limita el tiempo
y el lugar para su contemplación. Tenemos que parar el filme para
poder estudiar el encuadre o rebobinarlo varias veces para poder
visionar una escena específica más de una vez.
No obstante, en los últimos años se ha producido un
renovado interés en el diseño de decorados y ha habido un creciente
número de publicaciones, exposiciones y conferencias sobre el tema
del cine y arquitectura. Esta
relación puede ser vista desde muchos aspectos, desde los documentales
que se han hecho sobre un determinado arquitecto o edificio, hasta
los arquitectos que han trabajado, esporádica o profesionalmente,
para el cine, pasando por la escenografía más o menos arquitectónica,
o por la relación entre ciudades y cines, o incluso por las películas
cuyo protagonista es un arquitecto. Aquí nos interesa principalmente
la relación entre el espacio fílmico y el espacio arquitectónico
en relación con la puesta en escena.
Aunque muchas veces el lugar
donde transcurre la acción pasa desapercibido, muchas otras veces
la arquitectura adquiere tanto protagonismo como los actores o las
acciones y se erige en verdadera protagonista, creadora del sentido
del filme y estructuradora de la narración y de la puesta en escena.
La arquitectura está siempre presente en la imagen cinematográfica,
a no ser que la película se haya rodado íntegramente en un desierto,
un bosque o una selva. Desde el mismo comienzo, los encuentros entre cine
y arquitectura han sido inevitables. Estos incluyen el muy lamentado
empleo de decorados seleccionados arbitrariamente o utilizados anteriormente,
convincentes retratos de la velocidad y la emoción de la vida en
la ciudad, documentales propagandísticos de la arquitectura moderna
y minuciosas y fieles reconstrucciones históricas, además de los
estilos característicos de los estudios hollywoodenses
de los años treinta y cuarenta. Quizás los casos más fascinantes
(y aquellos para los que el término arquitectura
cinematográfica parece más adecuado), según apunta Dietrich
Neumann (1), son aquellos en los que la arquitectura es creada para
una película determinada y existe sólo por y a través del filme,
pero sin embargo refleja y contribuye al debate arquitectónico contemporáneo.
En tales ocasiones, el cine como medio de comunicación de masas
puede desempeñar un papel muy importante en la recepción, crítica
y diseminación de las ideas arquitectónicas.
Neumann declara que la selección de filmes para su
libro trata de poner en claro los tres papeles principales de la
arquitectura cinematográfica: como una reflexión y comentario sobre
el desarrollo contemporáneo, como un campo de pruebas para visiones
innovadoras y como un terreno en el cual puede realizarse un enfoque
diferente del arte y la práctica arquitectónicas. Al mismo tiempo,
Neumann intenta demostrar el irresistible poder visual y calidad
informativa de los bocetos, dibujos y modelos de los diseñadores
de decorados, que son usualmente desestimados como meros subproductos
del proceso artístico.
Anthony Vidler (2) examina el aspecto del cine que
ha actuado, desde el principio del siglo veinte, como una especie
de laboratorio para la exploración de la arquitectura y la ciudad.
Los ejemplos de tal experimentación son bien conocidos e incluyen
la lista completa de los géneros fílmicos. El cine ha parecido anticipar
las formas arquitectónicas en la ciudad. Sólo tenemos que pensar
en los iconos de las utopías expresionistas para encontrar ejemplos,
desde El gabinete del Dr.
Caligari (Das Kabinet
des Doktor Caligari, Robert Wiene, 1919) a Metrópolis (Metropolis, Fritz Lang, 1927), que tuvieron éxito,
donde la arquitectura había fallado, en construir el futuro en el
presente.
El obvio papel de la arquitectura en la construcción
de los decorados, la entusiasta
participación de los propios arquitectos en la empresa y la igualmente
clara habilidad del cine a la hora de construir su propia arquitectura
a base de luces y sombras, escala y movimiento, permitió desde el
principio la intersección mutua de estas dos artes espaciales. Muchos
cineastas modernistas han tenido pocas dudas acerca de las propiedades
arquitectónicas del cine. Desde la cuidadosa descripción de Georges
Méliès de la apropiada organización espacial del estudio en 1907
a la reafirmación de Eric Rohmer del cine como un “arte espacial”
unos cuarenta años más tarde, la metáfora arquitectónica, si no
su realidad material, ha sido considerada esencial para la imaginación
cinematográfica. Igualmente, arquitectos como Hans Poelzig (quien
junto con su mujer, la escultura Marlene Poelzig, realizó los bocetos
y modeló los decorados para El
Golem, Der Golem. Wie Er In Die Welt Kam, Paul Wegener y Carl
Boese, 1920) y Andrei Andreiev (que diseñó los decorados para la
película de Robert Wiene Raskolnikoff (1923)) no dudaron en colaborar
con los cineastas del mismo modo en que habían servido previamente
a los productores teatrales.
Desde luego, para cineastas como Sergei Eisenstein,
originariamente educados como arquitectos, el arte cinematográfico
ofrecía el potencial para desarrollar una nueva arquitectura de
tiempo y espacio no trabada por las limitaciones materiales de gravedad
y cotidianeidad.
A partir de esta intersección de las dos artes fue
desarrollado un aparato teórico que vio la arquitectura como el
lugar fundamental de la práctica fílmica, la auténtica e ideal indispensable
matriz del imaginario cinematográfico y, al
mismo tiempo, situaba el cine como el arte espacial modernista
por excelencia (una visión de la fusión del espacio y del tiempo).
El potencial del cine para explotar este nuevo terreno, visto como
la base de la estética arquitectónica modernista por Siegfried Giedion,
fue reconocida muy pronto. Fue el historiador del arte Elie Faure,
influenciado por Fernand Léger, quien primero acuñó un término para
la estética cinematográfica que conjugaba las dos dimensiones: “cineplastics”.
Para Faure, el cine era ante todo un arte plástico que representaba,
en cierto modo, una arquitectura en movimiento que debía estar en
constante equilibrio con los decorados y los paisajes. En el cine,
que incorpora tiempo y espacio, el tiempo se convierte en una dimensión
y en un instrumento del espacio.
Según Frederick Adiyan (3), los filmes de hoy en día
son un reflejo de nuestra sociedad. Los egipcios usaban jeroglíficos
grabados en los muros de sus tumbas y los griegos y romanos simbolizaban
sus dioses y mitos a través de sus edificios. La arquitectura de
hoy en día ha perdido esto, ha perdido el sentido para la gente
que la usa. La relación entre arquitectura y cine podría ser usada
para restablecer esto a través de los temas e intereses de las películas
de ciencia ficción con los que la mayoría de la gente se puede identificar.
Los edificios eran diagramas tangibles del estado del mundo, inscritos
con importantes sucesos y mitos. Ahora este medio ha cambiado de
la arquitectura al cine.
Los medios de comunicación han desplazado a la arquitectura
como la referencia clave para la sociedad. Adiyan comenta que los
arquitectos deberían trabajar con los cineastas para recuperar el
importante papel que desempeñaba en los años veinte, cuando el cine
era un modo de ver e influenciar la creación arquitectónica. Según
Adiyan, los arquitectos deberían usar el cine para ayudarse a soñar.
Los decorados de Flash Gordon tienen expresión arquitectónica, pero también expresan
la alegría arquitectónica de vencer la gravedad. Es este estado
emocional lo que el cine ofrece a la arquitectura.
1. 2. Espacio arquitectónico
y espacio fílmico
Posiblemente las relaciones potenciales entre cine
y arquitectura nunca han sido discutidas más apasionadamente que
durante la era del cine silente en la Alemania de Weimar, como evidencia
el abundante número de textos sobre el tema. De hecho, fue dentro
del debate cinematográfico donde las emergentes discusiones sobre
el espacio en arquitectura encontró un primer y fructífero forum,
varios años antes de que de que el concepto de la centralidad de
la experiencia espacial fuera adoptada como un principio esencial
de la teoría del Movimiento Moderno. La ausencia de restricciones
financieras y técnicas del “mundo real” también parecía prometer
un terreno ideal para un enfoque diferente del arte y práctica arquitectónicos.
Solamente el cine permitía al diseñador crear un entorno total para
una determinada figura. Se podía pedir al diseñador no sólo que
inventara ciudades, edificios individuales y espacios, sino que
también les proporcionara una historia, con diseños e indicios de
uso, con el fin de conectarlos con la narración fílmica y dotarlos
de significado. El arquitecto y diseñador de decorados francés Robert
Mallet-Stevens escribió en 1929: “El decorado, para ser un buen
decorado, debe actuar. Tanto si es realista, expresionista, moderno
o histórico, debe desempeñar su función... El decorado debe presentar
al personaje antes de que éste aparezca, debe indicar su posición
social, sus gustos, sus hábitos, su estilo de vida, su personalidad.”
(4) Así, el cine también proporcionaba el único terreno en el cual
uno de los dogmas centrales del modernismo arquitectónico podía
ser fácilmente satisfecho: la noción de que forma y contenido están
lógica e inextricablemente conectadas. Liberado de los límites de
la construcción real, la arquitectura cinematográfica expresionista
podía aspirar a los ideales de las otras artes, a la expresión de
sentimientos esenciales en una forma arquitectónica.
Jorge Gorostiza (5) apunta
que el nexo de unión entre la arquitectura como disciplina y el
cine debe ser el espacio, el espacio arquitectónico entendido en
su sentido más amplio. La relación entre espacio arquitectónico
y espacio cinematográfico queda establecida por medio de la representación
en dos dimensiones de algo que en realidad tiene tres.
La arquitectura, el paisaje
y la escenografía son elementos prefílmicos, es decir, dotados de
una existencia y de una significación previas al acto de la filmación.
Además, se refieren a artes de la representación anteriores al cine.
Como indica Antonio Costa (6), estos elementos prefílmicos se convierten,
una vez filmados, en elementos constitutivos del espacio fílmico,
pero no en espacio fílmico propiamente dicho. Eric Rohmer (7), en
su estudio dedicado a la organización del espacio en Fausto
(Faust, eine
deutsche Volkssage, F.W. Murnau, 1926), distingue tres tipos de
espacio y aclara esta diferencia de modo ejemplar:
En el espacio pictórico se considera la imagen
cinematográfica como una representación, más o menos fiel y más
o menos bella, del mundo. Es posible relacionar la iluminación,
el dibujo y la composición con estilos, escuelas y pintores concretos.
El espacio arquitectónico corresponde a las partes del mundo, naturales
o construidas, dotadas de una existencia objetiva en lo prefílmico.
Son las formas o los conjuntos de formas que se muestran al espectador,
es decir, todo lo que constituye el diseño de producción.
El espacio fílmico es un espacio virtual, reconstruido por el espectador
a partir de una operación de sutura imaginaria. El desglose en secuencias
y planos (découpage) y
el montaje organizan tanto la duración de la película como su espacio.
El espacio fílmico, aunque no corresponda a ningún espacio objetivo
real, es convertido en habitable por medio de la imaginación del
espectador. El espacio del filme es siempre un producto: producto
de un técnica, pero también de la mente del espectador.
El espacio fílmico se basa
en una serie de significados codificados por la cultura de una época
y de una sociedad, pero también se basa en una serie de relaciones
que establece la estructura del texto fílmico entre esos mismos
significados. El predominio de uno de estos tres componentes espaciales
puede caracterizar tanto una tendencia determinada como los rasgos
distintivos de un género o el estilo de un autor. Así, la primacía
del espacio pictórico se produce cuando se da una preponderancia
a los valores compositivos del encuadre, o bien cuando la atención
se centra en los valores lumínicos. El predominio del componente
escenográfico, en el sentido teatral más que en el arquitectónico,
aparece en todo su esplendor en el cine de Méliès, siempre a la
búsqueda de lo pintoresco y maravilloso. Esta subordinación de todos
los demás elementos a la escenografía también se da en el expresionismo
alemán, donde la deformación del espacio adquiere valores metafóricos.
La teatralidad y la exhibición del carácter escenográfico del espacio
aparece también en películas de Max Ophüls, Fellini o Minnelli.
Como indica Áurea Ortiz (8), una película crea un mundo de
ficción paralelo al nuestro. De este modo, cualquier película propone
al espectador un mundo imaginario que ha de pasar por posible y
que debe ser, ante todo, verosímil. Sin embargo, verosímil no quiere
decir real. El mundo de la película parece real y continuo, pero
no lo es. Como hemos indicado, el espacio fílmico es siempre un
espacio ilusorio, construido mentalmente mediante la unión de fragmentos
inconexos que dan la impresión de continuidad espacial, como si
lo que estuviéramos viendo fuera un fragmento de la realidad, aunque
en la práctica sólo son imágenes fragmentarias, planos unidos por
el montaje. Eso que nos parece una parte del mundo real sólo es
un fragmento ilusorio, construido. La tridimensionalidad es sólo
un efecto, pues la película es una superficie plana, con altura
y anchura, pero sin profundidad. Por lo tanto, los decorados construidos
o los fragmentos naturales escogidos no tienen la misión de ser
habitables en la vida real, sino sólo eficaces en la ficción, aunque
para ello haya que falsear los datos reales. La arquitectura del
cine está hecha para ser vista, no para ser vivida y habitada.
Puesto que la misión de
la arquitectura no es ser habitada, sino vista y penetrada por una
cámara, ofrece un margen de libertad muy amplio al diseñador. Alfonso
Sánchez lo expresó así: “El arquitecto puede trazar los planos de
una calle entera, de una casa, de una habitación o de una catedral,
seguro de verla surgir, con exactitud a su pensamiento, sobre los
platós de un estudio. El cine da nueva vida a pasajes de la historia,
sitúa conflictos en cualquier época y recoge la estampa de no importa
qué apartada latitud. Todo ello permite que el decorador se desenvuelva
en un campo sin limitación de tiempo y espacio. El cinema representa
para el arquitecto el logro de una ambición artística que vence
toda la imposibilidad de la técnica y el medio. Y si para la materialidad
del edificio que lo alberga el cine tiene el desprecio de la sombra,
en cambio enciende mil focos para alumbrar la realización del sueño
del artista.” (9)
El cine no tiene por qué
ser fiel a estilos pasados o presentes. Se pueden mezclar y adulterar
formas, estilos, texturas, escalas y colores. La única exigencia
es su funcionalidad dramática. Dado que una película no es una lección
de historia ni un tratado artístico, sino una representación, una
ficción, todo lo que aparezca en el plano será consecuencia de la
exigencia de la ficción, aunque esa exigencia implique adulterar
y falsear la realidad.
En el prefacio a la segunda edición del magnífico
libro de Juan Antonio Ramírez (10), éste nos habla de las diez lecciones
sobre la arquitectura en el cine, donde destaca el hecho de que
el cine es un espacio de libertad para la arquitectura. En efecto,
la arquitectura para el celuloide no tiene por qué ser fiel a los
estilos en los que se inspira, sino que las formas se mezclan y
adulteran en un eclecticismo característico. Todo es válido a la
hora de evocar un momento y crear el lugar apropiado para la situación
dramática. Sin duda, los edificios creados para el cine son la única
arquitectura verdaderamente funcional, pues han sido diseñados para
desempeñar papeles concretos en películas determinadas. Llegó un
momento en que la arquitectura “real” copió las fantasías arquitectónicas
que se veían en pantalla, del mismo modo que los espectadores imitaban
el vestuario de las estrellas o la decoración art
déco de los espacios donde se movían los héroes del celuloide.
El cine tiene el gran potencial de mostrar cómo puede la arquitectura
ser más importante para las necesidades de la sociedad. Durante
los últimos noventa años de filmes futuristas, las ideas arquitectónicas
se han convertido en puntos de partida para la realidad. Poco después
de la finalización de los primeros hoteles de John Portman y del
Museo Guggenheim de Frank Lloyd Wright se puso en evidencia que
sus interiores recordaban a los decorados de los filmes de ciencia
ficción, lo que hizo que la gente se diera cuenta de lo importantes
que son las películas para la arquitectura. Muchos diseñadores de
diferentes disciplinas utilizan ideas derivadas de los filmes de
ciencia ficción para generar su propio trabajo. No son sólo imágenes,
sino que encarnan también ideales, progreso y cambio compartidos
por escritores, artistas y arquitectos de la época.
Ramírez (11) habla de seis notas características de
la arquitectura en cine:
1. En primer lugar, la arquitectura cinematográfica
es fragmentaria, de modo que normalmente se construye sólo aquello
necesario para la filmación. La imposibilidad de construir los techos
para facilitar la iluminación y la toma de sonido marcó la estética
cinematográfica, que privilegiaba los pavimentos.
Hasta el éxito de Ciudadano
Kane no se puso de moda la construcción o imitación de los techos
en los decorados.
2. La arquitectura cinematográfica altera los tamaños
y las proporciones respecto a la arquitectura real. El cine ha presentado
toda la gama posible en la alteración de las escalas, bien para
realzar a los personajes frente al decorado, bien para dar la impresión de una grandeza desmesurada,
bien para dotar a las escenas de un deliberado carácter fantástico
y surreal.
3. La arquitectura fílmica rara vez es octogonal,
como en la mayoría de los edificios ordinarios, sino que presenta
curiosas deformidades, como plantas trapezoidales, salientes, ángulos
y relieves que nunca se encontrarían en la vida real. Estas alteraciones
se producen tanto con fines prácticos como expresivos.
4. La arquitectura cinematográfica es una arquitectura
exagerada. Sus rasgos ordinarios
pueden mostrar una mayor simplicidad, eliminando los elementos que
dificultan una lectura rápida, o bien una mayor complejidad, enfatizando
los rasgos significativos. Dado que la cámara tiende a aplanar las
superficies, se tiende a simplificar los decorados eliminando lo
accesorio mientras se realza el diseño de los elementos con significado.
5. La arquitectura cinematográfica es elástica (debido
a la fragilidad de los elementos utilizados que, paradójicamente,
la salvó de terremotos) y móvil, lo que permite su reutilización
de los decorados
6. La arquitectura cinematográfica es una de la más
rápidas de la historia y los decorados no tienen valor más allá
de la filmación. Aunque construir una casa en un estudio puede resultar
más caro que construir una casa de verdad en otro sitio, la primera
opción ahorra tiempo. Sin embargo, las construcciones fílmicas,
fuera de la pantalla, no son más que extravagancias.
Dado que la arquitectura
en el cine tiene un cometido dramático y existe sólo en función
de la historia que se cuenta, Áurea Ortiz (12) explica que la arquitectura
cinematográfica está sometida a dos procesos complementarios: en
primer lugar a un proceso de abstracción, de reducción de las formas
y estilos arquitectónicos a lo esencial para los intereses del filme,
a lo necesario para la ambientación; y en segundo lugar, a un proceso
de exageración de fragmentos o de determinados detalles (ventanas,
molduras, huecos, columnas, etc.) que, puesto que deben ser percibidos
por el espectador, han de ser desproporcionados y destacar en el
resto de la construcción.
El espacio fílmico no es
sólo ilusorio, sino también perfectamente controlable. La premisa del trabajo de Julie D. Dercle (13) es
que todos los tipos de artes plásticas intentan crear un ilusión
perfecta, un mundo con todos los aspectos de la realidad y sin embargo
enteramente bajo el control de su creador, aunque la ejecución de
semejante mundo es imposible. De acuerdo con el programa kantiano,
el cine narrativo es el primer ejemplo de un arte causal/temporal,
mientras la arquitectura es el primer arte espacial. Tanto el cine
como la arquitectura son formas de comunicación y procesos de diseño.
Todas las artes plásticas, en su intento de crear
la ilusión perfecta, tratan de controlar el espacio, el tiempo y
la causalidad en un mayor o menor grado. Cada proceso artístico
enfatiza uno de los tres componentes kantianos de la realidad (espacio,
tiempo y acción), aunque manipula los tres.
La tarea del cineasta consistiría pues en transmitir
al espectador una imagen de un mundo distinto que existe sólo dentro
de los confines del filme. No es sólo un mundo construido con hechos
y valores, con relaciones espaciales y temporales, sino también
con relaciones causales, con situaciones “si-entonces”. En contraste
con el mundo fuera de la pantalla, que está sujeto a las leyes físicas,
el mundo filmado es controlado enteramente por el cineasta.
2. Arquitectura fantástica
Fue el cine realizado en la República de Weimar a
partir de 1919 el que inició la tendencia de dar a la arquitectura
una función principal en las películas. Después de la guerra, la
industria cinematográfica alemana produjo filmes sobre redes de
espionaje, detectives y localizaciones exóticas, abriendo por lo
tanto el camino para que la arquitectura se expresara.
El comienzo del periodo expresionista vio una influencia
del arte en el cine que no estaba afectada por estructuras políticas
y sociales. Los filmes de este periodo eran cortos y orientados
gráficamente. La estilización de estos primeros filmes transmitía
un entorno de distorsión y exageración representado en dos dimensiones.
Un ejemplo de esto lo encontramos en El
gabinete del Dr. Caligari, que enfatiza el potencial gráfico
de la arquitectura. Las puertas, las ventanas y los tejados son
sesgados y crean perspectivas deliberadas para ayudar a la audiencia
a visualizar el ambiente de un loco y la imágenes contraídas de
un manicomio. Este efecto apareció en muchas de las primeras películas
fantásticas y de terror, como en El
hombre de las figuras de cera (Das
Wachsfigurenkabinett, Leo Birinsky y Paul Leni, 1923) o Nosferatu (Nosferatu, Eine Symphonie des Grauens, F. W. Murnau, 1922).
Después de
la Primera Guerra Mundial, Alemania sufrió económicamente y la política
del país influyó marcadamente en las artes alemanas. El partido
nazi determinaba los temas y asuntos que creían que Alemania debía
contemplar. La economía del país redujo los encargos para la construcción
de edificios y como consecuencia muchos arquitectos se vieron afectados.
Esto alimentó un interés y una necesidad de emplear el cine como
un medio para comunicar ideas arquitectónicas y aliviar la falta
de trabajo durante la época de guerra. La industria fílmica alemana
se benefició de la guerra dado que se dirigió más esfuerzo y dinero
a la industria con el fin de difundir propaganda política. El gobierno
alemán se dio cuenta del potencial del cine como vehículo para la
propaganda, ya que se estimaba que tres millones y medio de alemanes
iban al cine cada tarde. Esto provocó que se alentara a los arquitectos
a que se implicaran en la industria cinematográfica. Otro de los
motivos más importantes es el hecho de que durante la guerra todas
las competiciones arquitectónicas internacionales habían sido temporalmente
suspendidas, con lo que los arquitectos necesitaban el cine como
medio para mantener vivas sus ideas. De este modo, el cine se convirtió
en un medio esencial para los arquitectos y para todos aquellos
preocupados con el arte. Fueron los arquitectos visionarios los
que vieron el cine como una oportunidad perfecta para establecer
un diálogo con la audiencia alemana. Esto produjo un cambio en los
filmes alemanes, que se volvieron menos gráficos y artificiales
para adoptar un estilo arquitectónico.
Asociaciones de arquitectos, artistas y directores
formaron movimientos como la Film
League, con miembros tan conocidos como Peter Brehrens y Bruno
Paul. Estos grupos intentaban mejorar el cine y proveer un vínculo
entre el cine, las artes gráficas y la literatura. Dos de los filmes
producidos por el grupo fueron los muy influyentes El
Golem y Metrópolis. Ambos pertenecen al periodo
inicial del expresionismo alemán, cuando el cine cobró ímpetu y
la arquitectura se convirtió en estrella cinematográfica.
El arquitecto Hans Poelzig trabajó en varios filmes
basados en leyendas y cuentos de hadas donde nacieron y tomaron
cuerpo ideas arquitectónicas en forma de películas. En 1920 Hans
Poelzig trabajó para El Golem
de Paul Wegener, que se convirtió en un clásico y preparó el terreno
para la arquitectura expresionista. El filme está cargado de símbolos
históricos y tiene lugar en el barrio judío de Praga, donde se incorpora
la pasión contemporánea por el gótico. Se construyó una ciudad completa,
exacta hasta el último detalle. El éxito de estos decorados fue
total. Los directores confiaban completamente en el entorno para
expresar el drama de un modo claramente pictórico. Los decorados
de El Golem recuerdan a Caligari, pero son mucho menos gráficos y poseen un espacio más tridimensional.
Aunque están muy alejados de la norma, traían el inconfundible aroma
de algo nuevo. Esto fue crucial para el desarrollo de la imaginería
arquitectónica en cine. La grotesca atmósfera gótica sugiere un
mundo teñido de nerviosa expectación, secretos y fosos.
El segundo filme clásico del movimiento expresionista
fue Metrópolis, que destaca
la conexión entre arquitectura y cine. El padre de Fritz Lang era
arquitecto y el propio director había sido educado como arquitecto
antes de entrar en el mundo del cine. Esta era una transición común
para los arquitectos de esta época en la que escaseaba el trabajo.
En los años veinte, la industria alemana estaba compitiendo fuertemente
con el cine norteamericano. Como resultado, muchos directores alemanes
y europeos comenzaron a imitar el carácter de las películas americanas
contra las que competían. Esta es la razón por la que Metrópolis
es una ciudad cuyos rasgos recuerdan la escala, diseño social y
el futuro de las ciudades norteamericanas. Además, la visita de
Lang a Nueva York y sus fantásticos rascacielos en 1924 desempeñó
un papel muy influyente en la arquitectura del filme.
Estos dos filmes prepararon el terreno y proporcionaron
los medios de expresión para las ideas arquitectónicas de los años
veinte. Otorgaron una realidad temporal a una arquitectura que,
de otro modo, nunca habría sido vista. La arquitectura presente
en estas películas y otras de este mismo periodo parecen buscar
un nuevo ambiente y no basan toda su elaboración en la tecnología,
aunque ésta tenga su parte. Este hecho es reconocido en Metrópolis,
que incorpora la arquitectura con el arte, pero con un pensamiento
y un sentido histórico y espiritual. Esto se perdió en la obra de
la Bauhaus, de los futuristas italianos y otros movimientos de los
años veinte.
Estos filmes mostraron que la arquitectura podía ser
usada para explorar el impacto psicológico de la forma y el espacio,
del poder expresivo de los distintos términos (primer plano, plano
medio y fondo), de las diagonales descendientes, de los horizontes
altos y bajos, de los distorsionados caminos en escorzo y de los
varios modos de iluminación, desde las fuentes puntuales a la saturación
lumínica. Se creía que estos tipos de técnicas de presentación en
cine conducirían a nuevas relaciones espaciales en la vida cotidiana
que podrían ser intrínsecas a otras artes como la arquitectura.
Aquellos que empleaban el cine como medio estaban constantemente
buscando nuevas sensaciones, que eran exageradas y que iban más
allá de la imaginación, con la esperanza de que la guerra y el deterioro
social y económico no afectara al país. Mientras tanto, la creación
de espacio y volumen en el contexto de películas futuristas era
un logro pionero, un nuevo comienzo en la relación entre arquitectura
y cine. La relación fue iniciada por arquitectos que se habían dedicado
a un nuevo lenguaje arquitectónico y para los que el cine proporcionaba
la oportunidad de investigar los efectos de la forma y el espacio.
La arquitectura de filmes futuristas en el cine alemán de la década
de los veinte produjo un sistema de paralelos y metáforas, como
si fuera un “lenguaje” en el cual los motivos de la arquitectura
expresioncita asumían un significado fijado.
A mediados de los años treinta y los cuarenta, las
audiencias dejaron atrás las imágenes visionarias de los filmes
arquitectónicos, más intrigadas por la tecnología y los ideales
utópicos que un día traerían la felicidad eterna. Con el final del
dominio total del expresionismo alemán en cine, otros países donde
se estaban dando similares influencias de depresión, guerra y dificultades
económicas comenzaron a hacer lo mismo. Gran Bretaña, por ejemplo,
estaba haciendo frente a la posibilidad de una guerra y con ella,
la depresión económica, el desempleo y las privaciones propias del
conflicto bélico. La industria cinematográfica futurista británica
se vio inmersa en el frenesí de los mundos de ensueño en los que
la arquitectura tenía un papel pero donde la utopía se quedaba con
el espectáculo.
El mundo futuro (Things to Come,
William Cameron Menzies, 1936) es un ejemplo de esta filosofía de
mediados de los treinta. Basado en la novela de H. G. Wells, el
filme imagina un mundo futurista que se mantiene conscientemente
alejado de los elementos simbólicos de Metrópolis.
Este filme inició la imaginería arquitectónica que representa la
utopía y es el punto donde la arquitectura ya no es un medio para
la investigación, sino un recurso para predecir y pronosticar la
arquitectura.
Wells y otros visionarios de la época concebían la
expresión física de la utopía como un edén arquitectónico bendecido
con los frutos de la ciencia. Sin embargo, fallaron a la hora de
abordar los ideales espirituales del hombre, algo que va más allá
de los ideales materialistas de tales filmes. La prueba de que esta
nueva relación con la arquitectura tiene que ver con la predicción
puede verse en la mayoría de las ciudades norteamericanas, que recuerdan
estas imágenes en su arquitectura. La influencia directa de El
mundo futuro puede verse en la obra del arquitecto John Portman
y los Hywatt Super Hotels, así como en el Museo Guggenheim de Frank
Lloyd Wright.
Para finales
de los años treinta, la arquitectura había perdido su papel de estrella
en los filmes visionarios y el interés inicial mostrado por los
arquitectos en el cine se disolvió, con lo que se comenzó a abrir
una brecha entre ambas artes. Este deterioro vio el incremento y
la influencia de filmes que resaltaban el futuro y los ideales de
la audiencia a través de monstruos como Drácula y Frankenstein,
una forma de la tradición gótica alemana que encontró su camino
hacia Hollywood. La obsesión del progreso a través de la tecnología
era todavía un tema dominante en las películas, patente en la constante
aparición de aparatos electromagnéticos, armas de rayos y naves
espaciales supersónicas. La aceptación pública de esta iconografía
en las películas resultó de la curiosidad por el espacio, la energía
nuclear y el posible descubrimiento de nuevos territorios y vida
alienígena. Los edificios todavía usaban estructuras ligeras y la
última tecnología para denotar un futuro progresista.
La fascinación por las películas cargadas de desastres,
caos, violencia y destrucción iniciada a mediados de los setenta
fue testigo del regreso de la arquitectura como elemento clave.
Este renovado interés por el ambiente fue fomentado por el regreso
de los arquitectos a la industria cinematográfica, como John Barry
y su trabajo en La guerra de las galaxias (Star
Wars, George Lucas, 1977) o Ricardo Bofill y sus diseños para
Brasil (Brazil, Terry Gilliam, 1985). Los ochenta y noventa vieron el futuro
en películas basadas en nuestro pasado para lograr autenticidad
y el cine se convirtió en un lugar desde donde contemplar el futuro.
La ciencia ficción se convirtió en un producto posmoderno. También
en esta era la arquitectura posmoderna se convirtió en la pantalla
en la arquitectura del futuro. Los mundos retratados en los filmes
de aspecto futurista suelen ser el resultado de una mirada al pasado.
La metrópolis del filme de Lang, por ejemplo, fue inspirada por
la visita del director a la ciudad de Nueva York a principios de
los años veinte, por los dibujos de Sant Elia y otros futuristas
arquitectónicos contemporáneos. A pesar de sus rascacielos, aeroplanos
y elevados pasillos, Metrópolis es una complicada ciudad gótica
llena de la brutal ingeniería del siglo diecinueve. Los decorados
de William Cameron Menzies para el filme que también dirigió, El
mundo futuro, como aquellos de David Butler para 1980, una fantasía del porvenir (Just Imagine, David Butler, 1930), describen futuros art déco, un estilo muy en boga cuando
los filmes fueron realizados. Blade
Runner (Ridley Scott, 1982), Brasil
y Batman (Tim Burton,
1989) son tres filmes significativos que han visto el regreso de
la arquitectura como resultado de la sociedad urbana. Este es el
punto de partida para una nueva relación entre arquitectura y cine.
Lo que es más significativo y claro sobre el futuro
y la imaginería arquitectónica en las películas de los ochenta es
el contenido social. El crimen, la violencia, el amor, el sexo,
el trabajo y la arquitectura se convierten en temas de las películas
de ciencia ficción. La representación de Ridley Scott del contexto
urbano tiene más que ver con el presente actual que con la época
en la que Blade Runner
fue realizada. Es una historia ficticia con una copia del ambiente
de hoy convertido en caricatura. Scott, que comenzó su carrera como
diseñador para televisión, revolvió libros y programas de televisión
para encontrar los detalles arquitectónicos que pudieran retratar
las utópicas y distópicas ciudades. El futuro de Blade
Runner no es un futuro de formas elegantes, tecnología fiable
y maquinaria espacial, sino de máquinas de tarjetas de crédito,
vídeo-teléfonos y cadenas de bares de fideos chinos, todo lo cual
existe hoy en día. Lo que convierte Blade
Runner en especial es el retrato de nuestro futuro basado en
la arquitectura del pasado.
De hecho, el filme fue producido en una época en la que la concepción
posmodernista había comenzado. Los recuerdos y citas de nuestra
historia común es reflejada en su ambiente de paisaje urbano. Las
columnas griegas y romanas son un recordatorio de la ciudad perfecta,
del paraíso perdido. La mitología clásica y oriental viene reflejada
por el uso de dragones chinos en luces de neón. Hay un sabor egipcio
en los interiores de la Tyrell Corporation. No se trata de alta
tecnología, sino más bien de una fantasía egipcia que los actores
complementan con su actitud y vestuario. Los ascensores tienen pantallas
de televisión, pero están encapsulado en piedra y los bloques de
apartamentos recuerdan un antiguo palacio maya. Con este empleo
de las referencias históricas, Scott se ha dado cuenta del poder
de las imágenes y del pastiche a la hora de proporcionar gloria
arquitectónica al filme. Debido a las poderosas imágenes de la película,
la arquitectura posmoderna significa ahora el futuro. Ya no soñamos
con una ciudad donde los edificios presentan superficies perfectas,
alta tecnología y automatización. La importancia de Blade
Runner es vista en la realidad del filme y en su sorprendente
parecido con nuestro propio ambiente urbano.
En Brasil
la imaginería es de nuevo un reflejo de la sociedad como en Blade Runner y de nuevo la arquitectura
postmoderna funciona como una visión del futuro. Esto sólo puede
ser atribuido al poderoso atractivo visual del postmodernismo. El
filme realiza una declaración humorística de la arquitectura del
siglo veinte. Terry Gilliam, director de la película, quería ser
arquitecto. Su arquitectura en este filme es exitosa e imaginativa,
ya que no tiene que satisfacer ninguno de los límites de los edificios
reales. El empleo de la arquitectura contemporánea en el filme es
uno de los ejemplos más contundentes de la relación entre cine y
arquitectura. Un significativo número de nuestros edificios modernos
están sólo a un paso de las imágenes usadas en la película.
El Batman
de Tim Burton no es una utopía de la ciencia ficción, sino un análisis
de los peores aspectos del Nueva York o de cualquier otra gran ciudad
de hoy en día. Mientras El
mundo futuro veía el futuro como un lugar maravilloso donde
todo el mundo era perfecto y había sólo unos pocos personajes malos,
Batman presenta lo opuesto.
El futuro es un desastre de edificios que se derrumban, donde todo
el mundo está en peligro y sólo unos pocos personajes son buenos.
El valor del filme reside en cómo la realidad del crimen y la avaricia
puede ser proyectada en una arquitectura que es muy emocional. Puedes
decir que los criminales viven en la ciudad por las fachadas de
los edificios. El diseñador británico Anton Furst se hizo cargo
de la tarea de crear una ciudad lóbrega y de pesadilla que no era
ni geográfica ni históricamente identificable, pero que era convincente
como una metrópolis occidental un tanto familiar. Según Furst, lo
más importante fue encontrar un espíritu para la ciudad que no fuera
ni futurista ni histórico. Se trataba de conseguir una ciudad atemporal.
Furst dibujó la ciudad a partir de un rico conocimiento histórico.
Recurrió a un popurrí de estilos diferentes (edificios de piedra
marrón, arquitectura gótica, futurismo italiano) que, juntos, crearan
su propio estilo. Ninguno de los puntos de referencia de Furst eran
edificios históricos, como los bancos neoclásicos y los edificios
de oficinas típicos de las ciudades americanas de los años cuarenta.
En su lugar creó una serie de edificios industrializados, sin ornamentos,
estructuralmente expresivos, un oscuro resumen de un siglo de modernismo
arquitectónico. El filme muestra la significativa parte que la arquitectura
ha desempeñado en el cine.
2.1. Espacios del horror
Si el musical refleja un
mundo irreal, blanco, puro y feliz que sólo existe en la fantasía,
el mundo del sueño, el género de terror es la irrupción de la pesadilla,
de lo irracional, del lado más oscuro. La arquitectura cumple un
papel importante en el reino de las sombras mediante la creación
de espacios opresivos, irrespirables y tenebrosos. En este género,
más que en ningún otro, se hace más evidente la alianza entre la
arquitectura y la luz para conseguir efectos dramáticos y psicológicos.
Se trata de crear una atmósfera adecuada para que el terror y lo
siniestro puedan revelarse.
En los primeros filmes del expresionismo alemán (como
Caligari, El Golem y Del alba a medianoche
(Von Morgens bis Mitternacht,
Karl Heinz Martin, 1920), el espacio, hasta el momento tratado como
algo muerto, estático y sin significado, cobraba vida y expresión.
La arquitectura, nunca más un elemento de fondo inerte, participaba
ahora en las emociones del filme. El entorno se convertía en una
presencia que se fundía con la acción. Walter Reimann creía firmemente
que el filme no debía intentar imitar la realidad, sino crear su
propio mundo a través de los medios de la puesta en escena. Caligari
produjo un espacio totalmente absorbente y abarcador completamente
nuevo, pero el medio fílmico permitía la exploración de otras clases
de espacio que la plasticidad totalizadora modelada por Walter Röhrig,
Walter Reimann y Hermann Warm para el filme de Wiene. El crítico
artístico alemán y corresponsal del New York Times Hermann G. Scheffauer (14)
identifica un “espacio plano” en Del
alba a medianoche (en contraposición con la redondez artificialmente
construida en Caligari)
sugerido en blanco, negro y gris como una vaga nebulosa de fondo.
También se puede ver una “espacio geométrico” en la fantasía de
Reimann Algol (Hans Werckmeister, 1920), donde el espacio es dividido en diseños,
cuadrados, puntos, círculos o cubos. Finalmente, existe otro espacio
que Scheffauer denominó “espacio sólido o escultural”, como el modelado
por el matrimonio Poelzig para El
Golem.
El cine de
terror se zambulle en un mundo de muerte y demencia. El mundo del
cine de terror es un mundo interior y claustrofóbico. Es un mundo
donde se personifican todos nuestros miedos a lo desconocido, donde
la fantasía se vuelve amenazadora. Es un mundo de demonios, fantasmas,
brujas, místicos y magos, de seres poseídos y psicópatas que linda
con los sobrenatural o la ciencia ficción, dependiendo de la fuente
del mal.
La noche parece ser un ambiente principal en el cine
de terror y desempeña un papel elemental y palpable. Las escenas
clave tienen lugar frecuentemente por la noche, en la perpetua noche
del espacio (Alien, el octavo pasajero, Alien, Ridley
Scott, 1979) o en la más oscura profundidad de los mares (La mujer y el monstruo, The
Creature from the Black Lagoon, Jack Arnold, 1954). La noche
es ocasionalmente quebrada por relámpagos, utilizados literalmente
para añadir conmoción. Así, el Dr. Frankenstein creó su monstruo
durante una tormenta nocturna. Mientras la noche nos es extraña,
está habitada por vampiros y otras criaturas malignas. De hecho,
el terror inherente a los filmes de miedo proviene menos de lo que
es visible que del presagio de lo que nos podríamos encontrar.
El filme de terror clásico se sitúa en remotos paisajes
europeos, como la Transilvania de Drácula,
con sus densos bosques y sus ruinas arquitectónicas. En contraste,
películas más recientes, como la serie de Halloween,
han conseguido revelar lo macabro en los barrios residenciales modernos
y a la luz del día. Sin embargo, en los clásicos del género, la
acción emanaba de castillos góticos europeos, mansiones victorianas
y otros estilos arquitectónicos que tienen significativamente poco
que ver con la experiencia arquitectónica común de la mayoría de
la audiencia occidental.
Estos escenarios clásicos son exageraciones distorsionadas
de refugios. En lugar de proporcionar cobijo frente a los demonios
del exterior, estos horrendos hogares son como telas de araña, trampas
laberínticas frecuentemente con vestíbulos sin fin, escaleras imposibles
y esqueletos en el ático y en los armarios. El terror último al
mal en espacios tan íntimos ha generado un número de películas de
miedo con la palabra “casa” en su título. El hogar se convierte
en algo amenazador, un lugar del que escapar en lugar de en el que
buscar refugio. Con el énfasis en una interioridad distorsionada,
los elementos estructurales del recinto ya no servían para proteger
a los habitantes de los peligros del exterior. Las habitaciones
se convierten en celdas, las paredes y los techos parecen aproximarse,
las puertas y ventanas parecen tender trampas.
El espacio interior que es incapaz de proteger a sus
habitantes del exterior también puede verse en las dos películas
de terror más efectivas y memorables de Roman Polanksi: Repulsión (Repulsion, 1965)
y La semilla del diablo
(Rosemary’s Baby, 1968). Ambos filmes implican
un miedo fundamental explorado a través de una analogía entre el
espacio interior del cuerpo de las heroínas y los interiores de
los apartamentos donde viven. En ambos filmes los interiores arquitectónicos
y los cuerpos de las protagonistas son intercambiables y la transgresión
del elemento arquitectónico (el suelo, la pared) sostiene la amenaza
de la violación de sus cuerpos.
En Repulsión, las paredes del piso comienzan a resquebrarse y ya no pueden
retener lo exterior. La distinción entre interior y exterior comienza
a desaparecer.
La participación y complicidad de la audiencia a través
de la música y de recursos fílmicos, como la combinación de la cámara
subjetiva con el montaje para crear tensión, contribuye al participativo
sentido del terror esencial en las películas de miedo. Estos recursos
trasforman las imágenes de lugares ordinarios en ambientes macabros.
El sentido del espacio del cine de terror es también intensificado
por la música y el sonido ambiente. Típicamente, la música intensifica
la tensión simulando unos acelerados latidos del corazón, como en
el tema creado por John Williams para Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1975) o gritos, como en la partitura de Bernard
Herrmann para Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock 1960). La música es usada a menudo para romper
la calma y añadir impacto al valor de las imágenes. El sonido ambiente,
en forma de crujidos, chirridos, graznidos, gritos y respiraciones
profundas, entre otros, integra parte del ambiente sonoro del género.
Como hemos visto, en numerosas ocasiones, el cine
ha trasladado fielmente los más audaces sueños (y las peores pesadillas)
de la arquitectura y los cineastas se han dado cuenta del potencial
de la imaginería arquitectónica como un medio de atraer al público,
precisamente a través de sus miedos y fantasías.
Notas y Referencias:
Faure, Elie: “De la cenéplastique”
(1922) en L’HERBIER, Marcel: L’Intelligence
du cinématographe. Editons Corea. París, 1946, p. 268. Citado
en Vidler, Anthony: Op. cit., p. 14.
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