Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979)

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El monstruo, la heroína y el mito 

Alien_1Ridley Scott es uno de aquellos directores con quien nunca ha simpatizado demasiado quien esto firma y, sin embargo, uno debe admitirle al cineasta el haber rodado varios hitos de la historia del cine (especialmente en sus inicios) y varias buenas películas. Al mismo tiempo, y eso es lo que no se acaba de entender, también ha rodado bodrios de nivel bajísimo.

Dicho de otro modo, parece mentira pensar que quien rodó Blade Runner fuera capaz de engendrar un loncho tal como La teniente  O’Neil o como Tormenta blanca; que el mismo que se atrevió a modelar a una nueva Clarice Starling en Hannibal fuera el mismo que luego hizo algo tan blando como Un buen año.

Y podríamos seguir con el listado de las comparaciones, pero baste decir que Scott tiene muy buenas películas y muy malas películas.

Ya sabemos que Alien, el octavo pasajero (subtítulo añadido convenientemente en España) pertenece al primer grupo —y aquí algunos dirán que pertenece al grupo de obras maestras— y que su historia, mito, creación y génesis ya forman parte de la historia del cine.

Lo cierto es que Alien es una película con monstruo que no estaba destinada a la gloria sino a ser un producto muy de su tiempo, con cierto carisma, presupuesto bajo y un hatajo de actores solventes pero poco conocidos —y, por qué no, baratos—. Pero algo sucedió que obró una gesta heroica.

Alien es de aquellas películas cuya conjunción astral fue favorable para que todo saliera mejor de lo previsto, alcanzando lo que hoy es.

Alien y el mito

Alien es icónica porque tenía todo lo que hace falta para serlo, y además todos sus elementos-pilastra se saldaron con excelentes resultados en pantalla. El guión contiene un personaje principal, mujer de armas tomar para tener más leña, que ya invoca la leyenda desde su nombre —la teniente Ripley, claro—, unos secundarios de aquellos que permanecen en la retina del espectador —Tom Skerrit John Hurt o Ian Holm, como uno de los androides más famosos de la historia del cine—, una nave espacial laberíntica y futurista como contexto esencial de la peripecia dramática, unos personajes dispuestos a desaparecer según exigencias de la trama (como cualquier peli de terror que se precie) y, cómo no, el monstruo alienígena que se mueve como pez en el agua y que demuestra gran inteligencia en sus movimientos, sus actos y sus estrategias.

Y sobra decir que el bicho ya es de apariencia icónica de por sí gracias a un diseño y maquillaje asombrosos que son mucho más responsables  del éxito de la cinta que otros implicados: su cabeza alargada en forma de media luna, su boca amenazantemente dentada, su capacidad de engendrar nuevas semillas y, sobre todo, su lugar de origen —ese huevo con líquido gelatinoso verde fluorescente que se abre como una flor— ya forman parte del imaginario colectivo cinematográfico de cualquier cinéfilo mínimamente en contacto con la realidad.

Y en esta ocasión Ridley Scott hizo un storyboard tan inspirado en cuanto a la plasmación visual de lo que él concebía que logró que le doblarán el presupuesto inicial para la película. Es decir, que el empaque visual de todo lo que conlleva la bestia y su ideario era tan innovador y tan insólito que ha sido lo que llevado a Alien ser una de esas cumbres del cine con monstruo, ya sea de ciencia ficción o de terror, pues a cada cual le place adjudicarle un género  u otro aunque todos sepamos que pertenece a los dos.

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Ciencia ficción o terror

Bien, este debate en Alien es como algo así como la historia del nunca acabar. En algunos libros de prestigiosos autores que aquí no mencionaremos (no queremos dar publicidad gratuita) afirman que Alien es una película de ciencia-ficción. Por supuesto, transcurre en el espacio, en el interior de una nave y también se contextualiza en un lejano planeta de la galaxia, amén de tener un equipo de astronautas.

Claro, todo esto es pura ciencia-ficción, ya lo sabemos.

Pero después tenemos esos elementos que nos indican que Alien es puro cine de terror. Hay un personaje depredador que va cobrándose víctimas y que nos brinda impactantes persecuciones, secuencias aterradoras, muertes virulentas y que deberá enfrentarse al héroe de turno. Aunque en este caso, sea una heroína de rostro ambiguo la que se enfrente al asesino, que para más señas es un monstruo horripilante, que se hizo —atención al dato— con vísceras y tiras de condones.

Además, y esto es otra de las características del cine de terror con monstruo en parte debidas al propio Alien, vamos viendo paulatinamente al monstruo; éste se va descubriendo poco a poco y en esta ocasión incluso vemos uno de sus retoños enganchado a la cara de uno de los que fenecen en el intento.

Podríamos decir pues que la película conjuga la ciencia ficción como escenario-género en el que desarrollar una trama propia del cine de terror. Tenemos la mescolanza perfecta y esto siempre ha sido otro de los aciertos de Alien y de toda la saga que ha generado. Esa mezcla de géneros, y en especial el cine de terror sanguinario, recordemos, son marca ineludible de los años setenta y ochenta y eso también se deja respirar en los fotogramas de la cinta.

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Alien ochentero

Sí, ya sabemos que Alien se estreno en 1979 y verdaderamente se trata de una cinta que recoge lo mejor de los años previos y apostillaba lo mejor de los que estaban por venir. Es ahora cuando estamos en proceso de reivindicación – reinvención – reinterpretación – plagio de todas aquellas cintas que nos regalaron aquellos maravillosos años. Ahora volvemos a todo aquel cóctel de aventuras, psicópatas, monstruitos y otras lindezas que nos dejaron en legado otras personalidades del mundo del cine: recordemos a los Goonies, a Freedy Krueger, a las últimas casas a la izquierda, a las pirañas y tiburones…

Y todas ellas tenían un denominador común: su sencillez.

Alien no es tan diferente de todas ellas. Es esa sencillez que ahora se ha convertido en una de esas claves críticas que se sirven de la nostalgia para hacer méritos presentes. Su guión, aunque conteniendo todo lo que necesitaba en verdad, no tenía definidos ni el sexo de sus personajes sino tan sólo el desarrollo argumental esencial de sus secuencias. Además, partía de una puesta en escena bastante modesta, aunque luego gozó de mayor dispendio monetario que el previsto inicialmente. Aún así, no podemos decir que Alien sea una cinta especialmente llamativa por sus grandes decorados o por la verosimilitud de sus contextos.

Más bien algunas partes de la nave son claramente de cartón piedra y la iluminación en algunos pasajes es más bien tosca o pretendidamente disco. Y, si la analizamos bien, podemos comprobar con facilidad que ni siquiera su tripulación está bien perfilada y hasta el monstruo resulta difuso en muchos aspectos. Todo ello muy ochentero, pues era típico del cine de aventuras de aquella década el toque deslavazado y un tanto kitsch de que hace gala Alien aunque finalmente se obrara el milagro y se envolviera de una aureola elegante y mágica.

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El efecto sorpresa

También Alien es un mito, admitámoslo, porque fue la gran sorpresa de aquel año, de toda una generación y de todo lo que ha venido después. Seguramente, si no hubiera existido y alguien la rodara ahora, otro gallo nos cantaría, y no estamos diciendo que sea mala ni mucho menos (la adoramos, de hecho) pero ciertamente responde al efecto sorpresa que supuso una cinta como ésta en su momento.

Su portada, el famoso huevo fosforito, no daba lugar a muchas más explicaciones y, recordemos, Sigourney Weaver era una actriz prácticamente desconocida que luego ganaría enteros y legiones de buenas pelis.

Pero la mayoría de personas que iban a ver Alien, no sabían muy bien lo que iban a ver, lo que hizo de hype hiperbólico para que alcanzara la escandalosa cifra de 200 millones de dólares. Y conste que la película costó sólo 11 millones de dólares. Fue el efecto boca-oreja, fue el ver algo de lo que todo el mundo hablaba pero que nadie desvelaba muy bien, fue el pavor ante alguna secuencia que nadie nunca se hubiera esperado…y aquí empezó a forjarse el mito.

Cualquier documento sobre Alien, ya sea libro, ensayo, recuerdo o lo que sea siempre destaca una secuencia: la de la explosión de pecho de uno de sus personajes. Aquella secuencia constituía el efecto sorpresa por antonomasia del cine de su tiempo. Nadie nunca pudo prever tal artificio, las caras de los espectadores eran todo un poema cuando veían aquella secuencia infame y gore.

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Ripley, la supermujer

Quien no ha visto, oído, leído alguna vez lo que sea sobre la teniente Ripley, quizás una de las féminas más cojo… perdón, digo cañeras, de la historia del cine. Desde que Ripley y el Alien se ven las caras ya no existe el uno sin el otro, es una relación parasitaria, simbiótica, complementaria y suplementaria. No es una relación de amor pero algo de sentimiento hay entre estos dos seres, aunque también haya sed de sangre y, a posteriori, muchas otras cosas. Ripley es el prototipo de supermujer que, dado que el capitán de la Nostromo no tarda en caer, toma las riendas de la nave con pocos miramientos y sin miedo alguno.

Casi podríamos decir que Ripley está sacada de las páginas de un cómic de mujeres guerreras o de uno de aquellos en las que una mujer con un par se enfrenta a todo lo que puede. Claro, en la era de Lara Croft estamos más acostumbrados a ver a mujeres de este calibre, pero esto en 1979 era un alucine que asombró a propios y extraños. La mujer contra la bestia, y no es la Bella precisamente, sino que entre ambos personajes nace un vínculo extraño de vida y muerte que parecen, por momentos, fusionarse en un pensamiento único.

Pero Ripley debía ser un hombre. De ahí que su personaje los tenga tan bien puestos y que sea más parecida a un héroe de guerra que a una dama en apuros de cariz galáctico. Y lo que iba a ser un guión con su punto sexual —se incluía un coito entre Weaver y Tom Skerrit— y con una violencia mucho más explícita, finalmente se optó por asexualizar a la protagonista y rebajar el nivel paroxístico para que la cinta pudiera exhibirse sin problemas en muchas más salas comerciales.

Si Ripley resultó saldada con una rebaja sexual, el bicho (¿o es bicha?) también tuvo recortes. Su apariencia primaria era mucho más erótica, más abruptamente reminiscente de un cuerpo que tendía a la sexualidad implícita. La pareja (nos referimos a Ripley y Alien), por lo tanto, ya nació con un vínculo desde sus inicios pues les cortaron las alas en cuanto al desarrollo de sus instintos básicos.

Sin embargo, las bajezas humanas de la heroína y del monstruo no tardaron en desarrollarse en venideras entregas. Y es que hemos visto al Alien como madre, como protectora, como apareadora, como parturienta… Y Ripley siempre está ahí, como si velara por ella, como si ambas estuvieran predestinadas a vivir juntas pero no revueltas.

Y sólo el mero concepto de esta relación binómica malsana ya merece la categoría de mito.

Escribe Ferran Ramírez

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