¿Un
film de Kubrick o de Spielberg?
Más
allá del interés publicitario de la pregunta (sobre la que ha habido
respuestas para todos los gustos), quedan en gran parte de la película,
tal y como la hemos recibido hoy en día, algunos apuntes que señalan la
presencia de Kubrick (como el prólogo y la narración en tres actos
claramente divididos, o el pesimismo respecto al ser humano de todo el
bloque central), pero acaba imponiéndose el modo de hacer y, sobre todo,
la ideología de Spielberg (con ese epílogo claramente añadido,
manipulador de sentimientos y con un carácter mágico-religioso que sólo
puede pertenecer al director de ET o Encuentros en
la tercera fase).
De
hecho, esa dualidad se mantiene incluso en la misma campaña publicitaria
del film: en un principio se nos dio a conocer un trailer con una sola
imagen de la película (como sucedió en su día con El
resplandor -la cortina de
sangre saliendo del ascensor- o Eyes
Wide Shut –el beso ante el espejo-), incluso el propio cartel
publicitario sólo llevaba un diseño conceptual: la letra “I” con
forma de niño recortada de la “A”, que contenía ese niño en forma
de negativo y juntas formaban el título AI; una idea cercana a los carteles de La naranja mecánica (la imagen alucinada de Alex), Barry
Lyndon (unos pies pisando una rosa), El
resplandor (la cara enloquecida de Jack Nicholson), La
chaqueta metálica (el casco con la inscripción “nacido para
matar” junto a un símbolo por la paz) o incluso el original de Eyes Wide Shut (el beso ante el espejo con Nicole Kidman mirándonos
a nosotros, los espectadores). Finalmente, en el momento de su estreno, se
ha distribuido otro cartel, con muchas y variadas imágenes de la película,
algo que recuerda mucho más a los diseños visuales de la trilogía de
Indiana Jones o del Parque Jurásico.
Y
si descendemos a escenas concretas, no cabe duda de que el guión (firmado
por primera vez en solitario por Spielberg, algo que no hacía desde el
fracaso –como guión- de Encuentros
en la tercera fase) incluye algunas escenas que forman ya parte de las
señas de identidad del firmante de Salvar
al soldado Ryan. Dos botones de muestra: primero, cuando el recién
llegado David busca integrarse en su nueva familia se dedica a imitar los
movimientos de sus padres mientras comen (algo que ya vimos en el hijo del
jefe de policía Brody en Tiburón, o en el niño oriental Tapón imitando los guantazos que
sacude Harrison Ford en Indiana
Jones y el templo maldito). Segundo, el milagro final que permite,
después de doscientos años de paciente espera, que por fin David consiga
reunirse con su madre; sabido es que la fe mueve montañas, pero en el
caso de Spielberg tiene propiedades rejuvenecedoras mucho más inverosímiles...
¿Un
film personal o una operación de marketing?
Tras
la muerte de Kubrick mucho se ha hablado de sus proyectos inacabados. El más
conocido es la biografía de Napoleón, que ya planeó dirigir a finales
de los sesenta, pero el crack de las multinacionales le obligó a rodar
una peliculita barata (La naranja
mecánica) y, aunque después aprovechó algunas de sus
investigaciones para Barry Lyndon, lo cierto es que la vida de ese megalómano visionario
encaja a la perfección con muchos de los personajes kubrickianos. Ya se
asegura que Spielberg rodará algún día ese viejo guión de Kubrick.
Incluso (¿es que ya no hay respeto para los artistas?) se asegura que
otro guión inacabado, God-fearing
man, puede ser dirigido por el mismísimo Ridley Scott...
Lo
único cierto es que Kubrick ya había trabajado con Dennis Muren (de la
Industrial Light and Magic) en la creación de unas secuencias de efectos
digitales, fundamentalmente para comprobar si el protagonista infantil podía
ser una creación digital, ya que el ritmo de rodaje de Kubrick no
cuadraba con el aspecto imperturbable que debía mantener David a lo largo
del metraje (respecto a la duración de sus rodajes, basta preguntarle a
Tom Cruise y Nicole Kidman por qué no rodaron ninguna otra película
durante dos años). La idea se desechó, oficialmente por problemas técnicos,
aunque muy probablemente también fuera porque este sistema no le permitía
a Kubrick controlar las actuaciones y los más pequeños detalles de la
realización, algo por lo que peleó toda su vida.
En
cualquier caso, Spielberg, al que no se le puede negar su talento en el
trabajo con niños, ha salido sobre todo airoso en ese punto: la
interpretación de Haley Joel Osment es, junto a la música de John
Williams, lo mejor de la función. No sólo resulta creíble en el difícil
cometido de interpretar a un androide, sino que pese al tono melodramático
de la función, logra esquivar el tono de niño-repelente a que se
prestaba el papel.
Sin
embargo, la historia acaba resultando alargada en exceso. Si el prólogo
es modélico, con la presentación de ese doctor obsesionado con crear a
mecas con sentimientos (un personaje muy kubrickiano, por cierto) y la
primera parte de la película se encuentra entre lo mejor que ha rodado
Spielberg (el descubrimiento de la familia como unjuego por parte de
David, la aceptación del nuevo hijo por parte de la madre, las rencillas
entre hermanos que no son tales, incluso la soberbia escena del abandono
en el bosque), en el bloque central la película deambula sin rumbo:
largas escenas sin apenas conexión, plagadas de referencias al cine
anterior de Spielberg (el cazador de mecas con atuendo a lo Indiana Jones,
la luna que remite al paisaje de ET...),
escenas teóricamente fuertes, como la feria de la carne, pero mal
acabadas (de hecho, resulta inexplicable que Gigoló Joe y David se
escapen de la feria así, sin más, andando), y otras presuntamente metafísicas
pero que no acaban de encontrar el tono adecuado (todo el encuentro con el
Dr. Know parece más un truco de guión para preparar el desenlace que un
camino lógico en el particular “vía crucis” de nuestro
protagonista).
En
la parte final, con las impresionantes imágenes de Nueva York bajo las
aguas (ojo al dato: con las torres gemelas... ¡¡y nadie ha puesto el
grito en el cielo en los Estados Unidos!!) la película retoma por
momentos su espíritu hasta cierto punto mágico... Pero todo se estropea
con un final claramente añadido, uno no puede por menos que pensar que
Kubrick habría terminado el film ahí, con David esperando el milagro
imposible, fracasando en su búsqueda de una utopía, como Alex, Redmond
Barry, Jack Torrance, todos los reclutas de La
chaqueta metálica o, finalmente, el doctor William Hartford.
Quizá
porque sus firmes creencias así lo exigen (ya saben: Dios, Patria y
Familia por encima de todo), Spielberg añade la larga y lacrimógena
escena final, con una idea que remite directamente al Abyss
de James Cameron y con un diseño que no escapa a lo que ya había
mostrado en Encuentros en la tercera
fase: es la demostración definitiva de que en el país del nunca jamás
(que existe y está en Norteamérica... aunque esté anegado por las
aguas) todo es posible, es la confirmación de que la familia unida jamás
será vencida, es, una vez más, la constatación de que Dios existe y se
apiada de los norteamericanos... aunque ya no sean seres orgánicos, sino
mecánicos.
¿Merece
la pena tanta espera?
Spielberg
ha combinado en los últimos años su cine serio (La
lista de Schindler, Amistad, Salvar al soldado Ryan) con las
operaciones mercantiles (las dos entregas de Parque
Jurásico) y parece que hoy en día ha perdido parte de su frescura e
ingenuidad (ET, El imperio del sol,
Always) para acometer proyectos mucho más estudiados, mucho más
seguros. Por eso se había comentado que ésta era una película
arriesgada, difícil, que se salía del tono general de su cine.
Todas
esas afirmaciones parecen más bien parte de la campaña de marketing que
hoy en día acompaña cualquier estreno. En el fondo, asistimos a las
mismas constantes de su cine anterior, por lo que la innovación que
ofrece es mínima. Repasemos algunas de esas constantes:
o
la importancia de los nombres de los protagonistas: David Mann (o
sea, un hombre, David) se enfrentará a un enorme camión (léase Goliat)
en un duelo a muerte en El diablo
sobre ruedas; Roy Neary (“near” = cerca) será el personaje que más
se acercará y, finalmente, contactará con los extraterrestres en Encuentros
en la tercera fase; Elliot se siente identificado con ET hasta en las letras que forman su nombre... esos mismos juegos
los encontramos con el pequeño David y su acompañante Gigoló Joe;
o
la familia media americana sometida a una tensión, a una amenaza,
de la cual deberán ocuparse la madre y el hijo, ante la ignorancia o
ausencia del padre. Algo que ya habíamos visto en ET, la familia coprotagonista de Encuentros..., el niño de El
imperio del sol y el no-tan-niño protagonista de Hook;
o
el viaje (físico y espiritual) como fórmula para resolver los
problemas, algo muy habitual en cierto cine (las “road-movies”) pero
que con diversos maquillajes se ha presentado asiduamente en la obra de
Spielberg: El diablo sobre ruedas,
Loca evasión, la búsqueda del Tiburón,
Encuentros en la tercera fase, El color púrpura, El imperio del sol,
Salvar al soldado Ryan...
o
la familia o la búsqueda de ella como motor de la narración. Véase
al respecto ET, El color púrpura,
El imperio del sol o
Hook;
o
y, finalmente, la fe, los sentimientos religiosos o, la presencia
de Dios (así, con mayúsculas) como fórmula mágica final para resolver
los problemas, algo a lo que no son ajenos los protagonistas de ET
(que, en el fondo, era una adaptación poco disimulada de un best-seller
bastante conocido: “La Sagrada Biblia”), Encuentros
en la tercera fase (los papás de ET en su primera incursión en la
Tierra), El color púrpura (con una simpática y sufridora negrita
escribiendo cartas al mismísimo Creador, que finalmente la redimirá de
todos sus males), la trilogía de Indiana Jones (donde el Arca de la
Alianza o el cáliz de la última cena tienen un protagonismo esencial)...
Todo
ello acaba despidiendo un tufillo molesto, probablemente más cuando se
advierte que estas referencias se camuflan, se disimulan o se esconden
tras brillantes efectos digitales para que, ante tanto resplandor, no
pensemos en qué mensaje se esconde detrás. Spielberg no va a cambiar de
discurso, ya es mayor para ello. Quizá lo disimule, lo empaquete mejor o
peor, pero su inquebrantable fe en que en América se vive (y se vivirá)
mejor, que para eso está Dios cuidando con mimo a sus chicos favoritos,
es algo que acaba molestando en gran parte de su cine.
Puestas
así las cosas, uno se queda con la magnífica banda sonora de John
Williams, mucho más eficaz a la hora de entender el planteamiento
repetitivo y mecánico de los “mecas” a través de un uso minimalista
de las cuerdas a lo Michael Nyman, frente al mundo de los sentimientos
reales (representado por dulces melodías de piano para los “orgas”) y
el triunfo del amor más allá del tiempo, con un himno final sumamente
emotivo, a base de coros, que resume el triunfo del bien sobre el mal,
algo que ya había utilizado en otras dos magistrales partituras para
Spielberg, con las voces corales finales de “Seca tus lágrimas, Africa”
(en Amistad) y “El himno a los
caídos” (en Salvar al soldado
Ryan).
Sabín
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A.I.-ARTIFICIAL INTELLIGENCE
Dirección: Steven Spielberg.
País:
USA.
Año:
2001.
Duración:
145 min.
Interpretación:
Haley Joel Osment (David Swinton), Jude Law (Gigolo Joe), Frances O'Connor
(Monica Swinton), Sam Robards (Henry Swinton), Jake Thomas (Martin Swinton),
Brendan Gleeson (Lord Johnson-Johnson), William Hurt (profesor Hobby),
Jack Angel (voz original Teddy), Ben Kingsley (v.o. narrador), Robin
Williams (v.o. Dr. Know).
Guión:
Steven Spielberg; basado en una historia de Ian Watson a partir del relato
de Brian Aldiss 'Supertoys last all summer long'.
Producción:
Kathleen Kennedy, Steven Spielberg y Bonnie Curtis.
Música:
John
Williams.
Fotografía:
Janusz Kaminski.
Montaje:
Michael Kahn.
Diseño de producción:
Rick Carter.
Dirección artística:
Richard L. Johnson, William James Teegarden y Tom Valentine.
Vestuario:
Bob Ringwood.
Decorados:
Nancy Haigh.
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