Angelo Badalamenti y David Lynch
No deja de resultar paradójico el hecho de dedicar el Rashomon de este bimestre febrero-marzo de
Durante las más de dos horas de metraje que dura Mulholland Drive, la narración se traslada de un mundo onírico a otro real, donde el espacio y el tiempo ya no tienen nada que ver el uno con el otro. Dos historias contadas por los mismos personajes pero desde perspectivas completamente distintas. Cambia el punto de vista, pero no de una persona a otra, sino del inconsciente al consciente de una misma persona.
¿Cómo se las apañó el director para poder musicar esa discontinuidad narrativa sin que lo que se nos explica, o más bien se nos sugiere, no optimizara la transmisión de los conceptos y los mensajes deseados?
Vamos a tratar de averiguarlo refiriéndonos a una banda sonora compleja y ecléctica a la vez, un puñado de canciones y melodías instrumentales que se caracterizan por tener elementos muy distintos entre sí, sin que esto llegue a ser una patología sino todo lo contrario; una combinación del siempre loable trabajo del camaleónico Angelo Badalamenti con la cuidada selección de piezas míticas y reconocibles que acaban teniendo una importancia fundamental en la trama. Ya verán que para gustos, colores.
Como hemos comentado, el soundtrack de Mulholland Drive viene firmado por el músico y compositor estadounidense de origen italiano Angelo Badalamenti, quien se convirtió en inseparable de las producciones de David Lynch desde que triunfara en su primera colaboración conjunta con la banda sonora de Blue Velvet (ídem, 1986).
Desde entonces, Lynch siempre ha contado con él para poner acordes a su particular universo, siendo su composición más celebrada el soundtrack de la inolvidable serie televisiva Twin Peaks (ídem, 1990-1991), un auténtico éxito de ventas. Por su partitura para Una historia verdadera (The Straight Story, 1999) Badalamenti fue nominado al Globo de Oro, al igual que ocurriera con Mulholland Drive, no consiguiendo alzarse con el galardón en ninguna de las dos ocasiones (para los más curiosos, señalaremos que les fueron arrebatados por Philip Glass por El Show de Truman y James Horner por Titanic, respectivamente).
El primer track de la banda sonora de Mulholland Drive lleva por título Jitterbug (http://www.youtube.com/watch?v=Jl7Ji5aMcQg) y se trata del tema musical que suena durante los títulos de crédito iniciales, un comienzo del film sencillamente arrebatador e inolvidable en el que se nos presenta a un grupo de avezados bailarines (entre los que ya atisbamos a la protagonista, Betty) en lo que parece ser un concurso de baile por parejas. El Jitterburg era un baile estadounidense muy popular entre las décadas de los años treinta y cuarenta, bailado con gran energía y acrobacias al ritmo de las Big Bands de la época.
Un comienzo electrizante que se verá cercenado inmediatamente por una serie de imágenes turbias, en cámara subjetiva, de una almohada… alguien se acaba de acostar. Un contraste que parece no tener mucha importancia de antemano, pero que ya nos deja entrever lo que será una constante en el devenir del conjunto de la narración, lo real y lo onírico se confunden al igual que la música y el silencio, ese Silencio que volverá a aparecer un poco más adelante.
Acto seguido vemos a un coche en la noche californiana recorriendo la carretera que da lugar al título del film. Entonces comienzan a sonar los acordes de Mullholand Drive (http://www.youtube.com/watch?v=Xfj5ZF-ECII), un tema instrumental que rezuma misterio por los cuatro costados y que se repetirá en varias ocasiones a lo largo de la película, convirtiéndose desde entonces en la sintonía identificadora o leitmotiv de la misma.
Vale la pena hacer hincapié en otras dos composiciones instrumentales antes de pasar a hablar de las canciones que aparecen en el film: por un lado, el tema titulado Diane and Camila (http://www.youtube.com/watch?v=gpP4nJtGvaE), que sirve como acompañante preciso y precioso de la aventura lésbica que disfrutan las dos protagonistas y a la sazón de las escenas más tórridas que nos regala el film.
Y por otro, el corte que lleva por título Silencio (http://www.youtube.com/watch?v=Nhha-aXwRBo), un claro ejemplo de la oscuridad y extravagancia que pueden resultar de unir las viñetas de noir-jazz compuestas por el autor del soundtrack con unas imágenes tan poderosas como las que aparecen cuando irrumpe en escena ese club tan particular llamado Silencio, un local donde el espectáculo que se está allí representando sirve como auténtica clave para explicarnos lo que está sucediendo hasta el momento: la música suena pero no hay banda, las imágenes aparecen pero no son auténticas, nada ocurre de verdad.
Aparte de la obra instrumental firmada por Badalamenti, existe un pequeño grupúsculo de canciones que no deberían pasar desapercibidas a la hora de degustar esta pequeña obra maestra que es esta banda sonora: dos de ellas, fruto del álbum compuesto por el mismo David Lynch y Jon Neff, titulado Bluebob. Nos referimos a las composiciones Mountains falling (http://www.youtube.com/watch?v=5U_hkVLPftY) y Go get some (http://www.youtube.com/watch?v=xGkm4SGbFqQ).
Es curioso, sin embargo, lo que ocurre con una canción que no aparece en el CD recopilatorio, pero que sin embargo pasa por ser una de las melodías más recordadas del film. Nos referimos a Sixteen reasons, de Connie Stevens (http://www.youtube.com/watch?v=gnQONZ1XVJM), tan característica de los inicios de los sesenta, que sirve, junto a su ajustada puesta en escena y ambientación de época, como perfecta representación del esplendor (aparente) del Hollywood más clásico, la nostalgia de una era gloriosa en una industria cínica y cruel de la que Lynch nos muestra su vertiente más tenebrosa. Y al mismo tiempo, sus dulces y candorosos acordes nos preparan para uno de los planos más enigmáticos de la película, aquel largo zoom en el que conectan sus miradas el director engreído (Justin Theroux) y la aspirante a estrella (Naomi Watts).
Y cómo no, finalizar este repaso a la música que aparece en Mulholland Drive aludiendo a la tonada más arrebatadora y esencial que se muestra en el instante que hace acto de presencia en el club Slencio la inigualable Rebekah del Río, quien se marca una interpretación a capella del Crying de Roy Orbisson (aquí se llama Llorando, pues la canta en español) para quitarse el sombrero (http://www.youtube.com/watch?v=cAbmfVzPHFg).
No nos extraña que el público que presencia la actuación acabe sollozando como niños, pues la puesta en escena y sobre todo una voz apasionante y cautivadora como la de la actriz y cantante (quien ya había participado en el mediometraje Rabbits, de 2002, dirigido por el propio David Lynch) es simplemente magnífica.
Escribe Francisco Nieto