Estamos
ante otro debut, uno más entre las múltiples y variadas películas españolas
que nos llegan últimamente. Lo peor es que, en su mayor parte, nunca
deberían haberse hecho. Encontrar hoy algo que, por lo menos, tenga
(aunque sea mínimo) algo destacable es como para lanzar gritos de júbilo.
Este filme de Berger no sé si por ello (por sus pequeñas cosas
destacables) ha sido premiado en Málaga, en ese festival anual dedicado a
nuestro (pobre) cine.
Torremolinos
73 (no sé si será por casualidad) se acerca a esa extraña vuelta al
pasado comandada por la discutible serie televisiva de la televisión pública
y de gran éxito titulada Cuéntame.
No parece que las aventuras del matrimonio formado en la serie por Imanol
Arias y Ana Duato pretenda criticar una época triste de nuestra historia.
Más bien se puede encontrar fácilmente en esa serie televisiva un cierto
tono nostálgico. Así, la vida en la España al final de los años
sesenta y comienzos de los setenta podría ser hasta divertida. Triste y
demagógica conclusión. Imposibles personajes y desorbitadas historias soñadas
más que vividas que poco o nada tienen que ver con aquellos años que hoy
tratan de ser olvidados por muchas personas. Pero mantener la memoria es
distinto que alterarla. No basta para acercarse a una realidad con
utilizar canciones o elementos (películas, anuncios...) correspondientes
a la época. Hay que acercarse de otra forma y, además, construir una lógica
narrativa (algo no tan fácil) que se una a la realidad que se pretende
contar.
Algunas
de las objeciones que se pueden poner a Cuéntame
también podrían servir para Torremolinos
73, aunque el filme de Berger se adapte mejor que la serie televisiva
al momento que se propone retratar. Lo peor es que se evita en lo posible,
al menos explícitamente, la realidad política en la que se encontraba
inmerso el país en aquellos años de finales de la dictadura franquista.
El
primer largometraje de Berger se encuentra varado por variopintas
limitaciones. Lo menor es que el tono de la realidad de la época mostrada
se une con el propio feísmo de la película. Probablemente se deba a
tratarse de una película rodada en condiciones precarias, dibujando
historia (vulgar y sin alicientes) de sus personajes, de un país y hasta
de una cierta manera de entender el cine: hay una identificación con el
mal hacer de las primeras películas “S” realizadas en España. Si
aquel cine se hacía con poco dinero, no es mucho tampoco el empleado en
este filme, habiendo sido utilizado en gran proporción para contratar a
los principales espadas (intérpretes) de la función.
Excelentes actores sin duda. Se trata de un trío formado por un
impresionante (¡y cuidado que estaba genial en Hable
con ella!) Javier Cámara (el marido), una no menos excelente Candela
Peña (la mujer) y el siempre eficaz Juan Diego (productor). Pocos son los
secundarios (también adecuados) que les acompañan. Lo demás es de una
pobreza manifiesta. Y me refiero a localizaciones, escenografía, fotografía
y hasta los simplones (como si se tratase de películas de aficionados)
letreros de crédito del comienzo y del final. Consciente, o impuesto por
la necesidad del rodaje, el resultado es satisfactorio. Imitación que
adquiere el sentido de lo imitado. Pero aquí no se puede quedar el envite
de un filme que, de otra forma, parece no estar demasiado lejos de la
elementalidad o pobreza (en un intento de dar por bueno lo mal hecho) de
la que hacia gala Pedro Almodóvar en el primer título que dirigió, Pepi,
Luci y Bom y otras chicas del montón.
Programas
televisivos o spot de la época, canciones de moda (de entonces, claro),
alusiones a escenas de películas prohibidas aquí pero que eran conocidas
por todos (caso de la “mantequilla” y El
último tango en París), negocios que entraban en declive y eran
sustituidos por otros más fáciles, el tirón del sexo (o sea, la
apertura en un único sentido) como forma de exportar un determinado tipo
de cine, que aquí no se vería pero daría lugar a las dobles versiones
con destino el extranjero... Todo ello aparece en esta película de Berger.
Parece ser, incluso, que el juego al desear ser tan eficaz y directo
implica que el filme que vemos (se nos dice) resulta ser una coproducción
con algún país escandinavo: una prolongación, pues, de la misma película
que rueda Cámara en Torremolinos 73.
Existen,
pues, una serie de ideas realmente válidas en este filme. No habrá que
referirse únicamente a ese intento señalado de identificar la película
vista con la historia vivida, que es, naturalmente, otra película, ya que
existen otros puntos de interés. Destaquemos:
-
La parodia del propio cine al unir abiertamente las películas de
consumo y pretendidamente comerciales con un cierta autoría basada en un
mal entendimiento del cine de autor. En este caso se trataría de la
identificación de Cámara con el cine de Ingmar Bergman y en especial con
una de las películas del sueco, El
séptimo sello. La verdad es que el sentido que se quiere conseguir
podría resultar divertido, pero termina por quedarse en una simple idea
que no acaba por desarrollarse de una forma adecuada.
-
La visión casi documental de unas historias cercanas y que atañen
a más de uno de nuestros comprometidos productores. Sin señalar a nadie,
Torremolinos 73 podía muy bien sentar las bases de la progresión
en el mundo del cine de más de un avispado personaje que comenzó
exportando o importando películas de cierto tono sexual. Algunos pequeños
personajes, hoy encumbrados al mundo del cine o de las finanzas, que se
aprovecharon (y se aprovechan) de unas determinadas propuestas.
La
primera parte de la película, a pesar de su pobreza de medios, no está
mal construida. Es tragicómica (debería haber tendido más hacia el
esperpento) la historia de ese matrimonio que rueda (dirige e interpreta)
películas de carácter pornográfico con destino a los países
escandinavos. Si la idea de los rodajes de la pareja, cada vez con mayor
inventiva y menor recato, tiene cierta gracia, no lo es tanto la finalidad
de su obra difícilmente digerible por el público a quien al parecer va
destinada. De todas formas, es interesante la evolución (rápida,
conseguida por acertadas elipsis) de la pareja protagonista: ella cada vez
más metida en su papel de exhibicionista exaltada y él más creído en
su papel de realizador.
En
la segunda parte del filme se rueda una película de título idéntico a
la que estamos viendo. Algo buscado, naturalmente, y que plantea el
sentido que Berger quiere dar a su película al conducirnos más allá de
un simple intento comercial o de un título afín a tantas otras
comedietas españolas como las (numerosas) que sufrimos y que, por
desgracia, no están tan lejanas de aquellas que padecimos en otras épocas.
Torremolinos 73 quiere dejar claro que nada tiene que ver con el
vulgar cine representado por, poner un ejemplo, las películas dirigidas
por Santiago Segura. Queda dicho, pues, que ese tono es el que arropa a
las dos películas (la que se hace y la que vemos) del mismo título: una
especie de intertextualidad
que, por otra parte, poco casa con el estilo o forma en la que el filme
parece moverse. Estamos ante un doble juego que termina por devenir en un
dilema de difícil solución: ¿A quién va dirigida la película? ¿Quién
son sus destinatarios? La simple respuesta sería que se intenta
“convencer” (llegar) a cualquier espectador, pero, no hay que engañarse,
la apuesta de Berger puede resultar inútil al sentir ambos grupos que
“esto” no va con ellos.
Los
espectadores que huyen del cine español bebido en modelos comerciales de
fácil consumo huirán, ya de entrada, de la película en cuanto su título
le sugiere una determinada (y muy tonta) temática. Los espectadores que
acudan tratando de encontrar un cine populachero, de humor fácil, se
sentirán defraudados. El alineamiento entre cine popular y cine de autor
que trata de conseguir el realizador quedaría definido por las continuas
alusiones que la película hace al cine y, más concretamente, al cine de
culto que simbolizaría el realizador sueco Ingmar Bergman. Pero, ¿qué
espectador sabe hoy quién es Bergman? ¿Cuántos pueden identificar las
imágenes que aparecen de El séptimo
sello y por tanto pueden entender así el filme que prepara el
personaje de Javier Cámara? Resulta muy difícil el equilibrio entre las
dos miras tan diferentes. Pocos han sido los directores que, como Berlanga
con su excelente Bienvenido Mr. Marshall, han salido triunfantes.
No
es el único error de la película de Berger, aunque este, encomiable, se
deba a una ambición que no se corresponde con el resultado. Hay bastante
más. Está lo endeble de su conflicto dado por la impotencia de Cámara
para tener hijos. Todo ese drama poco o nada tiene que ver con el hilo
central: se descuelga de la narración como si se tratara de la trama de
otra película diferente. Aparece al principio como sin darle importancia
para que al final se convierta en algo decisivo. El chiste final (niño
celebrando su cumpleaños) es también pobre e innecesario. Mejor es el
otro final: el actual destino de Cámara convertido (de vuelta de su
fracaso bergmaniano) en realizador de BBC, es decir, de bodas, bautizos y
comuniones. Otros finales quedan en el aire como, por ejemplo, lo que ha
sido del “productor”, un personaje que reflejaría, en su carrera
ascendente, a (como se ha dicho) algunos “ejemplares” actuales
“vivos” en la profesión. ¿Quiénes? Investiguen, si así lo desean.
No somos nosotros los que vayamos a descubrir el pastel.
Quedan
algunas otras cosas negativas que deben tenerse también en cuenta:
-
La escasa definición
de los personajes. Actúan por imperativos del guión y no de acuerdo
con su vivencias. De ahí que resulten difíciles de entender las
motivaciones y reacciones del protagonista tanto en su regusto por el
buen cine como en sus aspiraciones.
-
El no conceder la
suficiente “cancha” a algunos personajes secundarios (el
matrimonio burgués cuyo marido termina vendiendo seguros de vida) o
el forzar otros (la pareja de “entrenadores” suecos).
-
La excesiva verborrea
de los conocimientos fílmicos, sobre todo el machacón sonsonete de
las frases atribuidas a Bergman.
-
La pobre resolución de
determinadas secuencias, como los rodajes de la película culta (con
ciertas reminiscencias muy lejanas del Truffaut de La
noche americana) o la de ciertos momentos de tensión dramática.
Compárese, por ejemplo, el momento en que en la película The
Good Girl de Arteta la protagonista recibe la noticia de la
imposibilidad que tiene el marido para tener hijos con el aquí
mostrado (parecido en escritura y muy distante, siempre a favor de
Arteta, en resolución).
-
El no ir demasiado
lejos en la crítica, bien por no saber o bien por no atreverse a
hacerlo. Es el caso del personaje avispado del productor (Juan Diego)
al que Berger no se atreve (¡cuidado con los productores, muerden! o
lo que es lo mismo, son los que tienen que poner el dinero) a
retratarle en su “salsa”. Sería lógico, por ejemplo, que se
“enrollase” con el personaje de Candela Peña (y que ella
consintiera).
Con
todos sus defectos es un filme digno de ser estudiado, superior a muchos
de los que se hacen actualmente en nuestro cine. El realizador ha optado
por superar el estilo de las comedietas chapuzas pero sin alejarse de su
sentido. Es más de lo que se podía esperar de una primera película,
sobre todo teniendo en cuenta el escaso dinero invertido en la producción,
de forma que parece un filme, en términos futbolísticos, de regional. De
cualquier forma es, incluso, mucho más interesante que esos petardos
franceses estilo Mi mujer es actriz que
tratan de adherirse a técnicas del cine verité (protagonistas que juegan
papeles semejante a los de la vida real y cuyos personajes, por eso, se
llaman como ellos mismos) o a esas películas americanas que nos llegan de
mala serie B pero rodadas con dinero de serie A como la infumable Sin
motivo aparente del cada día más prescindible Bob Rafelson.
El
filme de Berger opta, con parecidos e insatisfactorios resultados que Obra
maestra de David Trueba, por convertirse en una película de autor
partiendo de unos modelos genéricos denostados. El “pequeño” Trueba,
con más conocimiento cinematográfico (algo que consigue demostrar en la
más lograda, aunque desigual, Soldados
de Salamina) que su
oscarizado hermano, sacó más jugo que Berger con Torremolinos
73. Pero no hay que olvidar que éste realiza su primer largometraje.
Sin nostalgia, y con algo (se necesitaba mucha más) de acidez retrata una
época triste de nuestra historia y de nuestro cine. Época que hasta
cierto punto parece, cada vez más, un espejo en el que se mira el
desdibujado momento que hoy nos está tocando vivir.
Adolfo
Bellido
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Título:
Torremolinos 73
Título Original: Torremolinos 73
País y año: España, Dinamarca
, 2002
Género: Comedia
Dirección: Pablo Berger.
Interpretes:
Fernando Tejero. Malena Alterio. Juan Diego. Candela Peña. Javier Cámara.
Guión:
Pablo Berger.
Producción:
Pablo Ramírez.
Distribuidora:
Buena Vista InternacionalBuena Vista Internacional
Calificación:
No recomendado menores de 13 años
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