Parece
ser que en Francia la película ha hecho “pupa”, ha levantado una gran
polémica por la valentía y la libertad con que Eric Rohmer se ha
enfrentado a un periodo de lectura oficial de la Revolución Francesa. No
ha seguido el pensamiento único oficial que alimenta el orgullo de la “grandeur”
de la historia oficial francesa, sino que ha seguido el punto de vista de
una monárquica inglesa que mira con horror lo desmanes de un revolución
manejada por unos intelectuales demagogos y ejecutada por un pueblo
fanatizado que no tiene pensamiento propio.
La
película entonces, ha sufrido una especie de censura -¡en el país de la
liberté- no consiguiendo anticipos de taquilla, ni siendo
seleccionada para competir en el festival de Cannes. “Malgré lui”, el filme se ha constituido en una auténtica obra
maestra, en una inteligente visión de lo que fue la Revolución Francesa,
en una profunda reflexión sobre el fin y los medios aplicados al mundo
político y social y además en una verdadera experimentación
vanguardista de la imagen obtenida con nuevas tecnologías aplicadas al
cine.
¡Y
todo esto nace de un genio
creador que tiene la juvenil edad de ochenta y un años.! Eric Rohmer, el
que fuera el mejor discípulo del gran crítico y director de la revista
origen de la Nouvelle Vague , Les Cahiers
du Cinema, Andre Bazin, al que después sucedería en la dirección de
la afamada revista y que se empeñaría, al pasar a la dirección de películas
en poner en práctica las teorías bazinianas sobre el tratamiento de la
realidad en el cine , como un tratamiento específico que no tiene que ver
con las otras artes. Arrancó Rohmer, precisamente su filmografía basándose
en libros históricos: La marquise
d’O, Percival Le Gallois, para después en cada década realizar
series de temáticas y preocupaciones comunes:
Cuentos morales, Refranes y proverbios, Cuentos de la cuatro
estaciones, etc. Un cine muy personal, muy vivo y espontáneo
donde la realidad se trata mostrando todos sus múltiples, contradictorias
y distintas caras vividas por unos interpretes casi adolescentes que
parecen improvisar actuaciones y diálogos llenos de espontaneidad.
Ahora
volviendo a sus orígenes, el maestro Rohmer, regresa al cine de
reconstrucción histórica, poniendo en pie un texto descubierto
recientemente y escrito por Grace Elliot “Mi
vida bajo la revolución”. Esta mujer tuvo una vida apasionante:
amante del rey Jorge II de quien tuvo un hijo, se trasladó a la Francia
prerrevolucionaria donde intimó con el Duque de Orleáns, con el que
despeñes de romper su relación amorosa fomentó sin embargo su amistad,
pese estar ambos en contraposición de ideas políticas.
Pese
a correr grandes peligros cuando la Revolución francesa estalla esta
impenitente monárquica decide no abandonar París, corriendo toda clase
de riesgos, intentando ayudar a los aristócratas perseguidos, valiéndose
de la ayuda que su ex amante, el Duque de Orleáns le puede ofrecer. Ella
contempla horrorizada los desmanes y crueles violencias que en nombre de
la revolución se esta realizando y piensa que en Francia sería posible
una revolución democrática como la que se realizó en Inglaterra sin
ruptura con la monarquía.
Siguiendo
con fidelidad el texto en el que se inspira el filme, Rohmer respeta el
punto de vista de nuestra protagonista, intentando constantemente guardar
un gran distanciamiento ante los emotivos sucesos revolucionarios, con un
gran respeto hacia lo que sucede, pero sin dejar de mirar críticamente
los avatares revolucionarios como algo que podría haberse evitado y
cuando no, se hubiese orientado hacia soluciones más pacíficas. Este
distanciamiento crítico lo consigue a base de la construcción de telones
pintados y luego tratados digitalmente, alternando con secuencias de
interior que son el contrapunto entre una historia exterior, una visión
externa de los sucesos revolucionarios y una vivencia interna de cómo
vivió esta valerosa mujer inglesa
los hechos revolucionarios.
Como
todas las heroínas de Rohmer esta inglesa que es testigo privilegiado de
la Revolución, es una mujer resuelta e irreductible, una mezcla de razón,
conciencia y sentimientos, que recuerda constantemente los rasgos de la Gertrud
de Carl Th. Dreyer, y que están llena de sueños sólo alcanzables por la
fuerza de su tozudo empeño. La vemos en su constancia y lucha por sus ideales, esforzarse contra viento y marea y
como una hormiguita arrastrando un peso que la triplica, por lograr lo que
ella piensa que debe ser un cambio radical en la sociedad, comprendiendo
que los tres principios de la Revolución sólo serán verdad no por
imposición de la coacción o el terror, si no se encarnan en las
personas, como ella lo ejecuta en sí: es una mujer libre, que arrostra
cualquier peligro por defender sus ideas y la fraternidad la realiza en
esa piadosa y peligrosísima aventura que consiste en salvar la vida del
aristócrata perseguido, escondiéndole en su propia alcoba, conduciéndole
por las oscuras calles de París. La igualdad la comprende también
intentando salvar al vida del rey a través de la cobarde y acomodaticia
influencia de su amigo el Duque. Algunos detalles de tipo religioso
parecen reforzar y conjuntar el carácter de esta mujer.
Rohmer
trata entonces todos estos asuntos con una gran sencillez y ligereza
inusuales, con ese método de empezar siempre de lo menor a lo mayor,
cumpliendo aquello que se decía de sus filmes: “ver una película de
Rohmer es como ver crecer una planta”. Nos omite los grandes
acontecimientos: la Toma de la Bastilla, el episodio de las Tullerías, la
votación en la asamblea de la muerte del Rey, la ejecución de éste.
Todo ello aparece fuera de campo, en una elegantísima puesta en escena
(por ejemplo, la escena del seguimiento de la ejecución del rey: se nos
cuenta a través de lo que indica a la dama inglesa, la criada que mira a
través de un sencillo telescopio y a través de los ruidos que proceden
del lugar de la ejecución). Incluso, lo grandes personajes de la revolución
está prácticamente ausentes (a excepción de la fugaz aparición de
Robespierre). El mismo pueblo aparece retratado casi como una caricatura
de lo que es el auténtico pueblo, como producto de la manipulación de
los que están arriba: en este sentido el filme difiere enormemente de la
tesis de Renoir en su La Marsellesa, (no en vano aquella película fue sufragada por
suscripción del Frente Popular) donde los “sans
cultotes” eran verdaderos héroes individuales con conciencia de
pueblo y conscientes de lo que significaba la revolución: aquí parecen
burdos peleles víctimas del pensamiento único que se quiere inculcar.
Por donde se puede colegir una vez más, que el cine de Rohmer, incluso
cuando habla del pasado histórico esta señalando a la sociedad contemporánea
y siguiendo la visión que aquella monárquica inglesa escandalizada por
la brutalidad de los revolucionarios nos dice que no es el terror el que
puede hacer tornar lo injusto en justo y lo desigual en igual. Lo único
que puede hacer el terror es ahogar con la sangre provocada la verdadera
revolución.
Y
todo esto Rohmer lo hace echando mano de los procedimientos más modernos
de la técnica actual de la imagen: los exteriores del filme (las calles y
las plazas de París son telones pintados e inspirados en pintores
contemporáneos a al revolución y los personajes en esos exteriores se
incrustan digitalmente en esos paisajes dando al filme un aspecto de
documento histórico no manipulado, por cuanto la cámara está siempre
quieta y fija dándole un sentido de frontalidad teatral que recuerda al
cine de Griffith. (Sólo hay un explícito movimiento de cámara, que es
–como decía Godard, toda una declaración de principios morales-,
cuando la duquesa explica lo que debe ser una revolución) y además ese
uso de telones fijos nos acerca a las mismas raíces de mismo cine
primitivo que hacía Meliés, incluyendo esos ínter títulos explicativos
de quienes son los distintos personajes o haciendo avanzar el relato.
Cero
que estamos ante una obra cinematográfica que va a ser un hito en la
historia del arte cinematográfico que a veces nos
parece ya periclitado: este filme nos indica que todavía queda en
el cine muchísimas posibilidades de expresión artística, muchísimos
caminos de comunicación social, muchísimos motivos de reflexión
humanista y cultural. Que viva muchas años Eric Rohmer.
José
Luis Barrera
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L'ANGLAISE
ET LE DUC
País
y Año:
Francia, 2001
Género:
DRAMA
Dirección:
Eric Rohmer
Guión:
Eric Rohmer
Producción:
Pathe - Cer
Fotografía:
Diane Baratier
Música:
Jean-Louis Valero
Montaje:
Mary Stephen
Intérpretes:
Lucy Russell, Jean-Claude Dreyfus, François
Marthouret, Léonard Cobiant, Caroline Morin
Distribuidora:
Vértigo Films
Calificación:
Todos los públicos
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