El hijo de la novia
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El hijo de la novia

Esta película argentina ha sido una de las grandes sorpresas de este mediocre año cinematográficoHe aquí, cuando nos acercamos a su final, otra de las grandes sorpresas de este irregular, más bien flojo, año cinematográfico. Una película que nos devuelve la sonrisa al tiempo que nos acerca a unos personajes profundamente humanos. Una historia que late al ritmo de la vida y de la muerte, de los recuerdos y del olvido. Justamente esta obra de Campanella, del que recordamos su durísima El niño que gritó puta, recibiría la espiga de oro en el último, y reciente, festival de Valladolid.

En más de una secuencia El hijo de la novia está  a punto de caer en sensiblería, algo que, por fortuna, no ocurre. El filme recrea un fresco de hoy mismo sobre la existencia por medio de unos personajes nada esquemáticos. Multiformes, pasean sus historias, sus contradicciones por la pantalla, moviéndose entre el egoísmo y la búsqueda de un amor que parece escaparse de las manos. La amistad es un tema incidente, superpuesto sobre  varias, y variadas, historias de amor, que terminarán, quién sabe, bien o mal. Seres, los del filme, que tratan, en su búsqueda, de encontrar a alguien para ser comprendidos, aceptados: estar, en definitiva, acompañados. Lo que hace grande a esta película, vertebrada en dos grandes bloques (la historia del hijo y la de los padres), es su equilibrio, el saber pasar suave, casi imperceptiblemente, de lo dramático a lo divertido: se presenta, o representa, simplemente, un trozo de vida. En este ventanal que es la pantalla, se canta a la vida, a la existencia, al devenir humano.

El conductor de la historia es “el hijo de la novia”, un excepcional Ricardo Darín, un hombre separado, dueño de un famoso restaurante italiano, que, al saberlo, trata de vivir sin vivir. Su hijo, al que debe ver, y recoger en el colegio, unos determinados días y su compañera actual no encuentran “hueco” en una vida, como la suya, esclavizada por ese móvil que suena constantemente.  En su continuo apresuramiento tampoco hay tiempo para su madre o su padre. Su existencia sólo se centra en su negocio, en su “yo”. Tres son los principales elementos o causas que procurarán el cambio, la evolución, del protagonista: las conversaciones con su padre que desea casarse por la Iglesia con su mujer, alojada, y con Alzeimer, en una residencia de ancianos (excelente él, el inconmensurable Héctor Alterio, pero genial ella, Norma Aleandro capaz de comerse la película entera aún en su pequeño papel); el encuentro con un amigo de la infancia y “su” imprevisible infarto. Cosas, elementos, situaciones, que le obligan a replantearse su vida. Algo necesario como forma de encontrar a los que le rodean y a los que nunca ha escuchado. Los encontrarán cuando los vea, cuando se de cuenta que existen, están a su lado dándole o esperando su amor, algo de lo que él, desde su silencio, no es consciente.

La película ataca todo lo atacable y en especial cualquier norma establecida por la sociedad o por los poderosos, bien desde estamentos económicos, religiosos... Floreciendo entre el “cinismo”, la incompetencia, la insolidaridad o las absurdas reglas impuestas, aparece el sentido de la fidelidad a unas ideas o a unas personas. Resulta admirable cuando el cocinero del restaurante, en el momento que es vendido, dice al  protagonista que nunca trabajará con los nuevos dueños. Frase que esconde la verdad: se ha condicionado la venta al despido de los antiguos trabajadores. Postura la del cocinero que trata de evitar la culpabilidad de su antiguo jefe. 

El filme está repleto de momentos entrañables, de pinceladas (y personajes) admirables. Citaré la declaración de amor de Alterio a su desmemoriada mujer, quien a pesar de sus olvidos es capaz de reconocer (en la representación, aparentemente real, de la boda) al antiguo amigo de su hijo; la escena en la iglesia (rodada magníficamente) que presenta el caminar de la compañera de Ricardo Darín hasta el altar donde se encuentra Alterio; la mano de Norma acariciando el rostro de Alterio en “la boda”; la sonrisa de la “madre” en la foto final; las llamadas telefónicas de Héctor Alterio para invitar a sus conocidos (muchos de ellos ya fallecidos) a su boda; el contrato-trampa que debe firmar el protagonista...

El filme está lleno de momento brillantes, personajes entrañables... y no deja títere con cabezaPersonajes para el recuerdo, todos ellos, muy bien trazados (desde el principal hasta el más secundario), escenas bien escritas y realizadas (la del rodaje de la película, la declaración de amor... por el videoportero), nos muestran a alguien que sabe escribir un guión (algo que parece imposible en estos tiempos que corren), que sabe dirigir, que respeta al espectador y cuenta con claridad y clase una historia humana desde un planteamiento cómico.

Un excelente filme servido, además, por un extraordinario plantel de actores muy bien dirigidos. No destacaría a ninguno de ellos. Solamente constatar que Ricardo Darín demuestra, como ya lo hiciera en Nueve reinas, que tiene un gran porvenir en la profesión, y que Norma Aleandro, con permiso de Alterio, es una “fuera de serie”. 

Adolfo Bellido          

EL HIJO DE LA NOVIA

Título Original:
El hijo de la novia
País y Año:
Argentina, España, 2001
Género:
DRAMA
Dirección:
Juan José Campanella
Guión:
Juan José Campanella, Fernando Castets
Producción:
Tornasol Films, Patagonik Film Group, Polka, Jempsa
Fotografía:
Daniel Shulman
Música:
Ángel Illarramendi
Montaje:
Camilo Antolini
Intérpretes:
Héctor Alterio, Natalia Verbeke, Eduardo Blanco, Ricardo Darín, Norma Aleandro
Distribuidora:
Alta Films
Calificación:
Todos los públicos

 

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