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He
aquí, cuando nos acercamos a su final, otra de las grandes sorpresas de
este irregular, más bien flojo, año cinematográfico. Una película que
nos devuelve la sonrisa al tiempo que nos acerca a unos personajes
profundamente humanos. Una historia que late al ritmo de la vida y de la
muerte, de los recuerdos y del olvido. Justamente esta obra de Campanella,
del que recordamos su durísima El
niño que gritó puta, recibiría la espiga de oro en el último, y
reciente, festival de Valladolid.
En
más de una secuencia El hijo de la
novia está
a punto de caer en sensiblería, algo que, por fortuna, no ocurre.
El filme recrea un fresco de hoy mismo sobre la existencia por medio de
unos personajes nada esquemáticos. Multiformes, pasean sus historias, sus
contradicciones por la pantalla, moviéndose entre el egoísmo y la búsqueda
de un amor que parece escaparse de las manos. La amistad es un tema
incidente, superpuesto sobre
varias, y variadas, historias de amor, que terminarán, quién
sabe, bien o mal. Seres, los del filme, que tratan, en su búsqueda, de
encontrar a alguien para ser comprendidos, aceptados: estar, en
definitiva, acompañados. Lo que hace grande a esta película, vertebrada
en dos grandes bloques (la historia del hijo y la de los padres), es su
equilibrio, el saber pasar suave, casi imperceptiblemente, de lo dramático
a lo divertido: se presenta, o representa, simplemente, un trozo de vida.
En este ventanal que es la pantalla, se canta a la vida, a la existencia,
al devenir humano.
El
conductor de la historia es “el hijo de la novia”, un excepcional
Ricardo Darín, un hombre separado, dueño de un famoso restaurante
italiano, que, al saberlo, trata de vivir sin vivir. Su hijo, al que debe
ver, y recoger en el colegio, unos determinados días y su compañera
actual no encuentran “hueco” en una vida, como la suya, esclavizada
por ese móvil que suena constantemente.
En su continuo apresuramiento tampoco hay tiempo para su madre o su
padre. Su existencia sólo se centra en su negocio, en su “yo”. Tres
son los principales elementos o causas que procurarán el cambio, la
evolución, del protagonista: las conversaciones con su padre que desea
casarse por la Iglesia con su mujer, alojada, y con Alzeimer, en una
residencia de ancianos (excelente él, el inconmensurable Héctor Alterio,
pero genial ella, Norma Aleandro capaz de comerse la película entera aún
en su pequeño papel); el encuentro con un amigo de la infancia y “su”
imprevisible infarto. Cosas, elementos, situaciones, que le obligan a
replantearse su vida. Algo necesario como forma de encontrar a los que le
rodean y a los que nunca ha escuchado. Los encontrarán cuando los vea,
cuando se de cuenta que existen, están a su lado dándole o esperando su
amor, algo de lo que él, desde su silencio, no es consciente.
La
película ataca todo lo atacable y en especial cualquier norma establecida
por la sociedad o por los poderosos, bien desde estamentos económicos,
religiosos... Floreciendo entre el “cinismo”, la incompetencia, la
insolidaridad o las absurdas reglas impuestas, aparece el sentido de la
fidelidad a unas ideas o a unas personas. Resulta admirable cuando el
cocinero del restaurante, en el momento que es vendido, dice al
protagonista que nunca trabajará con los nuevos dueños. Frase que
esconde la verdad: se ha condicionado la venta al despido de los antiguos
trabajadores. Postura la del cocinero que trata de evitar la culpabilidad
de su antiguo jefe.
El
filme está repleto de momentos entrañables, de pinceladas (y personajes)
admirables. Citaré la declaración de amor de Alterio a su desmemoriada
mujer, quien a pesar de sus olvidos es capaz de reconocer (en la
representación, aparentemente real, de la boda) al antiguo amigo de su
hijo; la escena en la iglesia (rodada magníficamente) que presenta el
caminar de la compañera de Ricardo Darín hasta el altar donde se
encuentra Alterio; la mano de Norma acariciando el rostro de Alterio en
“la boda”; la sonrisa de la “madre” en la foto final; las llamadas
telefónicas de Héctor Alterio para invitar a sus conocidos (muchos de
ellos ya fallecidos) a su boda; el contrato-trampa que debe firmar el
protagonista...
Personajes
para el recuerdo, todos ellos, muy bien trazados (desde el principal hasta
el más secundario), escenas bien escritas y realizadas (la del rodaje de
la película, la declaración de amor... por el videoportero), nos
muestran a alguien que sabe escribir un guión (algo que parece imposible
en estos tiempos que corren), que sabe dirigir, que respeta al espectador
y cuenta con claridad y clase una historia humana desde un planteamiento cómico.
Un
excelente filme servido, además, por un extraordinario plantel de actores
muy bien dirigidos. No destacaría a ninguno de ellos. Solamente constatar
que Ricardo Darín demuestra, como ya lo hiciera en Nueve
reinas, que tiene un gran porvenir en la profesión, y que Norma
Aleandro, con permiso de Alterio, es una “fuera de serie”.
Adolfo
Bellido |
EL HIJO DE LA NOVIA
Título
Original:
El hijo de la novia
País y Año:
Argentina, España, 2001
Género:
DRAMA
Dirección:
Juan José Campanella
Guión:
Juan José Campanella, Fernando Castets
Producción:
Tornasol Films, Patagonik Film Group, Polka,
Jempsa
Fotografía:
Daniel Shulman
Música:
Ángel Illarramendi
Montaje:
Camilo Antolini
Intérpretes:
Héctor Alterio, Natalia Verbeke, Eduardo
Blanco, Ricardo Darín, Norma Aleandro
Distribuidora:
Alta Films
Calificación:
Todos los públicos
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