HARRY
Y FRODO PASEAN JUNTOS
(Algunas
consideraciones sobre Harry Potter y
la piedra filosofal y La
comunidad del anillo)
Por
Mr. Arkadin
Introducción
Las
dos películas supertaquilleras de finales del 2001 y comienzos del 2002
son películas enteramente norteamericanas agazapadas frente a supuestas
superproducciones venidas de Inglaterra y Nueva Zelanda. Su inmersión en
taquilla es pareja a la de ese otro gran “bluff” que es Los otros (clara película taquillera “made in” Hollywood
escondida baja la advocación patriótica de española: premios a
“go-go” en los Goyas pues al cine... norteamericano). Tres eran tres y
ninguna...
Vamos
por partes. Y claro dejaré a un lado Los
otros (ya se ha hablado mucho en esta revista -y nada bien por cierto-
del filme de Amenábar) y me centraré en una serie de reflexiones sobre
los otros dos títulos.
Tanto
el filme del más que mediocre Columbus (realizador de insoportables películas
de “jovencitos” y niños inaguantables solos o acompañados fuera o en
casa) como el del más interesante Jackson (hasta ganó el León de Plata,
segundo premio, en el festival de Venecia por su -discutible- Criaturas
celestiales) se mueven en el mundo de la magia, nada mejor en los
“tiempos oscuros” que nos ha tocado vivir. Ambos títulos también
proceden de obras vendidas a “patadas” como típicos libros de
supermercado. No voy a analizar las obras de las que proceden. Lo hemos
dicho (y yo también lo he afirmado) muchas veces en Encadenados:
una cosa es una película y otra, muy diferente, la obra de la que
procede. Juzgamos aquéllas no éstas.
Los
libros y sus autores
De
todas maneras deseo hacer una pequeña reflexión sobre las obras
originarias. Sin ambivalencias dejaré claro, ya de entrada, que no soy un
entusiasta de ninguno de los dos mundos “inventados” por sus autores.
Ambos títulos me dicen poco. Prefiero al personajillo (real) inglés de
Guillermo al fantasioso al del algo descerebrado Potter, un ser que se
niega a vivir (y combatir) en el negro mundo que le ha tocado vivir.
Del
otro libro (o libros) creados, en ese caso por Tolkien (los de Potter se
deben a la buena señora, muy inglesona ella) tengo que decir que siempre
he tenido mis dudas sobre el mensaje que intenta vendernos Tolkien,
alguien que se convirtió (como por arte de la misma magia de sus libros)
en abanderado de ciertos movimientos ecologistas y pacifistas (parece que
una cosa va unida a la otra) durante los años 70. Y la verdad es que
nunca lo he comprendido. No niego el poder creador del autor (tan inglés
como Rowling), su visionaria mente para dar forma a un mundo imaginario,
pero el salto hacia mensajes metafísicos o socio-políticos me resulta
muy difícil de aceptar. ¿Cómo hablar de pacifismo en una obra, y
desarrollo, que habla de violencias sin fin, de la lucha continuada -y
hasta terminar con lo opuesto, que naturalmente es el mal- como una única
forma de solucionar los conflictos? ¿Cómo se puede crear de la destrucción?
Eso
por una parte, por otra entiendo que se ha tratado de encontrar un
“oculto” significado esotérico del mundo de los hobbits, elfos y demás
habitantes de la Tierra Media. Creo, sinceramente, que Tolkien (católico,
apostólico y romano), trasladó a sus páginas un simple concepto tan
viejo como el mundo: la lucha primigenia del bien (luz) contra el mal
(oscuridad). Un reflejo, por lo demás, de las creencias judeo-cristianas.
El convertir tales libros en juegos de “roll” no hace más que llevar
a asentarme en el (permítaseme llamarlo así) carácter ambiguo de lo
narrado. De acuerdo a ello cualquier lector puede dar la explicación
(convincente) que mejor le venga en gana de lo que lee. Se puede decir que
se habla -un visionario, claro, era el autor- de la “futura” guerra
(esa de ahora mismo) de Afganistán o que hay referencias a la propia
negrura de ciertos tiempos perdidos (y ahora tristemente recuperados)
propios de la guerra fría...
Todo
es pues válido, adelante con lo que le parezca a cada uno. La ambigüedad
tiene su premio: el hacer todo posible, aun lo más imposible. Y eso es lo
que hace el bueno de Tolkien. Remacho: no pongo en duda ni la habilidad,
ni la imaginación, ni la calidad del autor, solamente me interrogo sobre
los objetivos (reales o imaginarios) a los que tendía.
¿Películas
cerradas o partes de un todo?
Hablemos
ya de los filmes. Se intenta, en los dos casos, seguir fielmente las obras
de procedencia. Los resultados indican que lo consigue mejor La comunidad del anillo que Harry
Potter y la piedra filosofal.
Mientras
que la película de Columbus se plantea como una serie de secuencias
plenas (se ponen esas pero se podían poner otras), la de Jackson, por
fortuna, funciona como un todo. Las secuencias no son algo puesto ahí. Se
trata de conseguir una unión entre ellas y llevar a un determinado
desarrollo. Lo que aparece es necesario y preciso. Una labor, además,
estupenda como recopiladora del largo libro original. Se suprimen (o se añaden)
cosas, pero siempre en función del conjunto, de ser fieles a la
estructura del libro original y teniendo en cuenta lo posterior que en
ellos va a aparecer.
Llegados
a este punto deseo explicar algo. Alguien se habrá preguntado la razón
por la cual me estoy refiriendo siempre a la película de Jackson como La
comunidad del anillo y no como El
señor de los anillos. Lo hago simplemente porque la película que
vemos no es El señor de los anillos en su conjunto. Es sólo la primera parte
de la trilogía, que, además, da la casualidad que se titula La comunidad del anillo. ¿Qué eso mismo pasa con Harry
Potter y la piedra filosofal? En absoluto, la película de Harry
Potter se cierra en sí misma, es una aventura con principio y fin (de idéntica
manera a como puede serlo cualquier película de James Bond). Algo igual,
incluso, que ocurre con las diferentes aventuras de Indiana Jones, y, si
se me apura, con cualquiera de las partes de La
guerra de las galaxias. Lucas plantea sus aventuras inter-relacionadas
como válidas en cada unidad de forma que la película puede juzgarse como
un filme completo. No es el caso de La
comunidad del anillo. El final no cierra una aventura. Simplemente la
aplaza hasta el siguiente filme. Ocurre igual que en las películas
seriadas. En ella, al final los personajes protagonistas se encontraban en
una situación extrema, cuya resolución era imprescindible, pero quedaba
aplazada hasta la siguiente jornada. No podíamos dar por clausura la
serie. Lucas, por el contrario, podía haber dado por concluida su saga
cuando le hubiera venido en gana. Es también, por citar otro título, el
caso de El tigre de Snapur y La
tumba india o viceversa. La existencia de una de las películas
implica la de la otra. No pueden juzgase como una parte. Su estudio, o análisis,
debe hacerse en cuanto al todo.
Por
todo ello es aventurado hacer un juicio (incluso con sus múltiples
nominaciones a los Oscars) individualizado sobre esta primera parte. Habrá
que esperar a verlas en conjunto. Y, entonces, completar un análisis que
hoy por hoy tiene que ser, a la fuerza, parcial. Lo que hemos visto no son
más que las casi tres primeras horas de las (supongo) nueve que tendrá
el conjunto de El señor de los anillos. Ni siquiera abarcamos la mitad de la
historia. La política de los hacedores de la recreación de la obra de
Tolkien es clara: la división en tres películas separadas tiene más
morbo y lleva implícito una descarado afán comercial.
No,
Jackson no protesta (lo quiere y lo apoya) porque la resolución de la película
se dilate en el tiempo (un año por parte), ya que ello distancia (y al
mismo tiempo aproxima) el recuerdo. Bertolucci protestó cuando vio como
su único Novecento se troceaba
en dos partes, al igual que hiciera Leone con Erase
una vez en América. Pero ellos luchaban por la integridad de sus
obras, mientras que Jackson y los suyos luchan por obtener más dinero. La
diferencia entre unos y otros (del autor al comerciante) es total. Y no me
sirve decir que Tolkien jugaba ya con ese concepto: dividir su libro en
tres (y cada uno se dividía a su vez en dos).
La
magia salvadora de Potter
Harry
Potter es un pobre muchacho. No sería su vida muy distinta (aunque vista
en el hoy) que la sufrida por los personajes, digamos de Dickens. El
apaleamiento de un niño por una benefactora sociedad. Potter es un
desclasado, sometido a los castigos de unos familiares poco cariñosos. A
uno se le escapa lo que tales energúmenos piensan sacar de su pariente.
Lo que está claro es que su venganza no solamente se centra en él, al
extenderla (de forma indirecta) a sus progenitores. El clímax dramático,
la sumisión y castigos del pobre Potter se corresponden también con los
de cualquier personaje de los cuentos infantiles, que se han visto
apartado de los (verdaderos) amores filiales. Al igual que Potter,
Blancanieves o Cenicienta, por citar alguno de esos personajes, parecen
aceptar los castigos que reciben. Aceptan la sumisión conseguida por la
autoridad. ¿Qué va a hacer uno más que aguantar?
Potter
no se redime (como algunos de los héroes de los cuentos) por el trabajo.
Lo suyo, su triunfo, le viene por los genes recibidos de sus (fallecidos)
padres. Es un mago en potencia. Una maravillosa forma de escapar del mundo
que no le gusta. Sólo basta con hacer magia y trasladarse al país de
nunca jamás. Y el mundo que siga girando. Por si Potter no lo tenía
claro, alcanzará tal preclaro conocimiento al final de este filme,
correspondiente a su primera aventura. La magia le ha salvado y no está
dispuesto a volver a entrar en el mundo “real”. Cuando se despide de
sus compañeros para volver (¿volver?) a la familia (¿le esperara? ¿cómo
será recibido?) dice una frase esclarecedora como contestación a “y
ahora a casa”. No, contesta, yo no volveré (no es literal la frase pero
ese es su significado). Si tiene que coger el tren, lo cogerá pero no
para volver a casa. Sí para vivir nuevas, imaginarias, mágicas,
ilusorias aventuras. Ha ganado el mundo de la magia al mundo real. No hay
más que un paso para a proclamar la necesidad de acceder a un paraíso
creado por cualquier método (da igual que sea lícito o ilícito, sano o
insano). Eso no lo dice directamente el filme, pero... Sin eso, incluso, Harry
Potter y la piedra filosofal sería (y lo digo a sabiendas que esta
afirmación va a producir “sarpullidos”) igualmente reaccionaria y
torpe.
El
bien y el mal
Potter
y sus amigos, al igual que los personajes de la Tierra Media, se enfrentan
al reino de la oscuridad, es decir del mal, y lo hacen con métodos
parejos: en los dos títulos hay un mago jefe de parecidas características
junto a magos malos. Ya lo he dicho antes, el mal (en términos ambiguos)
es oscuro y el bien (igual de ambiguo) es luminoso.
De
todas formas aunque los personajes se “pierdan” en el camino siempre
existirá una especie de ángel (o instancia superior) que les conducirá
hacia el buen camino. En La
comunidad del anillo hay una hondura, en ese aspecto, mucho mayor que
en el caso del filme de Potter. Frodo y muchos de sus compañeros se
enfrentan a un mal que a veces tiene forma: los destellos del poder, la
necesidad de creerse superior o poderoso. ¿Cómo librarse de ese poder,
que, incluso, tiende al dominio de todos? La complejidad con la que se
asume (aunque no de forma primaria) este conflicto en la historia de
hobbits, elfos, orcos... es mucho más elocuente y “adulta” que en la
historia de Harry. Se tiende a tener ese poder, pero, algo más, se posee
el convencimiento de que su obtención acarreará el bien absoluto. Algo
que la película del anillo (el centro, y la llamada, del poder) pone en
duda.
De
ahí, se podría pasar a otros conceptos referidos al mismo tiempo, y que
se corresponden a la propia ambigüedad con la que se mira o observa el
bien y el mal. Dependiendo del bando en el que nos movamos, el bien y el
mal absoluto cambiarán de lugar. Sin ir más lejos, y referido a estos
tiempos “oscuros” que nos toca vivir, habría que pensar en ese mal
(ambiguo, personal de aquello que no gusta a alguien) que proclaman de un
lugar a otro de la Tierra (y no exactamente de la Media) los tirios y los
troyanos, o como quieran libremente ser llamados por cada cual.
¿Cómo,
realmente, se puede valorar el bien y el mal? Difícil realmente, aunque
Potter ese dilema lo tenga muy claro: mal es lo que va contra él y bien
aquello que desea y por lo que ¿lucha? Es decir, una impresionante
ingenuidad. El filme asume la típica estructura (nuevamente) del cuento
infantil como elemento retrogrado y estabilizador del sistema. Aunque con
ciertos matices, de acuerdo a los tiempos actuales, que pasaremos a
analizar. Pero eso sí, desde un sentido, y deseo dejarlo claro, coactivo,
políticamente correcto.
Valores...
pero ¿qué valores?
Harry
Potter y la piedra filosofal (esta
película al contrario que El señor
de los anillos) si explícita claramente en el título la determinada
aventura de su protagonista) es maniquea en su realización. Los buenos y
los malos se definen, incluso, por su “forma” presencial. Sólo hace
falta contemplar a Harry, a sus tíos y a sus primos, para comprender, en
su primaria forma, dónde están unos y otros. Un grosero subrayado se
encarga de definir a los personajes, orientando al espectador sobre lo que
debe comprender.
Los
malos son feos, gordos, poco amigables (incluso el malo que parece bueno
forma parte de este segundo bloque) y hasta “diferentes” (eso
siempre). Es el caso del antagonista de Harry. Fíjense bien en él. Se
trata de dibujarlo con unos rasgos diferenciadores del resto de los niños
para poder mostrar, y asumir convenientemente, su maldad. Si los niños
son así, él será de otra forma. Rubio, de otra raza, de otro mundo. ¿Se
insinúa acaso un nazi? Puede, pero lo importante es que se procuran unos
rasgos distintivos. Peligrosa abertura a un determinado tipo de racismo.
Lo que no es igual a nosotros significa la maldad... Pues que bien. ¡Viva
la convivencia! ¡Viva el cine dirigido a los tiernos infantes!
De
todas maneras, el esquematismo (la total hipocresía benefactora que asume
la película) y el maniqueísmo (de uno a otro o de otro a uno) no es lo
que más me preocupa (negativamente) de su aspecto ideológico, sobre todo
en cuanto se asume desde el socorrido esquema del cuento. Hay cosas peores
(incluida esa propensión a la salida de las situaciones por medio de lo mágico
y lo irracional) que tratan de enviar mensajes soterrados y de enorme
peligro cuya finalidad es asentar a los espectadores-niños en el mundo
maravilloso en el que les ha tocado vivir. Se trata de aceptar todas sus
normas y modos. Estamos cerca, en ese sentido, de los spots publicitarios
que se consumen diariamente. ¿Quiere usted ser un habitante de este mundo
sin problemas? Consuma, para ello, tal cosa, acepte determinadas formas de
conducta.
Nuestros
pequeños héroes van a un colegio donde aprender a plantar cara al
futuro. Lo de menos es que ese colegio sea de magos, lo más importante es
que es un lugar en el que están aprendiendo a ser. ¿Y qué aprenden?
Tomemos nota. En primer lugar que se vive, y como tal hay que aceptarlo,
en un mundo donde hay que luchar
(si es preciso violentamente) por abrirse paso, por adquirir un poder (en
eso, ya he dicho, La comunidad del
anillo aporta unas importantes, aunque escondidas, reflexiones). Es
decir, estamos en un mundo COMPETITIVO y por tanto hay que competir hasta
transformarse en EL MEJOR. Y
el mejor será el jefe. Naturalmente el elegido para tal fin tendráf unos
rasgos distintivos (Harry tiene una marca en la frente, lleva gafas...).
Sus maneras serán las propias de un jefe. Ordena, manda y lleva al
triunfo final. Como ser elevado a lo más alto del poder tendrá permiso
para todo incluso para contravenir las normas pactadas. El jefe es también
el más simpático, el más agradable, el que mejor saber sonreír (y si
hace falta llorar), el que “más” ha sufrido (paciencia, cada uno
recibirá el premio maravilloso si sus actos han sido maravillosos)... Y
ese es Harry, que vuela como nadie, juega como nadie, se le ocurren cosas
que a nadie se le ocurren, vence los miedos que otros no vencen...
Harry
(y sus amigos) transgreden las normas. Es decir, el colegio marca algo que
debe cumplirse. El que no cumpla lo ordenado recibirá un castigo. Los
tres protagonistas se saltarán una tras otra todas las normas
programadas. Por ello al final serán castigados. Su “grupo” ante esas
faltas pasa a ocupar el último lugar clasificatorio del colegio. Estamos
en el acto final de curso. ¿Qué hacer? Simplemente, en uno de los
mayores actos de injusticia planteados en una película que trata de
“educar”, se invierten los papeles. Ya que nuestros protagonistas son
los preferidos de los jefes del colegio, reciben de sus profesores (que
tanto les quieren y admiran) por arte de birle biloque (¿no estamos en un
centro de magia?) una lluvia de premios en forma de puntos positivos, que
aúpan al grupo al primer puesto. Bonita manera de “enseñar” a los niños.
Un triunfo de la injusticia aplaudido por los niños espectadores que ven
cómo Harry y los suyos (¡que caramba son los protagonistas!) han
triunfado. ¿De qué sirven las normas? ¿De qué un rigor? Absolutamente,
parece decir la película, de nada.
Se
pueden añadir otros puntos, como es el carácter asexuado de todos los
personajes (algo que también atañe a los de La
comunidad del anillo) o la “exaltación” de la comida basura:
nuevamente el spot como guía ahora de caramelos y “cosas ricas”, como
la escena del tren o los momentos del comedor. Divino, se puede cortar la
proyección para que tiernos y tiernas infantes salgan corriendo al bar
para aprovisionarse de palomitas, cocacolas... La película se transforma
en espejo de la propia sala... Pero prefiero centrarme en la violencia que
existe a lo largo de toda la película.
Estar
preparados para un mundo de violencia
Tanto
en La comunidad del anillo como
en Harry Potter y la piedra
filosofal hay violencia de ida y vuelta. Algunos padres (de esos
bienintencionados) protestaron en los medios de comunicación enérgicamente
por venderse la primera parte del anillo como autorizada para todos los públicos.
Se puede comprender que los personajes vivan en una sociedad hostil y que
la manera de lograr vencer, o salir airosos, sea la violencia. Pero, también
su empleo o existencia está en función no del mundo de la Tierra Media
sino del nuestro de cada día. La violencia viene combinada con grandes
dosis de “miedo”, de aterrorizar. Todo se corresponde con la oscuridad
vivencial. Se corresponde con el susto, el corazón encogido, el estar
pendiente de un peligro (terrorista o no) real o imaginario. Es preciso
tener a la gente en un puño, haciéndola vivir en un mundo de sobresalto
donde la risa ha desaparecido (eso que de forma tan perfecta explicará
Umberto Eco en El nombre de la rosa).
Todo ello sabe explotarlo convenientemente La
comunidad del anillo, un filme al que le falta humor (carece
absolutamente de ello) y eso que había posibilidad de conseguirlo con
algunos de los compañeros de Frodo.
En
Harry Potter y la piedra filosofal también
hay negrura, oscuridad y violencia. A lo mejor aparece más limada que en
el otro filme, al intentar que el espectador se deje ganar por la simpatía
y el padecimiento primario del protagonista, cosa que difícilmente se
conseguirá en La comunidad del
anillo, donde ninguno de los
personajes, Frodo incluido, resulta demasiado simpático, probablemente
por ser seres “lejanos” en el tiempo, casi vivientes endiosados o a
punto de serlo, de ahí el distanciamiento, la separación intuida por el
espectador.
Haber
violencia la hay, y mucha, en el mundo de Harry. Violencia y también una
oscuridad que condiciona el terror o el simple sobresalto miedoso. Es
clara en la aparición del troll o del animal encadenado, pero se asienta
a lo largo de todo el filme. Sólo basta con señalar ese juego, con
reminiscencias del rugby, jugado entre contendientes montados en sus
escobas voladoras. La dureza es total, apabullante. Un juego, por lo demás,
que nos resulta altamente equívoco. Tal como se plantea en el filme basta
para ganarlo con coger (por expertos “volatineros”) una pelota que no
necesita ser impulsada para volar. Tiene alas y se “ríe” en las
barbas de los dos (opuestos) contendientes que deben adueñarse de la
misma. Pregunto: ¿por qué Harry tiene que esperar a ir perdiendo para
intentar adueñarse de la pelota voladora? ¿Por qué su contrincante no
puede cogerla en la misma circunstancia perdedora? ¿Qué sentido tiene el
doble juego? ¿De qué sirve jugar si cuando uno de los dos contendientes
atrapa la pelotita juguetona se termina el juego, que será favorable,
además, para quien la atrape? ¿De qué sirve entonces el esfuerzo de
todos los que aceptan jugar? ¿Son admisibles tan arbitrarías reglas? ¿No
estamos nuevamente en el terreno de la injusticia y de la ambigüedad?
Narraciones
sentidas o recreadas
Los
efectos especiales de ambos filmes (y la música) son excelentes. En La
comunidad del anillo también lo es la fotografía y la utilización
de los paisajes. Existe también un ritmo narrativo conseguido, que sabe
mantener un (mínimo) interés por lo narrado, aunque incluso no interesan
demasiado todas las aventuras y desventuras de los personajes (tanto
nombre, tantos elementos sin resolver quizá debido a la amplitud del
relato original).
De
la misma manera que no entiendo muy bien el juego de pelota del filme de
Harry tampoco comprendo el porqué de las luchas (o los problemas) a los
que se ven sometidos los habitantes de la Tierra Media. ¿Por qué Gandalf,
que todo lo puede, no impone su magia y se enfrenta al ser maligno al
comienzo y evita, así, todo el errático y doloroso caminar de los
personajes? Se me dirá que entonces ni hay libro, ni película. Puede ser
que sea la única razón. Sigo pensado en que Gandalf...
Algo
de eso ocurre en Harry Potter y la
piedra filosofal. ¿Cómo, por ejemplo, los grandes maestros de la
escuela mágica no son capaces de detectar la presencia del mal en poder
del profesor malo, pero que parece bueno? Aquí, incluso, es peor ya que
el engaño o engaños son manifiestos. La trampa, indicada, de hacer que
el espectador tome por malo a quien no lo es y viceversa. Hecho no aislado
ya que se presenta de forma precisa y sostenida a lo largo del relato.
Pero la trampa, o los engaños, se adscriben también a la propia narración.
Por ejemplo no tiene ningún sentido para el devenir de la historia que el
protagonista pase a la zona prohibida de la biblioteca a no ser que se
explote el clima de tensión y alguno (lo diré una vez más) de los
conseguidos efectos especiales (el de la invisibilidad en este caso).
No
se entiende muy bien por qué en un guión se pueden marcar momentos
intensos pero inútiles para el relato. De ellos la película está
repleta. Por ejemplo, se ve al profesor malo y al profesor bueno (aunque
se crea lo contrario) hablando sobre unos niños que están investigando y
ahora “van hacia sus dormitorios”. Es posible por tanto
desenmascararlo. Los profesores salen de escena (suponemos hacia los
dormitorios con el fin de descubrir a los niños investigadores), mientras
que el trío de niños ve paralizada su llegada a los dormitorios por una
serie de aventuras. La sorpresa es que, al parecer, los profesores se
olvidan de ir a ver quien falta en los dormitorios, ya que la secuencia
muere en sí misma después de que el trío logra vencer los peligros que
tratan de impedir lleguen a su destino. Y, luego están una serie de
personajes de escasa entidad (a pesar del juego que en sus “salidas”
parecen propiciar) como el guardián del colegio.
Ese
sin sentido de hacer que la película funcione por secuencias concretas (y
alterables a instancias del montador) es uno de los grandes errores de un
filme sin unidad, que vive en función de momentos cerrados sobre sí
mismos (el juego, la lucha contra el troll, la clase de tal o cual) y que
impiden su progresión. Poco se puede pedir de unos personajes que son
entidades en vez de seres. En eso La
comunidad del anillo no va mucho más allá.
¿Qué
a pesar de todo existen algunos momentos o ideas aprovechables? Bien, pero
eso no redime al filme de su nulidad. Me quedo con la secuencia de la
visita a la ciudad mágica o la clase de escobas (con la idea, aquí sí
lograda, de poder lograr aquello que se desea fervientemente) o el sentido
de la mirada del espejo.
Harry
y sus compañeros han comenzado su paseo triunfal junto a Frodo y los
suyos. Seguirán años junto a nosotros. Inalcanzables, asexuados,
lejanos, intentando vendernos un mundo de magia, mentiras, y ensueños.
Contándonos cuentos ambiguos que nos hagan salir del mundo real en que
vivimos. Las múltiples nominaciones para los Oscars (y pedreas para el
otro título) han caído sobre el mundo de la Tierra Media. No es que no
se esperase. Tal como se anunció con la concesión de los Oscars del
pasado año, lo que priman son los grandes espectáculos, las películas
taquilleras. En eso se lleva la palma este largo trailer que es La
comunidad del anillo o El señor
de los anillos, Parte I. Pero, la Academia, que recuerde, nunca ha
premiado un filme de jornadas, de episodios. Una vez tenía que ser la
primera. Sigo sin entender cómo se puede juzgar un película incompleta
como la de Jackson. Pero, en fin... ¿Nominarán también la segunda y la
tercera parte? A esperar tocan, aunque a nivel personal no tenga demasiado
interés en seguir recibiendo las próximas aventuras de Potter o las de
los cofrades del anillo. Las dos me suenan a demasiado sabidas. Y, lo que
peor, a algo más que a un simple tufillo comercial.
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