Como cualquier
revista que se precie, la nuestra también tiene su sección dedicada a
las bandas sonoras. Habitualmente correrá a cargo de Juan Francisco Álvarez, un mozo con muy buen oído... como
podréis comprobar en cuanto se quite los cascos y atienda las llamadas
telefónicas que le piden, insistentemente, su crónica musical para este
número. Mientras se decide a hacernos caso, os invitamos este mes a una
reflexión sobre lo que es (o debería ser) la música cinematográfica, a
cargo de una nueva colaboradora de la revista: Lucía Solaz.
LA
MÚSICA CINEMATOGRÁFICA
Por
Lucía Solaz
1.
La banda sonora
El
término “banda sonora”, además de la música, también comprende los
diálogos, los distintos ruidos y efectos que conforman el ambiente o los
silencios. El conjunto de ruidos, ambientes, efectos especiales, música y
diálogos que se producen simultáneamente deben ser combinados y
mezclados de manera conveniente para su inteligibilidad, siempre en función
de su contendido dramático en cada momento de la película. No hay que
olvidar que a través de una cuidada banda de sonido se pueden crear auténticas
imágenes sonoras con tanta fuerza como la imagen visual y simultánea a
ella.
Lo
que en inglés se denomina Original
Motion Picture Soundtrack se traduce al castellano como “banda
sonora original”. También podemos encontrar el término Original
Motion Picture Score, que sería más correcto, ya que se refiere únicamente
a la partitura musical. Esto es lo que en verdad se comercializa, una
parte de la banda sonora: la música del film. El compositor José Nieto
lo expresa así: “la música es sólo una parte de la banda sonora, y su
efectividad depende de cómo se relaciones con los otros elementos que
componen aquélla, así como de las condiciones técnicas en las que
llegue al espectador.”
Veamos
brevemente los elementos que componen la banda sonora:
Música
diegética, por la que
se entiende toda la música que pertenece a la diégesis de un film, es
decir, todo aquello que pertenece de forma natural a la historia narrada.
También conocida como música “realista” u “objetiva”, proviene
siempre de una fuente visible dentro de la película: los músicos,
cantantes, orquestas, radios, casetes, televisores, tocadiscos, etc. que
vemos en imagen conforman la música diegética, que participa en la acción.
Dentro
de la música diegética podemos distinguir entre la música preexistente
y la música compuesta originalmente para la película. En el primer caso
encontramos ejemplos como la canción “As Times Goes By”, compuesta
once años antes de que se rodara Casablanca.
El empleo de piezas no compuestas originalmente para la película no
siempre es arbitrario, ya que pueden referirse de algún modo a la
historia del film, reforzándola o creando un efecto de constaste. En
algunas ocasiones la música diegética es escrita específicamente,
generalmente por el mismo compositor que se encarga del resto de la
partitura. Así, Nino Rota escribió valses, polcas y contradanzas para la
larguísima escena del baile de El gatopardo (Il Gattopardo,
Luchino Visconti, 1963). También algunas canciones que se escuchan
lejanamente en una radio pueden haber sido originalmente compuestas para
al película.
Música
no diegética o incidental
engloba cualquier música que sirva como comentario dramático y que no
tenga justificación dentro de la película. Se trata de una convención
asumida por el espectador, que no necesita que le sea mostrada una fuente
objetiva. Aquí también podemos distinguir entre música preexistente
(como el empleo del vals “El Danubio azul” de Johann Strauss en
2001: Una odisea del espacio o el de ciertas canciones que comentan o
ambientan de algún modo la acción de la película) y música compuesta
originalmente para la película (se trata tanto de la música que sirve
como fondo como de las canciones escritas para un film y cuya letra está
relacionada con la propia historia de la película).
En
muchos casos las fronteras entre lo diegético y lo extradiegético se
difuminan, creando ciertas estrategias de comunicación interna que pueden
enriquecer el conflicto dramático de la película. La relación entre
ambos niveles puede también dar lugar a efectos humorísticos (por
ejemplo, cuando vemos aparecer en pantalla la fuente de lo que habíamos
creído música no diegética).
Esta
no es, desde luego, la única clasificación posible. Sin embargo, aunque
los autores empleen terminologías diferentes, se trata básicamente de
los mismos conceptos. Claudia Gorbman,
por ejemplo, define dos tipos principales de música cinematográfica: la música
narrativa (lo que hemos llamado música diegética), que procede de
una fuente que vemos de hecho en pantalla o entendemos como parte del
mundo narrativo, y la música no narrativa (nuestra música no diegética), cuya presencia
no queda “explicada” en el seno de la película. Mientras, Rafael Beltrán
habla de música objetiva (la
que participa en la acción de forma real y sin posibilidad de exclusión,
lo que correspondería a la música diegética); música
subjetiva o sugestiva (que expresa o apoya una situación emocional
concreta, creando el ambiente anímico que no sería posible reproducir
por medio de la imagen y/o la palabra, que correspondería a la música no
diegética) y música descriptiva
(aquella que por su forma de composición y sus características tímbricas
nos proporcionan sensación de un efecto o situación natural, como el
viento, la lluvia, el fuego, etc., que otros autores incluyen dentro de la
música no diegética).
Beltrán
clasifica el ruido o los efectos de sonido del mismo modo:
El
ruido objetivo es aquel que
suena tal como es, reflejando su procedencia con exactitud. Suele ser
sincrónico cuando media una imagen, pero también es objetivo el de
ambiente general (viento, lluvia, tráfico, mar, etc.), sin necesidad de
ser sincrónico.
El
ruido subjetivo es aquel que se
produce para crear una situación anímica sin que el objeto que lo
produce se vea en pantalla o ni siquiera se adivine su presencia. Por pura
asociación psicológica, algunos efectos de sonidos son comparables a
diversos estados de ánimo: puertas inexistentes que chirrían, caballos
que galopan en el interior de un personaje, el obsesivo tic-tac de un
reloj, pasos lentos y resonantes,...
El
ruido descriptivo es el que ha
sido inventado para producir sonidos irreales, fantásticos o
sobrenaturales: las voces o gruñidos de seres de otros mundos, máquinas
y artilugios desconocidos, animales prehistóricos, fantasmas, etc. Estos
efectos suelen ser creados por medios mecánicos o electrónicos
(sintetizadores, secuenciadores, generadores de ruido).
También
se puede hablar, asimismo, de silencio objetivo y subjetivo. El silencio
objetivo no sería más que la ausencia de música y ruido, mientras
que por silencio subjetivo, más significativo, se entiende la anulación de
música y ruido subjetivos. Así, el silencio se convierte en otro medio
de expresión para crear un ambiente emocional. Uno de los ejemplos más
claros lo encontramos en la ambientación de la muerte del protagonista,
que ha sido precedida o seguida de silencio infinidad de veces. El
silencio musical puede multiplicar el efecto de una escena, tal como
demuestra la conocida escena de Con
la muerte en los talones, donde una avioneta persigue a Cary Grant sin
la presencia de ningún acompañamiento musical.
Respecto
al diálogo, una de las mayores preocupaciones de los compositores suele
ser cómo componer y orquestar los fragmentos musicales que han de
aparecer como fondo de los diálogos. Cualquier línea de diálogo relegará
a segundo término, e incluso suprimirá, la más sublime de las
composiciones musicales. En este caso, el compositor debe evitar cualquier
elemento que lo disturbe o anule, teniendo en cuenta la diferencia de
articulación, de registro, de timbre y de intensidad de la música con
respecto al sonido de la voz de la persona que habla. Esto también es
aplicable a la relación de la música con los otros elementos de la
bandas sonora. Sin embargo, en el caso de los ruidos hay una alternativa
que no es posible en los diálogos con valor narrativo: la posibilidad de
integrar en la música los ruidos con los que debe ser mezclada. En este caso, la estructura de la música debe hacer posible
esta incorporación, conteniendo elementos que sirvan de puente entre los
dos elementos.
En
relación a este asunto, Nieto afirma que “la música será tanto más
efectiva cuanto mayor sea su capacidad de convivencia con los demás
elementos con que ha de compartir la banda sonora.”
Otro
de los aspectos a tener en cuenta dentro de esta relación entre los
distintos componentes de la banda de sonido es el del volumen adecuado.
Resulta casi conmovedor el relato de José Nieto,
quien, después de dieciocho años en la profesión, se encontró por
primera vez en los estudios Pinewood de Londres con un ingeniero de
mezclas, John Hayward, consciente
de que cada bloque de música tiene que aparecer en su banda sonora al
volumen adecuado para producir el efecto para el que ha sido creado. Habría
que advertir que “volumen adecuado” no significa necesariamente más
volumen, ya que los ingenieros de mezclas han echado a perder tantos
fragmentos musicales por exceso de volumen como por defecto.
Además
del volumen adecuado, a la hora de considerar los elementos que componen
la banda sonora son importantes los conceptos de síntesis e
inteligibilidad. Un oído medio no registra con claridad más de tres
sonidos simultáneos, por lo que el proceso auditivo se basa en un
delicado sistema de selección y síntesis. Así, una buena mezcla
“realista” sería aquella que más fielmente reprodujera este sistema,
sin empeñarse en mantener un
sonido más allá y a un nivel más alto de cómo lo registraría el oído
humano en la realidad. Si un sonido continuo (como el del tráfico, la
lluvia o el viento) no tiene un claro contenido dramático, una vez
establecido debe ser relegado, mediante un imperceptible fundido, a un muy
segundo plano, pudiendo incluso eliminarse si existe música. También es
importante, como decíamos, que los distintos elementos de la banda de
sonido sean convenientemente combinados para su inteligibilidad, es decir,
para que el espectador pueda entender tanto los diálogos
como el resto de elementos sonoros.
De
estos tres conceptos, siempre en función de su contenido dramático,
surge la necesidad de establecer una jerarquización de los distintos
elementos sonoros de una secuencia como punto de partida para su mezcla.
Para ello es necesario analizarlos para establecer su significación y con
qué grado de prioridad deben llegar al espectador para su mejor comprensión.
El texto hablado, tanto en forma de diálogo como en voz en off,
suele ser siempre el elemento prioritario y, por lo tanto, el primero en
el orden jerárquico. Sin embargo, la técnica actual permite que la
inteligibilidad del diálogo no suponga la eliminación de los códigos
contenidos en otros elementos sonoros, capaces de transmitir al espectador
sensaciones y emociones esenciales. Es en el momento de la mezcla cuando
se establecerá esta jerarquía y cuando se decidirá la eliminación de
aquellos elementos con escaso o nulo contenido dramático y cuya presencia
no haría sino perjudicar la inteligibilidad de los demás.
Nieto
apunta otro elemento interesante de la banda sonora: su estilo. El
director de cine muestra, desde las primeras imágenes de la película, el
estilo de lenguaje cinematográfico empleado en su película. Es
importante proporcionar al espectador desde el principio el código con el
que descifrar el contenido del film. No hacerlo, o romperlo
caprichosamente, provocará la sorpresa del espectador ante la presencia
un elemento no acordado y, por lo tanto, su “salida de la situación”.
En lo que a sonido se refiere, es el momento de las mezclas cuando se
establece el estilo de la banda sonora, o lo que es lo mismo, los códigos
que van a permitir la comunicación con el espectador. Es el momento en
que se fijan los criterios de suavidad o de dureza, simplicidad o
abigarramiento, brillantez o discreción, así como los niveles de
realismo de los distintos sonidos. Desde luego, el estilo de la banda
sonora debe ser coherente con
el estilo de la película en su conjunto.
James
Buhler
presenta una alternativa a analizar la música como un elemento de la película
relativamente autónomo. Da prioridad a entender la música en las películas más que para
películas. Como Michel Chion, Buhler defiende la interpretación de la música
como un elemento dentro de diseño de sonido en general, pero sigue a Rick
Altman, en contra de Chion, al argüir que los tres elementos de la banda
sonora (diálogo, música y efectos) constituyen una pista esencial y
paralela a las imágenes, y que las dos pistas, imagen y sonido, son más
provechosamente interpretadas
como una tensión dialéctica, cada pista estructurada a su vez por su
propia dialéctica interna. El
objetivo sería, por lo tanto, tratar la música como un elemento
importante pero secundario en el diseño de sonido.
La
banda sonora ha sido tradicionalmente descuidada en el ámbito cinematográfico
hispano, algo inexcusable cuando, como tan oportunamente señaló Francis
Ford Coppola, “el sonido es el mejor amigo del director porque influye
en el público de manera secreta.”
2.
LA MÚSICA DE CINE
Bernard
Herrmann declaró que “el cine es sin duda el acontecimiento artístico
más importante del siglo xx.”
El cine, y más recientemente la televisión, se han convertido
ciertamente en los mayores clientes de música por encargo de nuestra era.
El
compositor de música de cine moderno se ha convertido también en una
estrella discográfica. No es extraño que una banda sonora venda más de
un millón de copias. De hecho, Titanic
(1997) ha vendido once millones y El
rey león, diez millones. Los compositores cinematográficos tienen
sus propias páginas de Internet y cada uno de sus movimientos puede ser
seguido en revistas como Film Score
Monthly o Soundtrack! The
Collector’s Quarterly.
Con la disminución
de las ventas de música clásica contemporánea, las compañías discográficas
se vuelven hacia los compositores de cine como los proveedores de música
orquestal actual, accesible y popular.
Sin
embargo, tradicionalmente, la música de cine ha generado repuestas críticas
muy diferentes. Demasiado a menudo músicos educados de modo clásico y
comentaristas simplemente la descartan como la obra de filisteos
controlados por las necesidades comerciales de la industria cinematográfica
más que por las demandas estéticas de la música. A sus ojos, la
composición musical para cine es un trabajo de calidad inferior que
traiciona la inspiración genuina del compositor. Otros críticos
mantienen que la música para cine es anticuada en sus fuentes
(principalmente el romanticismo europeo de finales del dieciocho al modo
de Richard Strauss) o en sus técnicas más obvias (partituras de
principio a fin o de pared a pared, mickey-mousing).
David Neumeyer y James Buhler
apuntan que mucha de la literatura sobre música de cine se preocupa
principalmente de las
partituras sinfónicas y es aquí donde los modos tradicionales de análisis
funcionan mejor, aunque no sea por otra razón que la base estilística de
Max Steiner, Erich Korngold y otros maestros de los años treinta y
cuarenta era una extensión del estilo posromántico de Richard Strauss y
Gustav Mahler.
Como
señalan William Darby y Jack Du Bois,
incluso aquellos que encuentran esta música digna de mención a menudo la
disfrutan fuera de su contexto dramático inmediato. Una película puede
asumir varias formas en varios momentos de su evolución. Las líneas melódicas
están más extendidas y desarrolladas cuando se escriben al principio,
mientras las orquestaciones son con frecuencia mucho más sutiles en el
manuscrito de lo que resultan luego sobre celuloide. Una partitura puede
ser arreglada para la sala de conciertos o adaptada para su grabación,
procesos en los que la partitura original es generalmente alterada y
extendida. Muchos entusiastas de la música de cine son aficionados a los
conciertos y coleccionistas de discos cuyos intereses se centran a menudo
en las cualidades o sonidos de interpretaciones particulares.
Otros
entusiastas disfrutan de la música de cine porque evoca una película
dada de un modo más abstracto que permite deleitarse con los recuerdos,
ya sean estéticos o de otro tipo. Es aparentemente un rasgo característico
de la memoria humana que semejante añoranza distorsione un film, ya que
uno tiende a recordar el film por lo que debería haber sido más que por
lo que es.
Otra
reacción frecuente hacia la música de cine se produce cuando el
espectador no puede recordar que hubiera ninguna música particular en un
film dado. Algunos espectadores no reparan en la música porque están
más absorbidos por los elementos visuales. Estos espectadores
parecen dar crédito a la máxima de la crítica según la cual la música
está destinada a ser un elemento subordinado de la película. Sin
embargo, como más de un compositor ha señalado, la música de cine no sólo
se tiene que oír, sino que en ciertos momentos debe ser un elemento
dominante. En sentido estricto, la música puede no contener asociaciones
literarias o dramáticas en sí misma; sin embargo, como mínimo, más de
un siglo de cine ha programado a la audiencia para esperar música en
ciertos momentos y su ausencia probablemente molestaría incluso al más
subliminal de los oyentes.
Es
el matrimonio de la música con los elementos visuales y otros elementos
auditivos lo que distingue la composición para cine. En su mejor momento,
los compositores de música de cine pueden proporcionar atmósferas
regionales o históricas, claves situacionales, estados emocionales y
anticipar el desarrollo de la trama.
La
música de cine está acosada por las mismas elecciones estéticas,
personales y técnicas que distinguen todas las facetas de la producción
cinematográfica comercial. Las cuestiones iniciales son cuánta música y
cuán predominante debería ser. Sin duda, muchas películas
hollywoodienses contienen partituras faltas de inspiración en parte
debido a las presiones ejercidas sobre los compositores, los directores
musicales y los arreglistas durante estas fases iniciales y en el
transcurso de su trabajo. Dado que la música es, tradicionalmente, el último
elemento que se incorpora al film, los compositores generalmente trabajan
contra severas fechas de entrega, de modo que las “soluciones”
musicales deben ser ideadas rápidamente.
Algunos
géneros fílmicos favorecen claramente la música, mientras otros
plantean un uso más problemático. Las películas épicas, los westerns
y la ciencia ficción parecen demandar tratamientos musicales prominentes.
Dado el énfasis en la acción y en las escenas visuales en estos films,
la música debe a menudo mantener la “suspensión de la incredulidad”
de la audiencia. Esta función de la música de cine es especialmente
importante, como veremos, en las películas fantásticas. Las escenas de
amor, en casi todos los tipos de film, piden un apoyo musical. Cuanto más
familiar o excéntrico sea un personaje, más probable será que sea
acompañado por alguna coloración musical, aunque sólo sea el proverbial
violín para la dulce jovencita y la tuba para el cómico hombre gordo.
Otro
de los conceptos con el que nos encontraremos a menudo es del tema o
leitmotiv, la estrategia musical más común para estructurar una
composición cinematográfica. La práctica comenzó en la era del cine
mudo, pero es especialmente característica de los compositores de
Hollywood durante las primeras décadas de la era del sonido,
especialmente en Steiner y Korngold y Alfred Newman, pero también en un
grado ligeramente menor en Franz Waxman, Victor Young, Miklós Rózsa
y Herbert Stothart. Las partituras que dependen en gran medida del
leitmotiv son menos típicas en la composición europea. El leitmotiv le
otorga a la partitura una apariencia de unidad, dado que la recurrencia,
elaboración y transformación de motivos permiten conexiones musicales a
lo largo de toda la película (o, en el caso de las secuelas, a lo largo
de toda la serie). Esta práctica también tiene sus detractores, según
los cuales el uso del leitmotiv es inflexible. Sin embargo, pocos
compositores pueden resistir totalmente el leitmotiv. Incluso Bernard
Herrmann, que usualmente los evitaba, recurre a esta técnica en Ciudadano Kane o, de modo irónico, en Pero...¿quién mató a Harry? (The Trouble With Harry, Alfred Hitchcock, 1955).
3.
Funciones de la música de cine
Desde
la época del cine silente la música fue un elemento indispensable para
llenar ese extraño vacío que parecía provocar la imagen muda en
movimiento. En principio, la música que acompañaba al cine silente era
un elemento estrictamente funcional, sin rango artístico. Se recurría a
un repertorio dado con el que “tapar” las insuficiencias del film. Sin
embargo, muy pronto comenzaron a componerse partituras originales para el
cine y empezó a desarrollarse un lenguaje musical propio moldeado según
las necesidades del medio. Desde entonces, la música se ha convertido en
un elemento orgánico más del cine, con una serie de funciones
determinadas. A lo largo de su historia, la música de cine ha
desarrollado toda una estética propia, una serie de recursos y un modo de
conferir al cine nuevas dimensiones y significados.
Hay
distintas estrategias a la hora de hablar de estas funciones. Carlos Cuéllar
realiza una clasificación de los usos estéticos de la música dividiéndola
según su origen: música original
compuesta a propósito para el film y
música adaptada; según
su presencia temporal en la pantalla: continua, presente a lo largo del todo el metraje, o discontinua;
según su conexión sentimental: música
empática o dramática, cuando
se produce una conexión emotiva de la música con los personajes y la
acción (en ocasiones redundante, ya que expresa el mismo mensaje visual),
música anempática o de
contrapunto, que es indiferente con respecto a la situación emocional de
la película y contrapunto didáctico,
que es aquella aparentemente indiferente que añade una interpretación
especial de la imagen mediante un distanciamiento intelectual; según su
función: música ambiental, que
crea una atmósfera asociada a la localización de la imagen, música
rítmica, que crea un ritmo
determinado, música cómica,
que crea un efecto cómico en relación a la imagen que acompaña, música
enfática, que subraya una
situación o movimiento (incluye también el silencio significativo) y que
en su faceta más paroxística llega al mickey-mousing,
el leitmotiv o
tema que se emplea a veces para describir a un personaje o como tema
principal dentro del conjunto musical y la música
con función narrativa, tanto la que ejerce una función de continuidad
entre planos diferentes como la que avanza la narración al continuar los
diálogos de los personajes en la letra de una canción (típico de las
comedias musicales norteamericanas); por su localización
espacio-temporal: música de
pantalla, localizada en el campo visual y música
de foso o acusmática, fuera del campo visual aunque sea diegética;
según su relación con la historia narrada: música
diegética, cuando la presencia del sonido está justificada diegéticamente
y música extradiegética, música
acusmática sin fuente visible y que no está justificada en la historia.
Colón,
Infante y Lombardo
hablan de la música como elemento narrativo, de su función emotiva, de
su función significativa, de su función espectacular y de la música
como potenciadora del efecto de unidad. Mientras, José Nieto
divide la música no diegética como elemento estructural y como elemento
expresivo. Dentro de sus funciones como elemento estructural, la música:
aporta o modifica el ritmo de la imagen; puede tener el mismo valor que la
planificación en el plano no diegético y afecta sensiblemente a la
continuidad de la narración. Como elemento expresivo, transmite emociones
y establece estados de ánimo; pone de relieve los distintos aspectos de
la imagen, guiando el punto de vista del espectador y cumple funciones
semiológicas según los códigos del siglo XIX.
A
la pregunta en qué exactamente contribuye la música a una película,
David Raksin responde que su propósito es “ayudar a darse cuenta del
significado de un film.”
Según Aaron Copland “la música puede crear una atmósfera de época
y lugar más convincente.”
Otros autores destacan que el fin de la música en el cine es reforzar
nuestras reacciones emocionales ante las escenas filmadas. La música sería
uno de los más poderosos elementos con que contamos para entrar en la diégesis
de una historia filmada.
A
menudo la música puede implicar un elemento psicológico mucho mejor de
lo que lo puede hacer el diálogo. Prendergast afirma que “la música
puede ser usada para subrayar o crear mejoras psicológicas –los
pensamientos no hablados de un personaje o las implicaciones no vistas de
una situación.”
Según este autor, la habilidad de la música para marcar un punto psicológico
es sutil y quizá su contribución más valiosa (aunque frecuentemente no
reconocida). La música tiene la habilidad catalítica de cambiar la
percepción de la audiencia de las imágenes y las palabras. Prendergast
señala otras funciones: la música puede ayudar además a construir un
sentido de continuidad en el film, uniendo un medio visual que está, por
su propia naturaleza, continuamente en peligro de desmoronarse. Un
montador es probablemente más consciente de este atributo particular de
la música de cine. Por otra parte, la música tiene un modo de evitar los
normales mecanismos de defensa racionales del hombre. Cuando se usa
adecuadamente, la música puede ayudar a construir el drama de una escena
en un grado mucho mayor que cualquier otro arte cinematográfico. No
importa que la escena tenga que ver con una relación amorosa o con una
violenta pelea: la música evoca una reacción visceral que no puede
obtenerse de otro modo.
Conrado
Xalabarder
esquematiza las funciones que cumple la música en una película del
siguiente modo:
1.
Ambientar las épocas y lugares en que transcurre la acción.
2.
Acompañar imágenes y secuencias, haciéndolas más claras y
accesibles.
3.
Sustituir diálogos que sean innecesarios.
4.
Activar o dinamizar el ritmo, o bien hacerlo más lento.
5.
Definir personajes o estados de ánimo.
6.
Aportar información al espectador.
7.
Implicar emocionalmente al espectador.
A
la hora de describir los diversos cometidos de la música de cine hemos
preferido seguir la clasificación de Roberto Cueto,
que recoge todos los elementos anteriormente señalados de un modo mucho más
sistemático y global, aunque es evidente que, en ocasiones, se solapan
unos con otros. Así pues, estas funciones serían:
Dar
el verdadero significado de una película: la música guía la lectura del
film, reforzando el sentido narrativo pertinente. Dado su carácter
subjetivo y su capacidad de crear cierto estado anímico o determinada
implicación emocional en el espectador, la música se convierte en
portadora de la “lectura correcta” de una película, del punto de
vista o comentario sobre lo narrado que se quiere transmitir.
Crear
el tono y atmósfera de un film: esta es una de las funciones básicas de
una buena banda sonora, aunque suele pasar desapercibida para el
espectador no acostumbrado a fijarse específicamente en la música de una
película. La recepción de la música de cine suele ser casi
inconsciente, subliminal. Una de las afirmaciones más polémicas a las
que se enfrenta la música de cine es la tan repetida “la mejor música
de cine es aquella que no se oye”.
En el Hollywood clásico, la música era un medio ideal para
anunciar al espectador qué tipo de película iba a ver, pues marcaba
tanto el género como el estilo. Según Roberto Cueto, “una buena banda
sonora debe siempre intensificar el efecto buscado por el filme
considerado en su conjunto, crear una cohesión interna con la película a
la que acompaña y dar la clave sobre la que ésta se articula.”
Se trata, en suma, de encontrar el estilo más adecuado de música para
cada película.
Acelerar
o retardar la acción: en los tiempos del cine silente el pianista solía
tocar un allegro en las escenas
de acción y persecución y un adagio
en los pasajes románticos o tristes. Esta tradición ha continuado en
gran parte en la música de cine, que trata de acentuar el ritmo que el
director o montador quería conseguir, o hacer más larga una escena de lo
que hubiera sido en tiempo real. La música también sirve a menudo para
camuflar un montaje o dirección deficientes, al conceder a una
escena un ritmo o fuerza del que tenían en origen. También puede crear
efectos de contraste, contrapuntísticos, cuando retarda una escena que,
en principio, pediría un ritmo rápido. Este es el caso de las escenas de
batalla de Ran (Akira Kurosawa,
1985) donde, en lugar de una música belicosa o marcial, escuchamos un adagio que, al tiempo de dar la visión del director sobre el horror
al que llevan los excesos de la ambición y el poder, los personajes
parecen moverse con más lentitud y la escena logra una mayor intensidad
trágica.
Recrear
una época o un ambiente: la música occidental tiene su propio lenguaje
connotativo, de modo que ciertos instrumentos provocan asociaciones
inmediatas con lugares, épocas e incluso caracteres y estados de ánimo.
Así, la percusión se asocia con África o la Polinesia, la guitarra con
el mundo hispano y el laúd, la viola de gamba o los coros en latín con
la Edad Media. Además, ciertos instrumentos provocan asociaciones
recurrentes: las arpas sugieren el mar, la percusión suele referirse a la
parte más instintiva, violenta y primitiva del ser humano, mientras que
la cuerda se reserva para el amor. El cine supo aprovechar este lenguaje
codificado, sobre todo cuando tenía que llevar rápidamente al espectador
a escenarios exóticos o épocas remotas. Hollywood creó su propio estilo
para recrear determinadas épocas o ambientes sobre los que se sabe muy
poco de su música, como es el caso de la Antigua Roma o Egipto.
Compositores como Miklós Rózsa, Dimitri Tiomkim o Alfred Newman
emplearon cierto estilo musical que el público asoció enseguida con la
antigüedad clásica tal y como la entendía Hollywood. En ocasiones, el
compositor lleva a cabo investigaciones serias para dar con el color local
necesario, mientras otras veces recurre a la idea arquetípica que el
espectador occidental puede tener de la música de otras culturas. En todo
caso, la música intenta apoyar la autenticidad del ambiente donde se
desarrolla la acción, por lo que puede influir notablemente en la
credibilidad de la reconstrucción de un pasado histórico. Se trata de
recrear mediante un lenguaje musical contemporáneo (esto es, usualmente
romántico o posromántico) cierta sensación de lo histórico o lo exótico.
Desaparecido el etnocentrismo característico del Hollywood clásico es más
frecuente el empleo de verdadera música autóctona, aunque muchas veces
pasada por el filtro de un compositor occidental.
La
descripción de ambientes puede ser muy útil para dar continuidad
narrativa a películas que transcurren en diferentes países o para
clarificar ciertos aspectos del argumento. El Hollywood clásico solía
recurrir a clichés musicales ya casi desaparecidos: sonaba “La
Marsellesa” cuando la acción se trasladaba a París y las castañuelas
y la guitarra cuando nos encontrábamos en España.
Anticipar
o indicar cuál es el tono o significado de una escena: la imagen se
transforma, adquiere un sentido diferente según la música que la acompañe.
Crea el tono de la película.
Intensificar
el sentido de una escena o llamar la atención sobre su importancia dramática:
la música resalta cuáles
son los momentos con verdadero peso dramático en el desarrollo de una
historia o aquellos pasajes con auténtico sentido para la evolución
psicológica de un personaje. La música estaba presente en el cine
silente de principio a fin y este acompañamiento musical constante fue
también una de las características de los primeros años del cine
sonoro. Sin embargo, los compositores no tardaron en entender el valor del
silencio y comenzaron a dosificar la música con valor dramático.
El
primer paso a la hora de componer consiste en decidir, el músico, el
montador y el director, qué escenas van a ir acompañadas de música. La
música intensifica así la importancia de una escena determinada y evita
la reiteración y la cacofonía al repetir musicalmente lo que ya resulta
visualmente obvio. Dada su naturaleza objetiva, la música es una de las
estrategias más típicas para implicar al espectador, mientras que su
ausencia suele crear efectos de distanciamiento. Sin embargo, el
compositor puede crear esos efectos de implicación o distanciamiento con
la propia música, con el juego armónico o cromático de la composición.
El compositor puede hacer también más significativa una escena o un
aspecto del film o incluso poner al espectador de parte de determinado
personaje con la ayuda de pequeños matices que resalte sobre el resto de
la música.
Dar
cohesión a diferentes escenas: el cine puede cambiar de escenario de un
plano al siguiente y la música es uno de los elementos que más ayudan a
suavizar la brusquedad de estas transiciones, ya que impone un flujo
continuo y coherente que impide que el pasa de un plano a otro o de un
escenario a otro produzca una sensación de discontinuidad. Por otra
parte, el empleo por parte de la música del leitmotiv, temas o motivos
relacionados con personajes o situaciones, le confiere coherencia a
elipsis temporales o traslaciones espaciales.
Recuerdo
a elementos anteriores: la música también sirve como elemento nemotécnico
que da cohesión a la historia en su conjunto. El leitmotiv asociado a un
personaje, situación, lugar, objeto, idea temática o cualquier otro
elemento del film, es la técnica más empleada en la música de cine
desde sus comienzos.
Clarificar
y/o mostrar la psicología o el carácter de un personaje: el cine tiene
medios limitados de introspección psicológica, a no ser que emplee un
recurso tan anticinematográfico como es la voz en off.
En ocasiones, es la música la que aporta la dimensión psicológica o el
estado anímico que la imagen o el diálogo no son capaces de expresar por
sí solos.
El
leitmotiv también puede servir para ilustrar el carácter de un
personaje. El Hollywood clásico, aprovechando las connotaciones de
ciertos sonidos para orquestar los temas de sus protagonistas, empleó
esta técnica hasta caer en el cliché: los colores “oscuros” de
violonchelos, contrabajos, tuba y trombones se asociaban a personajes
siniestros o malvados; los instrumentos “nobles” como la trompeta y la
cuerda se asociaban con personajes heroicos; las heroínas podían ser
descritas con solos de violín o instrumentos de viento como la flauta, el
oboe o el clarinete, mientras que las mujeres sensuales se asociaban con
sonidos como el del saxo y música de corte más jazzístico.
Dar
credibilidad a una película: la “suspensión del descreimiento” que
Coleridge aplicaba a la literatura se puede extrapolar a la pantalla. Este
pacto entre emisor y receptor consiste en dejar momentáneamente de lado
los cánones de credibilidad de lo que se percibe en la vida real para
sumergirse en un mundo ficticio que se rige por otro sistema de valores.
Sin embargo, hay películas que requieren una mayor suspensión del
descreimiento que otras. La fantasía, en cuanto un mundo completamente
alejado de nuestra experiencia cotidiana,
precisa la música de un modo especial. La música, por su
capacidad de sugestión de algo imposible desligado de la realidad, puede
actuar como el puente necesario entre la experiencia cotidiana del
espectador y lo fantástico.
Subvertir
la imagen o dar un matiz irónico: la música puede realizar una función
de oposición a la propia imagen, establecer un contrapunto que niegue lo
que se ve para dar un mensaje irónico que será, en última instancia, el
sentido del conjunto de la película. La música añade un comentario
sobre lo que está ocurriendo. Algo similar ocurre en las parodias, donde
música muy asociada a un determinado género es empleada en sentido
literal mientras las situaciones humorísticas del film exponen su carácter
puramente convencional.
Cueto
concluye: “la buena música de cine siempre debe aportar algo que el
resto de los ingredientes de un filme no pueda proporcionar. Si no, se
limita a ser un mero ornamento reiterativo y superfluo que no tiene
validez por sí mismo ni como parte integrante del discurso fílmico.”
La
música de cine tuvo que amoldar las formas musicales que la inspiraban
(la ópera, el poema sinfónico, la música para ballet) a los
requerimientos del medio cinematográfico, técnicos, narrativos y prácticos:
la restricción de la gama cromática (que podía depender del presupuesto
para contratar determinados tipos de orquesta), las formas de ejecución
y/o interpretación (sujetas a los problemas técnicos de sonorización de
los primeros tiempos) o la necesidad de acoplar y sincronizar el
desarrollo de un tema o un motivo musical al avance de la historia y al
montaje, que podían presentar situaciones que exigieran tempos
o ritmos muy diferentes. Muchas piezas de lo que se entiende vulgarmente
por música clásica han tenido que ser adaptadas para amoldarse a las
necesidades de la película, mediante cambios de tempo, supresión de
pasajes e incluso variaciones armónicas o de orquestación, todo ello con
resultados variables. En ocasiones, ha sido el cine el que se ha
articulado alrededor de una obra musical dada, lo que también entraña
riesgos.
Como
señala Nieto, la característica
esencial que diferencia la composición de música para bandas sonoras de
la de cualquier otro tipo de música es la necesidad de crear una
estructura musical para ser integrada en otra estructura preexistente. En
su poema sinfónico Romeo y Julieta,
Tchaikovsky partía de una idea argumental para desarrollar una visión
conceptual, la del amor trágico, en una forma musical libre y expresiva.
Sin embargo, Nino Rota, en su partitura para
Romeo y Julieta (Romeo and
Juliet, Franco Zeffirelli, 1968), no podía tener la misma libertad
que Tchaikovsky a la hora de desarrollar sus temas: debía ceñirse a las
imágenes y diálogos de la película y a unas duraciones marcadas con
precisión milimétrica. La película se le suele presenta al compositor
como una estructura completamente cerrada: ya están definidos la trama,
las situaciones, los personajes y los diálogos, y también están
establecidas las duraciones de los planos y de las secuencias. Así, el
compositor debe tratar de expresar lo que desea en cada momento y hacerlo
dentro de una estructura temporal preestablecida.
En
el cine, la música ha sido relegada a un segundo plano, ha sido condenada
a ser un aspecto secundario. Ha tenido que luchar, desde el nacimiento del
nuevo arte, contra un medio
que le pedía ayuda pero que podía ahogarla bajo el diálogo y los
efectos sonoros. Este medio le exigía emplear formas musicales ya dadas y
le imponía severas restricciones, buscaba autores con personalidad propia
y luego los obligaba a trabajar con argumentos, preocupaciones o mensajes
que les eran ajenos.
Lograr
el difícil equilibrio entre relegarse modestamente a un segundo plano e
intentar expresase dentro de la obra de otros sigue siendo el gran reto de
la música de cine.
Ciertas
reflexiones sobre el cine y la música mantienen una visión dualista y
una perspectiva jerárquica, según la cual sería necesario que la
música prime sobre la imagen o bien esté sometida a ella.
La
partitura cinematográfica es capaz de permanecer por sí misma,
independientemente de los elementos visuales del film, como una composición
artística musical digna de mención. La música es uno de los pocos
elementos de una película, además de la historia en sí misma, que puede
permanecer por sí sola y tener sentido tanto en su aspecto funcional
(como música cinematográfica) como en su aspecto artístico. Esta
afirmación viene demostrada por la gran popularidad de las bandas sonoras
en el mercado. Como señala Chion, “la música acaba siendo el único
elemento del filme que sigue siendo susceptible de retomar en todo momento
su autonomía.”
En
el mejor de los casos, la música para cine es, de acuerdo con Randall D.
Larson,
una combinación de lo funcional y lo estético. Por una parte, debería
ser atractiva a los oídos de la audiencia; sin duda, muchos compositores
desean que sus esfuerzos sean considerados como buena música y no como un
mero “asunto de fondo”. Por otra parte, la música de cine debe ser
funcionalmente manipuladora para provocar emociones específicas en la
audiencia y para proporcionar mayor fuerza a los elementos visuales
presentados en pantalla. Se trata, por lo tanto, de perseguir la unión de
arte y funcionalidad.
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