A
finales de los noventa John Carpenter sorprendió a los que ya no creían
en él con una agradable revisitación del mito del vampiro en clave de western
fronterizo: entre México y Estados Unidos un grupo salvaje se dedicaba,
como en el filme de Peckinpah, a perseguir a otro grupo salvaje. Ambos
mataban por doquier, unos para alimentarse de su sangre, otros para
alimentar su cuenta corriente. Y todos ellos acababan siendo víctimas de
las mafiosas intenciones de la Iglesia (así, con mayúsculas),
representada por un ambicioso cardenal cuya máxima aspiración era poseer
la cruz de Beziers para ser capaz de tener lo mejor de ambos grupos
salvajes: ser vampiro y poder caminar a la luz del día... por algo aquel
cardenal se llamaba Alba y moría, naturalmente, durante el crepúsculo.
Vista
hoy, Vampiros de John Carpenter sigue siendo un ejemplo de
propuesta desternillante a nivel de guión (aunque su ironía y su crítica
son de agradecer) pero que se mantiene intacta gracias a la fuerza de su
realización (algo que siempre ha sido el fuerte del director de La
noche de Halloween) y a una hábil actualización de algunos mitos
sobre el vampirismo.
No es
que fuese un gran éxito de público, aunque cumplió en taquillas y su
prestigio crítico sigue intacto (en algunas revistas francesas Carpenter
está a la misma altura que Hitchcock y muy por encima de ilustres clásicos
como Terence Fisher). Pero no, no fue un título que rompiera moldes.
Por
eso sorprende más que pocos años después se estrene una película como Vampiros:
los muertos, apadrinada por el propio Carpenter y escrita y dirigida
por un colega suyo, Tommy Lee Wallace, compañero del maestro en sus
correrías juveniles como miembro de un grupo de rock (The Pope of the
Ville: formado por Carpenter, Wallace y Nick Castle, otro amigote que tuvo
la gentileza de ser el hombre tras la máscara en el primer Halloween...
antes de dedicarse él mismo al cine fantástico, ¿o era Wallace el que
actuaba tras la máscara?).
Y
sorprende porque no es exactamente una continuación: de hecho se alude a
que hubo un “grupo salvaje” cazador de vampiros hace tiempo y
perecieron todos (vamos, se nos recuerda mínimamente el argumento del
primer Vampiros) y poco más... pero luego, la película se limita
a ser una copia, escena por escena del título dirigido por Carpenter: una
matanza inicial, una mujer contaminada que les acompaña, un cura poco
convencido (de hecho, ni siquiera es cura), la orgía sangrienta en el
club, la persecución, el monasterio en un pueblo mexicano, la cacería de
los curas... Todo, todo, parece que ya estaba en el filme de Carpenter,
excepto la personalidad del líder de los vampiros, que aquí ha sido
transformado en una enigmática mujer que ansía, cómo no, la dichosa
cruz para poder caminar a la luz del día, aunque como no la consigue, se
conforma con (Dios mío, cualquiera puede escribir un guión)... ¡con las
drogas que toma la “infectada” para poder disfrutar, aunque sólo sea
un día, de una suculenta carnicería a la luz del sol!
No
me voy a cuestionar por qué persiguen la cruz si con las drogas bastaría.
No me voy a interrogar sobre los vecinos de ese pueblo que aceptan a los
vampiros como inquilinos de su iglesia (adios, Stoker, adios). Ni siquiera
me voy a preguntar por qué los protagonistas cuentan de vez en cuanto la
historia a sus compañeros de viaje, así sin más, para que el espectador
pueda oír de nuevo el estado de la cuestión y no tener que pensar por sí
mismo. No. Nada de eso merece la pena.
Y
no merece la pena porque siendo rematadamente malo el guión, está
incluso por encima de la torpeza mostrada por Tommy Lee Wallace en la
realización: falta de ritmo, ausencia de tensión, planificación
desastrosa, escenas de acción montadas de forma atropellada y sin dejar
ver nada (el famoso estilo de Michael Bay y sus acólitos) y, en fin, una
total carencia del más mínimo sentido de lo que es lo“fantástico”.
Parece
mentira que este Wallace sea el mismo que montó algunas películas
primerizas de Carpenter y el que realizó Halloween 3: la maldición de
la bruja, una de las pocas secuelas novedosas de la serie. No debió
aprender mucho sobre las virtudes de su mentor usando la pantalla ancha, o
creando el clímax, o manipulando el tiempo y el espacio en el montaje...
aquí todo tiene el mismo relieve que cualquier cutre telefilme de
sobremesa y, por supuesto, para que todo quede claro, además de
visualizado, está contado por alguno de los protagonistas sin que venga a
cuento... y pese a todo, la historia sigue sin entenderse, quizá porque
no tiene pies ni cabeza, sólo planos calcados de los Vampiros
carpenterianos, y eso la verdad, tiene muy poco mérito.
Sabín
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VAMPIROS,
LOS MUERTOS
Título
Original: Vampires: Los Muertos
País
y año: EE.UU., 2002
Género:
Terror
Dirección:
Tommy Lee Wallace.
Interpretes:
Jon Bon Jovi. Natasha Gregson Wagner. Diego Luna.
Guión:
Tommy Lee Wallace.
Distribuidora:
Columbia Tristar Films de España
Calificación:
No recomendado menores de 13 años.
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