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EL MANUSCRITO ENCONTRADO EN TOLEDO
(A propósito de La
novena puerta)
Por
Sabín
1ª
parte: buscando la llave
La
penúltima película de Polanski puede servir de prototipo de cómo el cine
europeo intenta hoy en día enfrentarse a la maquinaria norteamericana con
aspiraciones no sólo de calidad sino también de comercialidad.
Por
un lado, tenemos una novela de Arturo Pérez Reverte, “El Club Dumas”, con
dos tramas paralelas que se cruzan continuamente: la búsqueda del manuscrito
“El vino de Anjou” (un capítulo perdido de la obra de Dumas “Los tres
mosqueteros”), frente a una conspiración diabólica de unos adoradores del
diablo que esperan su llegada a la Tierra gracias al poder que les otorga un maléfico
incunable (“Las nueve puertas del reino de las sombras”).
Por
otro, un cineasta prestigioso, exiliado de los Estados Unidos, con una larga
trayectoria en temas escabrosos (tanto en su vida laboral como en la personal),
que en su periplo europeo necesita un éxito comercial con el que resarcirse de
la pobre acogida dispensada a Lunas de hiel y La muerte y la doncella.
En
tercer lugar, una asociación múltiple de capital europeo para sacar adelante
una gran superproducción. En el origen se encuentra la aportación española,
con la novela (Reverte), el guión (Enrique Urbizu) y la producción (Iñaki Núñez
– Araba Films).
Pero
todo proyecto europeo que pretenda cruzar el charco necesita además el gancho
comercial del casting, o sea, una estrella de Hollywood, aunque sea de segunda
división en la taquilla (Johnny Depp), y para darle más brillo a la cosa
conviene presentarla acompañada de algunos nombres de prestigio (Lena Olin,
Frank Langella).
Et
voilà, ya tenemos el
proyecto en marcha.
2ª
parte: abriendo puertas
En
su viaje de la letra impresa al celuloide, “El Club Dumas” ha sufrido
modificaciones sustanciales que hablan a las claras del interés de Polanski por
el proyecto.
Para
empezar, desaparece todo lo relacionado con “Los tres mosqueteros” y el capítulo
desaparecido, incluso cambiando el título del famoso club (que no existe en la
película) para adaptarlo a la trama principal: La novena puerta.
Los
créditos ya anuncian las ocho puertas oscuras a las que nos vamos a enfrentar,
apareciendo tras cruzar la novena la luz... aunque o sea precisamente una luz
celestial
Polanski
ironiza con todo lo que puede. No en vano la clave está en unos personajes que
se llaman Ceniza (unos falsificadores de tomo y lomo) y para interpretarlos
recurre a un único actor (José López Rodero) especializado en... carpintería
escénica. Esta ironía la traslada a los creyentes en los poderes ocultos, que
son asustados con un simple “buuhh”. Y, en general, se mofa de los que creen
en adoraciones y similares... aunque con todo ello no nos quiere decir que el
Diablo no existe. Existe, pero tiene un aspecto mucho más angelical.
Respeta,
eso sí, todas las ilustraciones incluidas en el libro (bueno, casi: la octava
la modifica, aparece un soldado que va a decapitar a otro hombre, en vez de a
una doncella). También respeta la trama de la búsqueda del libro. Aunque,
taquilla obliga, americaniza todos los nombres y limita la aparición de Toledo
a una callejuela estrecha.
Por
necesidades de tiempo simplifica algunos hallazgos de la novela de Reverte. Todo
se reduce a que hay tres láminas en tres libros con tres cambios (el nueve es
la clave), cuando en el libro es más complejo. Y, por si no quedaba claro, las
láminas que cambian, que aparecen en el libro firmadas por “LF”, aquí las
adapta a un “LCF” (o sea, Lucifer) que no ofrece ninguna duda.
Eso
sí, Polanski cambia el punto de vista y éste es un cambio fundamental.
Nosotros seguimos siempre a nuestro detective de libros (Dean Corso, Johnny Depp),
mientras que la novela está escrita por el coleccionista de libros Boris Balkan
(que fallece en el filme), quien transcribe los recuerdos de una antigua
aventura de Lucas Corso.
Polanski
toma una idea que en libro aparece mediada su lectura, cuando se explica que una
de las láminas es una falsificación, con lo que queda claro que la invocación
final al diablo nunca puede funcionar. Pero esta ironía funciona mejor si es un
descubrimiento final, por lo que Polanski guarda este dato para presentarlo en
el epílogo y lo hace con la ironía propia de la situación: mientras desmontan
la carpintería de la tienda de antigüedades aparece la lámina original que se
había perdido, y nuestros expertos timadores habían sustituido por una
reproducción excelente... pero falsa.
Y,
por último, Polanski piensa en imágenes. Esto es algo que vemos en el mismo prólogo
del filme, donde en cinco minutos, sin mediar palabra, nos da todas las claves
del relato: una biblioteca. Alguien escribe. Panorámica hacia un reposapiés en
el suelo. Otra panorámica para descubrir una soga. El escritor cierra la carta.
Se sube al reposapiés y se suicida. Nueva panorámica: recorre el suelo, pasa
por lo pies, la mesa, la carta, la estantería llena de libros... entramos a
través de ellos en la oscuridad. Recorremos ocho puertas mientras vemos los créditos.
Detrás del último (Polanski, naturalmente), aparece la novena puerta, se abre
y... ¡¡se hace la luz!!
3ª
parte: El diablo, probablemente
Desde
el primer momento sabemos que vamos a cruzar ocho puertas que encierran la
oscuridad. Al atravesar la novena veremos la luz. Nos ha quedado muy claramente
expuesto en los créditos. Polanski se limita a mostrar en el resto del metraje
esos nueve encuentros. Nueve encuentros con el diablo, aunque para nosotros
tenga una forma insospechada: el adorable rostro y la envidiable figura de
Emmanuelle Seigner que, curiosamente, es la esposa del director.
Primera
puerta:
Corso
entra en una conferencia sobre el diablo en la literatura medieval. Se sienta al
final y, poco antes de dormirse, oye las palabras de Balkan, el conferenciante,
definiendo lo que es una bruja. La imagen nos muestra a Emmanuelle Seigner
sentada delante. La voz en off insiste en que “las brujas hacían pactos con
el diablo”.
Segunda
puerta:
Corso
está investigando la autenticidad del libro “Las nueve puertas del reino de
las sombras”. Mientras busca en una biblioteca aparta una serie de libros y
detrás aparece otra vez ella: como en los títulos de crédito, detrás de los
libros está la oscuridad y, al final de un largo camino, la luz.
Tercera
puerta:
Su
amigo bibliotecario ha muerto, por lo que Corso decide partir a Europa. Tras un
encuentro con los hermanos Ceniza, descubre que la clave está en Portugal.
Viaja en tren y, esa noche, alguien le acompaña. Un encuentro (¿casual?) en el
pasillo del vagón: ella, ojos verdes, y “corso” (el hombre que corre, según
la trascripción de su apellido italianizado). Pero para ella él no es más que
“el hombre tranquilo”. Parece una descripción perfecta de cómo lanzar las
redes para atrapar a un incauto... por más que salga corriendo.
Cuarta
puerta:
Al
salir de la finca de Vargas, el coleccionista de libros portugués, nuestro
“hombre que corre” está a punto de ser atropellado por un matón de tres al
cuarto. Una figura familiar le salva. Lleva casco y va en moto, pero esa larga
melena delata claramente que es su ángel particular quien le ha permitido
seguir con vida. Aunque uno no debe fiarse demasiado de los ángeles, quizá no
son más que el reverso de... bueno, el reverso. Punto. Su reencuentro en el
hotel sirve para confirmar una cosa que todos sospechábamos. Ella afirma,
impasible, que “adora los libros”.
Quinta
puerta:
A
la mañana siguiente, nuestra musa lleva a Corso a ver a Fargas, el
coleccionista de libros que ahora yace ahogado en una fuente, mientras su bonita
colección es pasto de las llamas. Lógico, se enfrentan a un poder al que le
gusta residir en un ambiente calentito calentito.
Sexta
puerta:
Corso,
ya en compañía de nuestra amiga sin nombre, viaja en avión a París. Allí el
matón de tres al cuarto está a punto de matarlo nuevamente, pero aparece
nuestra amiga –literalmente- volando para acabar con el pobre incrédulo. En
la habitación del hotel, nuestro ángel salvador (ejem) le marca la cara con
sangre: acaba de firmar un pacto... aunque al no hacerle la señal de la cruz
con agua bendita, sino con sangre, ¿será un pacto con el diablo?
Séptima
puerta:
En
su periplo parisino tropiezan nuevamente con la viuda de Teffer, el escritor que
inicialmente se había suicidado. Un auténtica viuda negra, como ya hemos
podido comprobar. Les siguen. Llegan hasta el castillo de St. Martín, donde una
reunión de brujas de postín espera la aparición del diablo. Pero quien llega
es Balkan, mofándose de todos ellos (en el fondo, ejemplifica la propia postura
del espectador, que no cree ni por un momento que esos fantoches sean capaces de
conseguir la venida del diablo a la Tierra). Una pelea que acaba, por enésima
vez en la película, con las gafas de Corso rotas. Alguien se está empeñando
continuamente en que deje de mirar con los ojos y se guíe más del instinto,
por lo que no ve. Allí estará su particular ángel protector para evitar que
se meta en la pelea: deja que se maten los otros entre sí, para Corso nuestro
angelito tiene preparado algo más especial.
Octava
puerta:
Tras
asesinar a la viuda negra, Balkan huye a su particular santuario, un castillo
semiabandonado donde realizará todos los pasos para invocar al diablo. Corso
asiste al espectáculo sin intervenir (porque literalmente se haya casi hundido
en la miseria). Por una vez, nuestro angelito protector deja hacer. No es cuestión
de entrometerse, porque el mismísimo Balkan se rocía con gasolina y, en un
alarde de prepotencia, se prende fuego. Corso ayuda a mitigar su sufrimiento de
un certero balazo. Fin de los fantoches y los adoradores de tres al cuarto.
Corso deja de correr, sigue llevando el disfraz de adorador del diablo que se
había puesto para la fiesta, es hora de quitárselo... también deja de mirar
con sus gafas de miope... es hora de guiarse por otros instintos.
Novena
puerta:
Mientras
arde el castillo-santuario (y con él se queman todas las fantasías de tanto
adorador de pacotilla), Corso hace el amor con su bello ángel protector. A la
luz de las llamas el rostro de Emmanuelle Seigner parece cambiar por momentos y
transformarse en algo mucho más siniestro. La aceptación de la realidad es
total. Corso no sólo acepta la presencia del diablo, sino que pone en práctica
una forma muy particular de comulgar con él. Corso ha aprendido la lección,
incluso encontrará la lámina falsificada cuando vuelva a ver el taller
desmantelado de los hermanos Ceniza... pero todo esto no es más que una
explicación irónica y sin importancia. Lo verdaderamente trascendente es que
nuestro investigador ha aprendido, ahora lo ve más claro: no es extraño que,
en el plano final, se dirija hacia el castillo de donde procede la luz y
atraviese esa novena puerta, tras la que la pantalla se inunda de luz. Los títulos
de crédito finales, lógicamente, sólo se pueden proyectar con unas imágenes
de fondo: el fuego del mismísimo infierno.
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