La cosa (The thing) (2)

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Remake disfrazado de precuela 

la-cosa-0Pocas veces los slogans publicitarios de un cartel responden mejor a la realidad de lo que ofrece esta nueva versión de la novela corta de John W. Campbell Who goes there? (1938). Por un lado, se nos dice que es la nueva película “de los productores de Amanecer de los muertos”; por otro, se asegura que eso que anda por ahí “No es humano. Todavía”.

Dos frases perfectas para definir lo que es y lo que no es este híbrido.

El productor es la estrella

A comienzos de este siglo, cuando el boom de las nuevas versiones (remakes) de clásicos fantásticos de los 70 y 80 comenzaba a hacerse realidad, un título sorprendió a muchos por su adaptación a los nuevos tiempos de un clásico más o menos intocable de los 70: hablamos de Amanecer de los muertos, de Zack Snyder, una brillante revisitación de Zombi/Dawn of the dead (1977), que a su vez era la segunda parte de La noche de los muertos vivientes (1969), hoy convertida en una franquicia por su creador, George A. Romero.

Amanecer de los muertos mantenía en general la línea argumental, pero actualizaba con cierta inteligencia algunos elementos de su predecesora (lo más celebrado: los zombis ya no eran torpes y lentos, sino rápidos, podían pensar y muy, muy letales). Ello, unido a un buen pulso narrativo, no sólo la convirtió en un gran éxito de público, sino que marcó la línea a seguir por aquellos que querían actualizar las cult-movies de la hasta ahora última década gloriosa del cine de terror norteamericano, aquella época amparada bajo el manto del American Gothic y situada cronológicamente entre finales de los 60 (con La noche de los muertos vivientes como film seminal) y principios de los 80 (quizá El resplandor pueda ser su último ejemplo, aunque escapa en muchos aspectos a las constantes temáticas de ese cine de terror que escarba con un bisturí algo mugriento en los estamentos de la sociedad norteamericana de la época).

Además, Amanecer de los muertos venía firmada por un desconocido, Zack Snyder, un virtuoso de la cámara y del montaje que con el paso del tiempo ha vuelto a sus orígenes, es decir, a la publicidad y a los videoclips, aunque a veces mezcle ambos lenguajes con el cinematográfico hasta el punto de no saber el espectador muy bien si asiste a una película o a un largo spot, como avalan 300, Watchmen y, sobre todo, Sucker Punch.

Pues bien, los productores de aquella idea han vuelto a repetir la propuesta punto por punto con La cosa (The thing), nueva versión del clásico dirigido en 1982 por John Carpenter.

Aquí el elegido es un desconocido realizador publicitario holandés, Matthijs van Heijningen jr., quizá para permanecer cercano a los protagonistas del relato, en su mayor parte escandinavos atrapados en la Antártida e interpretados por actores suecos y noruegos: Heinjningen se inició en el cine como decorador en 1991 con un título mítico, El ascensor de Dick Maas. Y luego sólo ha realizado en un corto, Red Rain (1996), antes de dirigir La cosa (The thing). Nadie se explica por qué la Universal lo ha elegido para este proyecto.

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Además del realizador, se apuesta por un respeto a veces reverencial por el original, hasta el punto de atar todos los cabos necesarios para que si uno ve hoy en día la película de John Carpenter de 1982 pueda comprobar que todas las piezas encajan, como si fueran dos partes rodadas una a continuación de la otra y no con 30 años de diferencia.

Y, por supuesto, se busca una puesta en escena alejada de los cánones actuales (nada de montaje rápido, huida de las florituras fotográficas, movimientos de cámara discretos y ajustados a la narración) para recuperar un trabajo de dirección y montaje cercanos a la narrativa tradicional, donde la imagen se puede ver y disfrutar, no nos bombardean con ella, y el sonido no sirve sólo para explicar con palabras lo que ya ven nuestros ojos (ese menosprecio actual a la inteligencia del espectador), sino que aporta matices (el ambiente sonoro, los silencios).

En muchos casos, el sonido aporta información y sensaciones al espectador gracias a la conjunción con una admirable banda sonora de Marco Beltrami que, eso sí, reproduce fielmente los parámetros usados por Ennio Morricone en la película de Carpenter, hasta el punto de utilizar incluso un tema suyo, End titles, camuflado en varios momentos del metraje. Curiosamente, en su momento se criticó duramente a Morricone por haber elegido una ambientación sonora, casi sin temas reconocibles, alejada de su estilo habitual, en lo que se pensó que era una claudicación ante las imposiciones de Carpenter: hoy no sólo es un clásico indiscutible, sino la opción más utilizada por los actuales compositores del cine fantástico y de terror, la ausencia de temas y la acumulación de efectos y ambientes sonoros.

¿El problema?

Quizá un excesivo apego al original, del que llega a copiar secuencias enteras, como la prueba de sangre para averiguar quién es humano y quién puede que no lo sea… eso sí, aquí la prueba a la que se someten todos los supervivientes es una revisión bucal: se nos dice que el bicho puede reproducir seres vivos, pero no objetos inertes, de ahí que los empastes en la dentadura o las placas metálicas en la mano sean desechadas… y es que las réplicas que fabrica son mejores que el original.

Fruto de esa reverencia al original de Carpenter es una sensación que invade a veces esta versión de 2011, que nos lleva a pensar que apenas hay algo original: todo estaba ya en la obra de 1982 y el guionista y director se han limitado a actualizar algunos elementos (como la sustitución del fornido Kurt Russell por una heroína que, por otro lado, parece heredada de la teniente Ripley de la saga Alien… con lo cual tampoco han inventado nada nuevo), y esta sustitución se debe más a cuestiones comerciales y coyunturales que a una necesidad dramática real, ya que la heroína protagonista (de la que se agradece que no sea una tonta estúpida y, sobre todo, que sea una actriz con presencia en pantalla) bien podría ser un hombre sin que nada cambie en la trama.

Por otro lado, ya lo hemos comentado antes, hay un afán excesivo por atar todos los cabos sueltos para que las dos películas encajen: recordemos, ésta es una precuela, es decir, su acción transcurre antes que el film de John Carpenter, de ahí que se revisen punto por punto las escenas que en su día se vieron en el campamento noruego (una secuencia aislada en la película de 1982, ya que la acción transcurría luego en el campamento norteamericano) y se busque justificar cada plano y cada detalle… hasta el punto de que los títulos de crédito contienen un par de escenas añadidas para que todo encaje. Quizá no encontraron otro momento durante la trama para insertar al suicida que se corta la garganta y, sobre todo, a ese perro final que huye perseguido por un helicóptero, imagen con la que comienza el film de Carpenter.

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No, no es humano… todavía

La segunda frase de la publicidad puede tener varias lecturas.

La primera, evidentemente, se refiere a la trama del film y habla de esa habilidad del alienígena para transformarse en cualquier ser vivo con el que pueda entrar en contacto. La nueva versión nos permite conocer a fondo cómo el organismo recrea en su interior otros organismos vivos, en una especie de larvas que no puede por menos que recordarnos a La invasión de los ladrones de cuerpos (y todas sus secuelas, en especial la de Phil Kaufman, dirigida en plena época dorada del terror, mediados los 70).

La información adicional, además de dar pie a algunas escenas de corte quirúrgico-instrumental (muy del gusto de David Cronenberg y, sobre todo, del Alien de Ridley Scott) permite disfrutar del interior de monstruo con todo lujo de detalles (bueno, el montaje del director en DVD seguramente se extenderá en estos detalles: ya se sabe que en cine se busca llegar a los menores, en este caso hasta 12 años, y en DVD se busca un público más adulto, de ahí los extras añadidos). Una escena que, además, permite comprobar hasta qué punto los efectos de maquillaje son deudores del trabajo realizado por Rob Bottin en el film de Carpenter.

Y es que también aquí hay un respeto casi reverencial al original.

Se han añadido imágenes digitales, a veces efectos excesivos e innecesarios (incluso que cantan, como la primera vez que incineran al alienígena y sólo vemos unos cutres tentáculos asomando por las grietas del almacén ardiendo), se nos ha permitido conocer el interior de la nave alienígena, se despliega una amplia información sobre el modus operandi del extraterrestre… pero al final todo vuelve a sus cauces originales y la película acaba convirtiéndose en un remake en toda regla del film de Carpenter, incluso en la planificación y en un tipo de efectos de maquillaje menos digital y más propio de los 80.

Porque, aunque lo vendan como precuela, en realidad es un remake, una nueva versión de casi, casi, las mismas escenas.

Y, quizá  por ello, la experiencia no es del todo agradable.

No acaba de funcionar porque el mimetismo no tiene por qué generar una obra de interés, sobre todo si se conoce el original. El paradigma de esta situación para este cronista es Funny games, de Michael Haneke, cuya versión original austríaca es una obra maestra original, demoledora, y su fotocopia norteamericana es exactamente eso: una fotocopia sin ningún interés.

Tampoco acaba de funcionar porque una cosa es imitar el estilo narrativo de Carpenter (sus panorámicas lentas, algunos travellings inquietantes, la oscuridad siempre presente) y otra conseguir un todo que tenga sentido, que sea coherente, que tenga su propia personalidad. El director se esfuerza y copia bien, pero el todo no ofrece nada nuevo: no sorprende, no apasiona… tampoco molesta, eso sí.

Y no entusiasma porque la sensación de deja-vú acompaña gran parte del metraje. Pese a ciertas licencias narrativas (la nave espacial) el resto resulta demasiado familiar.

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Se agradece un uso comedido de la grúa (con ese bello plano con la cámara elevándose para mostrarnos por primera vez la inmensidad de la nave enterrada en el hielo), la ausencia de una innecesaria historia de amor (introducida con calzador en muchas producciones actuales), cierto lenguaje visual duro (ya está bien de limar tanto el montaje que al final el terror no existe: si se gasta dinero en maquillaje que éste se vea en pantalla) y, en definitiva, una historia contada con solvencia, incluyendo algún susto añadido para el público más joven.

Pero para ser original, para apasionar, necesita algo más: ese punto de ironía, o quizá de tensión, o puede que sea el clima de desasosiego que sea capaz de crear en el espectador, o es posible que se eche en falta la originalidad. O quizá la suma de todas.

Le falta humanidad. Parece una película nueva. Pero no lo es. Como los seres replicados en la propia trama del film. Réplicas carentes de vida.

Se ve con agrado. Pero un poco de pasión y algo de riesgo por parte de todos (productores a la cabeza y realizador a la cola) la podrían haber convertido en un nuevo clásico. Lástima.

Escribe Sabín