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La
ciénaga
llega a nuestras pantallas con el nada despreciable aval de dos premios en
sendos festivales de reconocido prestigio: el premio a la mejor ópera
prima en el festival de Berlín, y el premio al mejor guión original
en el festival de Sundance.
Y
lo procedente sería preguntarnos ¿cómo es que los respectivos jurados
se han fijado en esta película? ¿Qué méritos han encontrado en ella
para distinguirla con su elección? No es fácil contestar a estas
preguntas. O al menos no lo es desde la ingenuidad de quien concibe los
festivales como un tribunal a la caza de estrictos valores cinematográficos.
Sin
embargo, y aún dejando al margen los extraños vericuetos en los que en
muchas ocasiones se despliega la mente de un miembro de jurado cinematográfico,
sí cabe responder al enigma si contaminamos un poco la ingenuidad
apuntada. Parece que el gran mérito de esta película radica en ser una
película con mensaje. Pero en singular, un sólo mensaje, y muy clarito,
para que nadie se vaya sin descubrirlo. Y además, sin dilatar mucho su
presentación, pues desde casi la primera escena ya está dicho todo.
Queda hora y media para repetirlo desde todas las ópticas imaginables y
con una profusión de subrayados más que suficiente.
Pero
esto, con ser mucho, no tendría por qué desacreditar a una película si
el modo de convencernos de su tesis tuviera la fluidez, variedad y estilo
necesarios para construir una verdadera obra cinematográfica. Nada de
eso: metáforas y más metáforas, y mientras tanto movimientos constantes
e injustificados de la cámara, desenfoques varios, encuadres imposibles,
sonido inaudible, etc. etc. Comprendemos lo de ópera
prima, pero en el peor de los sentidos. Se trata de la típica película
en la que hay que decir muchas cosas y muy claras para que todo el mundo
se entere, y si se hunde con ello la civilización mundial, que se hunda.
Con lo que ha costado hacer la película, no se va a caer ahora en
remilgos.
¿Y
qué hay del guión? El premio al guión parece obedecer a que es un guión
al que no le falta de nada: piscinas putrefactas, toros (o algo así) que
se hunden en tierras movedizas y que allí se quedan, pudriéndose,
borrachos que no hacen caso a nada ni a nadie, relaciones lésbicas,
incestuosas, juveniles, maduras, embarazos no deseados, palizas, muertos,
niños a los que les salen dientes como a las ratas, apariciones marianas
(falsas, naturalmente), hasta pelos que se destiñen, aunque sin la
elegancia con la que Visconti utilizó el recurso en Muerte
en Venecia, claro. En fin, de todo. Aunque quizá cupiera preguntarse,
¿cómo es que una familia en semejante estado de reina moral, aunque
también material, por mucha piscina que tengan, puede mantener a dos
criadas? El guión tiene de todo, pero que lo tenga de forma coherente ya
es otro cantar.
El
mensaje, por si no lo habían adivinado, es, más o menos, que la vida es
un asco. No seremos nosotros quienes lo discutamos; la contundencia de la
película deja pocas opciones. Pero quizá eso mismo podría haber sido
dicho de forma que este penar resultase un poco aliviado por la grandeza
artística. Igual le parecía blando a la directora.
Marcial Moreno
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LA
CIÉNAGA
Título
Original:
La ciénaga
País y Año:
España-Argentina, 2000
Género:
DRAMA
Dirección:
Lucrecia Martel
Guión:
Lucrecia Martel
Producción:
Lita Stantic
Fotografía:
Hugo Colace
Montaje:
Santiago Ricci
Intérpretes:
Mercedes Moran, Graciela Borges.
Calificación:
No recomendado menores de 13 años
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