El
movimiento Dogma sigue ofreciendo sus frutos. Se podrá estar más o menos
de acuerdo con los resultados, se podrá criticar con todo lo
encarnizadamente que se quiera la solidez de sus mandamientos, pero qué
duda cabe de que nunca hasta ahora habíamos contemplado en nuestras salas
tantas muestras de cine danés, o difícilmente hubiera sido posible un
ciclo como el que acaba de dedicar el festival Cinema Jove a uno de los
padres del movimiento, Thomas Vinterberg, sesión de clausura incluida.
Te
quiero para siempre, también danesa y dirigida
por Susanne Bier, una mujer desconocida hasta ahora por estos lares,
adopta la forma del melodrama. Amores y desamores entre dos parejas que
casualmente se entrecruzan a raíz del accidente que deja paralizado a uno
de los hombres (guiño cómplice a Lars von Trier y su Rompiendo las
olas) y que desencadenará el derroche de sentimientos que caracteriza
al género: por una parte un matrimonio roto que tan solo necesita la
chispa que materialice su destrucción; por otra una mujer necesitada de
todo el amor que no puede obtener en su compañero enfermo y que busca en
un sustituto.
Pero
como ocurre en los buenos melodramas, la anécdota resulta transcendida y
se apunta al núcleo de una sociedad que resulta tratada de manera
despiadada. La apertura y cierra de la película reflejan simbólicamente
esta intención: personajes desenfocados, anónimos, disueltos en un marco
nocturno en el que vagan sin sentido. Así son los que contemplamos a lo
largo de la película: individuos solitarios, sin proyectos, que se
limitan a continuar con su rutina, que se aferran a esa rutina como si
fuese una tabla de salvación sin comprender que es el lastre que les
hunde cada vez más en el fondo de su existencia. Y cuando la casualidad
les enfrenta a su triste realidad, la reacción es negarla, salvar la
apariencia (en este sentido la película debe más de lo que declara a Celebración,
la pieza inaugural del movimiento Dogma), mantener el artificio. Son también
seres constantemente abandonados: el amor aparece casi exclusivamente en
su tramo final, como negación de lo que quizá fue, como noticia de lo
que concluye. Y es un amor, además, que se materializa a través de los
objetos: incapaces de la calidez humana, los personajes están
constantemente regalando objetos a través de los cuales tratan de
demostrar sus sentimientos (muebles, anillos, juguetes, golosinas, ...),
intentos de comprar un cariño que necesitan pero del cual no poseen
seguridad alguna.
La
puesta en escena y la planificación de la película refuerzan este
planteamiento: las salas desiertas del hospital, la casa vacía, fría,
que en cierto modo es una continuación de las estancias hospitalarias, o
la utilización casi exclusiva de primeros planos que refuerzan la soledad
de los personajes (raras veces aparecen varios en un mismo plano) van
creando ese ambiente de decadencia y desamparo que tan bien acaba
transmitiendo la película.
Estamos por lo tanto ante una muestra muy digna de cine Dogma. No tenemos
muchas ocasiones de afirmar algo así, pero parece como si los resultados
mejoraran cuando los cineastas se ocupan de destripar la enferma sociedad
nórdica, como si los mandamientos (los
que quedan, pues las infidelidades son ya muchas) tuvieran una especial
eficacia a la hora de abordar estos temas. Ya la tuvieron en la citada Celebración,
la película que sin duda sigue siendo el punto de referencia de los
seguidores del decálogo. Pero sea como fuere, con Dogma o sin él,
estamos ante una más que interesante aportación del nuevo cine danés, y
eso es, a fin de cuentas, lo que interesa.
Marcial
Moreno
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TE
QUIERO PARA SIEMPRE
Título
Original: Elsker dig for evigt
País
y año: Dinamarca, 2002
Género:
Drama
Dirección:
Susanne Bier.
Interpretes:
Mads Mikkelsen. Sonja Richter. Nikolai Lie Kaas. Paprika Steen. Birthe
Neumann.
Guión:
Anders Thomas Jensen.
Producción:
Vibeke Windeløv.
Distribuidora:
Golem
Calificación:
No recomendado menores de 13 años.
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