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En esta sección comentaremos los filmes proyectados en la Filmoteca de la Generalitat Valenciana que difícilmente podríamos contemplar fuera de su ámbito. Son las joyas de la programación, películas raras o inencontrables,  que van siendo recuperadas por los restauradores y que perviven gracias a los esfuerzos de las cinematecas, que sólo con esos rescates justificarían más que sobradamente su existencia.

ORSON WELLES O LA VOLUNTAD CREADORA

Por Antonia del Rey Reguillo

Welles, el perfecto ejemplo de genio limitado por las estrictas restricciones de la industria hollywoodiense.Que la Filmoteca de la Generalitat Valenciana nos haya ofrecido una buena parte de la filmografía de Orson Welles es un privilegio que los cinéfilos no podemos dejar de Agradecerle. Todas las películas que el realizador dejó finalizadas han alumbrando intermitentemente la sala de proyecciones desde marzo hasta junio, combinadas, de tanto en tanto, con alguno de los proyectos inacabados del cineasta, o de los que él preparó y fueron rodados por otros, o de sus muchos trabajos televisivos, copiones, trailers, etc. En su conjunto esta retrospectiva ha permitido calibrar la variedad de una obra personal tan original y compleja como el personaje que le dio vida.

Ella deja constancia de la magnitud del ingenio y el talento de Orson Welles, que parecen sobrepasar su propia obra, llamada a quedar inconclusa después de surgir en medio de múltiples dificultades derivadas casi siempre de la falta de presupuesto. Y es que, como sucede tantas veces en la historia de la cultura, cuando un creador se desmarca del resto de sus coetáneos, suele encontrar una gran resistencia para llevar a cabo sus proyectos. Si el medio en cuestión en el que se expresa es el cine, la resistencia puede resultar un obstáculo insalvable, dado que estamos hablando de una forma de expresión que por sustentarse sobre una base industrial impide al creador poder actuar por su cuenta y riesgo, porque precisa del soporte humano y técnico, sólo asequibles a golpe de talonario.

A pesar de todo, en medio de las dificultades, Welles pudo llevar a cabo doce películas, algunas de las cuales se consideran joyas del arte cinematográfico. Con la primera, el director entró en la leyenda y en la historia del cine, porque supuso la constatación de que una escritura vigorosa, original y autoconsciente hacía su aparición en un medio que por entonces se planteaba nuevos retos en su lenguaje. Con aquella película, Ciudadano Kane (Citizen Kane,1941), Welles alcanzó la cota máxima de libertad que un realizador podía conseguir en la industria hollywoodiense del momento. Lo que significaba el privilegio de controlarla de principio a fin, desde el rodaje hasta el último capítulo de la postproducción. A partir de entonces nunca más volvió a disfrutar de tal suerte. Una cadena de circunstancias confluyó para que, tras la realización de su segundo filme, El cuarto mandamiento (The magnificent Ambersons, 1942), el realizador se convirtiera en una figura poco recomendable dentro de la industria. Adquirió fama de derrochador, el peor defecto con el que Hollywood podía definir a un director. En consecuencia, las productoras le retiraron su confianza y dirigir cine se convirtió para él en una tarea imposible. Con semejante estigma el realizador quedó prácticamente vetado por la industria hollywoodiense, que sólo le daba cancha en trabajos de interpretación.

Con todo, aún pudo dirigir allí filmes de la envergadura de La dama de Shanghai (The Lady from Shanghai, 1947) y Sed de mal (Touch of Evil, 1957), aunque no lograra controlar el resultado final. A partir de la última, su trabajo se desarrolló esencialmente en Europa, un espacio en el que Welles encontraría todo el reconocimiento que América le negaba. En el viejo continente surgieron sus últimos trabajos, algunos realizados con tan escaso presupuesto que pusieron a prueba la creatividad del director que, con ingeniosas soluciones de puesta en escena y montaje suplía la falta de medios. En cualquier caso, los resultados eran siempre apasionantes, como demuestran películas de la talla de Othello (Otelo, 1952), rodada intermitentemente, en medio de numerosas dificultades y Une histoire immortelle/The Inmortal Story (Una historia inmortal, 1967) cuya austeridad presupuestaria es evidente, pero no impide plasmar el misterio del relato de Isaak Dinesen en el que se basa.

En cada una de esas películas, Welles fue desarrollando los rasgos constitutivos de su filmografía, dominada en lo formal por una voluntad de estilo, palpable en cada película, con la que el director ponía a prueba la capacidad discursiva del lenguaje cinematográfico, exprimiendo sus elementos formales —luz, encuadres, escalas de planos, ritmo del montaje, etc.— al servicio de unas historias de las que se adueñan desmesurados personajes que parecen incapaces de sustraerse a su destino. Un destino que por lo que respecta al realizador no le impidió imponerse a su suerte y a su fama y luchar hasta el final para seguir realizando todos los proyectos cinematográficos que concebía su potente capacidad creadora. Para lograrlo, Welles no dudó en dedicarse a todo tipo de actividades, más o menos alimenticias, en el teatro y la televisión, que le permitían sobrevivir y obtener el dinero que aquellos precisaban. Y es que su voluntad creadora fue siempre el principal aliado de  su capacidad de autor.

         

 
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